Ampudia

Juan Francisco Sanjuan Benito
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La milenaria villa, tras el paréntesis mahometano, recuperó el viejo sitial episcopal

Ampudia - Foto: ÓSCAR NAVARRO

Como en otros muchos lugares de la provincia, el solar de la villa de Ampudia fue gozado como solar de poblamiento por otros pueblos y culturas: parece ser que aquí hubo asentamientos en la Edad de Bronce, de Hierro, de los vacceos, de los romanos, quienes la nombraron Fons Púdica, de donde derivó a Ampudia; de los visigodos, de los agarenos y finalmente de los cristianos, o sea, nosotros. 


Las primeras referencias escritas aparecen en el siglo IX, y pertenecen a un monje benedictino sevillano llamado Hauberto. De ser cierto lo que en ellas se dice, la villa de Ampudia tenía ya una cierta entidad en el siglo II, y en el siglo VI ya era ciudad y sede episcopal con Iglesia Catedral. Lo que sí parece estar confirmado por pergaminos encontrados, es que Ampudia gozó de una época de esplendor anterior a la invasión musulmana, y que posiblemente la población huyó hacia el norte ante el impetuoso empuje agareno.


Tras la Reconquista, todas las poblaciones de la zona fueron repobladas, aunque no todas por igual; Ampudia pronto recuperó parte del volumen poblacional, empuje económico y social que tenía antes de la llegada de los musulmanes, incluida la sede episcopal y la construcción de tres conventos: uno de Templarios, otro de Agustinos y el tercero de monjas Claras. Estas nuevas instituciones atrajeron más pobladores que aportaban savia y fuerza nueva a la pujante villa, a lo que se sumaban los recurrentes fueros y privilegios que concedía la Corona en diferentes épocas, en función de quien ocupase el trono y la familia noble que tuviera la tenencia de la villa y la fortaleza construida en el siglo XIII. 


Tras su rebelión contra la Corona de Juan Núñez de Lara en 1297, éste buscó refugio en esta fortaleza cuando era perseguido por las huestes reales enviadas por la reina regente, María de Molina, durante la minoría de su hijo, Fernando IV. 


La villa de Ampudia permaneció asociada a la Corona como villa de realengo hasta mediados del siglo XIV, con alguna excepción, y durante cortos períodos de tiempo, que algún soberano cedió a eventuales señores. Uno de esos momentos se produjo a comienzos del siglo XIV, cuando la villa aparecía vinculada al matrimonio formado por Juan Alfonso de Alburquerque e Isabel de Meneses, del tronco familiar de la reina María Molina. 


Don Sancho de Rojas, antiguo obispo de la diócesis palentina y luego de la de Toledo, aparecía como tenente de Ampudia en los primeros años del siglo XV. El 14 de septiembre de 1419, el rey Juan II de Castilla, por carta de privilegio otorgada en Segovia, hizo donación de las villas de Ampudia y Villacidaler, a favor de Pedro García de Herrera y Rojas, mariscal de Castilla, y sobrino del anterior. Este se casó con doña María de Ayala y Sarmiento, quienes tras su muerte, fueron enterrados en la nave del lado de la epístola de la Iglesia de San Miguel, donde se conservan los restos de los que fueron sus sepulcros labrados en piedra en estilo gótico tardío. Al período de gobierno del matrimonio, García de Herrera y Ayala y Sarmiento, correspondería la demolición de la vieja fortaleza y la construcción del actual castillo; siendo uno de los más importantes y mejor conservado de la provincia de Palencia. 


El día 2 de noviembre de 1517, el rey Carlos I cenó y pernoctó en Ampudia en su primer viaje a España tras su proclamación como rey de Castilla y de Aragón, el día 14 de marzo de 1516 en la catedral de Santa Gúdula (Bruselas), antes de ser confirmado por la Cortes de Castilla y las Cortes Generales de Aragón. 


La villa de Ampudia entró al siglo XVI de la mano de Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra y mariscal de Ampudia, nieto del mariscal Pedro García de Herrera y María López de Ayala, quien aplicaba una política despótica con altivez y violencia sobre sus vasallos, lo que le llevó a afrontar numerosos pleitos con los vecinos entre los años 1501 y 1510, pleitos que siguieron con el diputado general, Diego Martínez de Ayala y su esposa; lo que de alguna manera basculó al matrimonio hacia el bando comunero en la guerra de la Comunidades. 


