Antonio Álamo

Antonio Álamo


Efemérides

28/10/2021

Hace quince años se presentó en sociedad un nuevo partido político. Fue en Barcelona y tuvo como carta de presentación un cartel de fondo blanco sobre el que aparecía la figura de un político español en pelotas. Sí, sí, en pelotas. Era el candidato a la Presidencia de la Generalitat de Cataluña, Albert Rivera, que miraba sonriente a la cámara y se tapaba con las manos lo que Joaquín Sabina denominó «partes pudendas» en Telespañolito. Sobre su cabeza asomaba el eslogan central del anuncio: «Ha nacido tu partido».
Los ciudadanos descubrieron que estaban ante una alternativa sugerente, con la socialdemocracia y el liberalismo como referentes. Lo que vino después es conocido, Ciutadans se convirtió en Ciudadanos, ensanchó su radio de acción, creció mucho, tanto como el personalismo de su líder, y, finalmente, sufrió una debacle electoral que provocó la dimisión de Rivera y su abandono de la política para fichar por un bufete. Ahora lo dirige Inés Arrimadas y en el trayecto han desaparecido sus dos soportes ideológicos y la mayoría de sus fundadores.
Hace siete se creó otro partido político. Se llamó Podemos y según dos de sus fundadores, Juan Carlos Monedero y Jesús Montero, fue «el acontecimiento político más anunciado e inesperado de nuestra joven democracia». Así lo contaron en un artículo en El País en octubre de 2014, en el que además anunciaban que llegaba «para remoralizar la vida pública, democratizar los poderes y recuperar el deseo de felicidad que como pueblo y como personas nos merecemos».
A diferencia de Ciudadanos, Podemos sí ha llegado a formar parte de un gobierno nacional. Del actual. Lo que le depare el futuro no se sabe pero empieza a recordar al otro a la vista de los personalismos latentes y las reacciones de escaso comedimiento que a menudo muestran sus dirigentes si no se les da la razón. Así ha ocurrido con la sentencia del Tribunal Supremo vinculada a un diputado de Unidas Podemos y la vitriólica reacción de la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra. Si lo suyo es «remoralizar» la vida pública -está en su derecho- poco puede decirse, pero no impedirá que, tras ver cómo emplea su tiempo, entre los ciudadanos revolotee aquello de recuperar la felicidad que se merecen.