Carmen Quintanilla Buey

Otra mirada

Carmen Quintanilla Buey


El chocolate de las señoras

04/03/2023

No lo he conocido, aunque me remonte y retroceda, tan atrás no llego. Pero sé que hubo una etapa, y no demasiado lejana, en la que a juzgar por novelas inspiradas en ello, en biografías, o en casos narrados por experiencia, las damas de la alta sociedad se reunían cada tarde para tomar chocolate con picatostes. Los picatostes debían ser algo así como las torrijas de ahora: rebanadas de pan, empapadas en leche, rebozadas en huevo y fritas hasta dorarse. Es decir que entre el chocolate la mar de espesito y cuatro o cinco picatostes por señora, el colesterol de aquellas damas andaría por las nubes, pero entonces no se lo controlaban. La reunión era diaria, cada tarde en casa de una del grupo de amigas. Y por lo tanto, a fuerza de tardes, las pudibundas damas tendrían el riñón más cubierto que el de Shakira. Al parecer, en aquellas reuniones se hablaba mucho del servicio doméstico, de novelas de Charles Dickens, y se deliberaba sobre la forma de lograr que los ricachones las entregasen dinerazo, que luego ellas irían a llevárselo a los pobres, dándose mucho tono. Acudían a aquellas Beneficencias de la posguerra, con niños de cabecillas rasuradas y babis a rayas, de aquellos niños con sandalias de tiras en el mes de enero, de aquellos niños con calcetines remendados a huevo, niños con sabañones y mocos largos hasta la boca, y que las madres gruñonas llamaban 'velas', de aquellas Beneficencias con olor a cuartel y frío de panteón. De aquellos niños, brotaron muchos hombres a los que les dolieron muchas cosas. Bueno, pues las señoras del chocolate de las cinco, que no soportaban que sus hijos mirasen a las hijas de los porteros de sus casas, que no toleraban las bodas con diferencia de categoría social y que hacían comer a la chacha en el fogón, se morían por el portero si era guapo, sus bodas las hicieron, no con calculadora, porque entonces no existían, pero sí muy calculadas. Y cuando ellas fueron chachas, cuando las sentaron a comer en el fogón, ya habían goloseado todo lo que pillaban por la alacena. Todo esto nos demuestra que, afortunadamente, hoy deambulamos las mujeres a cara descubierta. Los tiempos han cambiado para bien. Somos menos tiquismiquis. Si queremos, besamos sin escondernos. Y nuestras reuniones, con chocolate incluido, son todo un alarde de nobleza y distracción. Pero llegará un día en el que las reuniones se celebren en las nubes y alguien diga: -«Os aseguro que hubo un tiempo en el que las tertulias se componían de cabezas agachadas contemplando teléfonos móviles. Y la respuesta será: ¡Joer, pues vaya mierda de tertulias!.