El 15 de enero de 1521, tropas reales pasaron por Ampudia pensando en reabastecerse, pero los villanos locales les negaron las vituallas además de abuchearlos, a lo que el capitán de las huestes respondió con preparativos de asedio, ante lo cual los ampudianos se apresuraron a rendir la villa, haciendo lo mismo el alcaide del castillo, Sancho del Campo, al servicio del conde de Salvatierra aliado de los comuneros. En la mañana del 17 de enero, un numeroso cuerpo de ejército comunero bajo el mando de Juan de Padilla avistó Alcudia, y las huestes reales huyeron a la vecina fortaleza de Torremormojón; hasta allí les siguió Padilla, y los realistas volvieron a huir, aunque inicialmente, la villa no se rindió y se aprestó a su defensa. De regreso en Ampudia, Padilla permitió, mediante negociación, que los defensores salieran con sus caballos y sus armas. Tras la toma de la villa, se encaminaron a Medina de Rioseco, que no pudieron tomar; se había iniciado el principio del fin de la revolución comunera que se produjo el 23 de abril de 1521 en Villalar.


Pese a las promesas de la Corona dirigidas a los vecinos de Ampudia de mantenerla como villa de realengo, en 1525, Atanasio de Ayala y Rojas, hijo del conde de Salvatierra, recuperó parte del feudo de su padre previo pago de veinte mil ducados, aunque dada su minoría de edad, el señorío quedaría bajo la tutela del condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza, período este en el que el castillo de Ampudia se convertirá, por algún tiempo, en prisión de los herederos de la Corona de Francia.


El 25 de febrero de 1525, tuvo lugar la batalla de Pavía (Italia), en la que el rey Francisco I de Francia cayó prisionero, y cautivo fue trasladado a Madrid, donde el 14 de enero de 1526, se vio obligado a firmar el tratado de Madrid con Carlos I-V por el que, entre otros importantes puntos, estaba el de que, él era liberado y entregaba a sus dos hijos mayores –Francisco, delfín de Francia, y Enrique, duque de Orleans-, como garantía de su cumplimiento del tratado. Los príncipes franceses quedarían retenidos en España hasta que su padre cumpliera las condiciones del tratado. La Corona confió la custodia de los príncipes galos al condestable de Castilla, don Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza, misión que tras su muerte en 1528, pasó a su hijo, don Juan de Tovar, primer marqués de Berlanga. Comenzó así un largo peregrinar de los prisioneros por las posesiones de los Fernández de Velasco: Ampudia, Berlanga, Pedraza y Villalpando, que durará hasta la firma de la Paz de las Damas (tratado de Cambray), el 1 de julio de 1530.


Antes de la muerte del condestable, don Atanasio de Ayala y Rojas, desencadenó una pugna por su sucesión en el señorío de Ampudia, motivada por los indicios de ilegitimidad que pesaban sobre sus herederos naturales. El 25 de agosto de 1597 se dictó sentencia, confirmada en diciembre de 1599, a favor de don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, quien se convirtió en señor de pleno derecho de la villa, a la que favoreció con ciertos privilegios, como el traslado de la Abadía de Husillos con rango de Colegiata; la fundación del Convento de San Francisco, que llegó a tener cátedra de latín; la concesión de un mercado franco todos los viernes del año, y la feria franca anual del 8 al 15 de septiembre. 


Este señorío sirvió al luego duque de Lerma para proporcionar al monarca, Felipe III, jornadas de descanso dedicadas a la caza y a las celebraciones festivas, aunque también fue testigo de deliberaciones políticas como las que concluyeron con el definitivo traslado de la capitalidad de España de Valladolid, donde llegó el día 1 de enero de 1601, regresando a Madrid el día 4 de marzo de 1606. Tras la pérdida del favor real por parte del duque de Lerma en 1618, la villa de Ampudia fue entrando en un lento y largo proceso de decadencia y abandono. 


Durante el siglo XVIII, la villa estaba controlada por el clero y las desamortizaciones de Juan Álvarez Mendizábal, decretos de 19 de febrero y 8 de marzo de 1836, acabaron con su poder.
Hoy nos encontramos con un municipio pequeño, principalmente agrícola, que en parte ha sabido conservar las huellas de su suntuoso pasado. En el año 1965 Ampudia fue declarada Conjunto Histórico-Artístico.


En la actualidad, la villa de Ampudia se articula en torno a dos hitos de su pasado: el castillo y la colegiata de San Miguel, vigilantes perennes del discurrir de la villa.


El castillo. De traza gótica tardía con cuatro fuertes torreones, hoy quedan tres, el otro se desplomó debido a las bodegas artesanas que rodean su solar. Su fachada, aún hoy luce el blasón del duque de Lerma. Este tipo de castillo señorial presenta unas características muy particulares, tanto en el carácter defensivo de su recio exterior, como en la parte residencial en su interior, que asume las funciones palatinas y domésticas con componentes arquitectónicos y ornamentales, como ventanales, galerías, salones con chimenea, yeserías, etc. 


La colegiata de San Miguel. Es un templo con tres grandes naves que se construyó a lo largo de los siglos XII al XVII, con una esbelta torre de 62 metros de altura, hoy nombrada «Giralda de Campos». 

 

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