La maldición de la sal

Isabel Laguna (EFE)
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La Catedral de Cádiz cumple 300 años de esplendor desde su construcción con el foco puesto en proteger un templo aquejado de un enemigo tan minúsculo como implacable

La maldición de la sal

Hace ahora 300 años, cuando, gracias al comercio con América, Cádiz disfrutaba de su mayor esplendor económico y social, la ciudad comenzó a construir una nueva catedral, un icono que, desde su misma inauguración y hasta hoy, lucha contra un enemigo tan minúsculo como implacable, la sal.

Tras 116 largos años construcción, el mal de la sal que sufre este imponente seo, única representante en España del estilo barroco moderno e inspiradora de muchas otras, dio la cara apenas fue inaugurada, en 1838.

El origen de su problema «congénito» forma parte también de su belleza y de su cercanía al mar, porque pocas catedrales hay tan limítrofes a la orilla del océano. Tan próxima que el pozo del que se extrajo el agua para su construcción, ubicado en su cripta, era de agua dulce o salada dependiendo de las mareas de la ciudad.

Además, para complicar más su situación, los constructores emplearon arenas de playa para realizar los morteros, impregnadas de sal, con lo que la cal no acaba de fraguar nunca.

El gran almacenamiento de esta sustancia en el edificioi religioso se hace más dañino aún con un clima como el de Cádiz, con cambios constantes y frecuentes de ciclos húmedos y secos.

«La sal en estado sólido es inerte.El problema es que la humedad de la ciudad la disuelve, y al secarse de nuevo con sus vientos, vuelve a estado sólido, con un aumento de volumen, lo que produce roturas», explica el arquitecto Juan José Jiménez Mata, que durante décadas se encargó de las obras de restauración en el templo.

Su construcción empezó en 1722, en un momento de euforia de la ciudad, a la que acaba de trasladarse la Casa de Contratación y con ella los enormes beneficios del comercio y del cuartillo que debían pagar como impuesto todas las mercancías que entraban desde América a su puerto.

La seo que entonces había (que coexiste en la ciudad como Catedral vieja) «era magnífica en su momento», pero «se quedó pequeña para el orgullo de la ciudad», relata el deán Ricardo Jiménez.

Así tras derribar un barrio entero que se asentaba en el espacio elegido, las obras empezaron con piedras de mucha calidad, mármoles de Mijas o Tortosa, y acabaron con materiales de peor clase, con piedras más afectables. Por eso los mayores problemas están en la parte superior.

Apenas tres meses después de concluir la obra, los responsables ya notaron que había imperfectos, ya que de sus bóvedas caían lascas, lo que significaba que la sal empezaba a hacerse notar en la enorme superficie de las cubiertas.

Uno de los episodios más graves sucedió en los años 70 cuando una gran piedra cayó sobre un banco del templo, apenas un día antes de que se celebrase unas Comuniones.

Llegó a estar cerrada durante 16 años. Para reabrirla, en los 80 se decidió colocar una inmensa red bajo los más de 3.000 metros cuadrados de sus cubiertas, para que las lascas o piezas que se desprendieran no cayeran más abajo.

La malla «no es una solución, es una precaución», afirma Jiménez Mata. Él se encargó de sustituir la primera que se puso, que hicieron los rederos del muelle con nylon, un material que se deterioraba.

Bajo su dirección en los 90 se sustituyó por otra de una fibra más resistente, que aún hoy se mantiene para que las lascas no caigan sobre los fieles o sobre los 300.000 visitantes que anualmente acceden al templo.

«Convendría ver si su eficacia sigue existiendo», explica el arquitecto jubilado, que dejó de trabajar para las restauraciones de la Catedral en 2014.

Más allá de las caídas de pequeñas piedras, el mal de la sal afecta a toda la piel del edificio. La situación del inmueble se reflejó en un plan director de 2009 que «se quedó en el camino», apunta el profesional.

Se han hecho numerosas restauraciones en distintas zonas, la última en una capilla durante el confinamiento. «Se necesitaría una cuadrilla de albañiles» haciendo tareas de mantenimiento constantemente, asegura.

Un nuevo brillo

Cuando este año se conmemoran 300 años del inicio de su construcción, la Catedral no se rinde en su guerra contra la sal. «No nos resignamos a decir que la seo tiene un problema que no se puede solucionar y que es un edificio condenado, al contrario», aseverá el presidente del Cabildo.

«Queremos trabajar para que esta dificultad histórica se vaya afrontando», añade. Por eso ahora se ha encargado una actualización del plan director, para marcar «una hoja de ruta» y «ver cuales son las actuaciones más necesarias».

Una lucha cuyo coste no puede precisar: «Lo que sí sabemos es que supera las posibilidades de ingresos de la Iglesia en la ciudad. Eso nos hace buscar ayudas públicas o de fundaciones o empresas».

Por el momento, ya hay un equipo de arquitectos comandados por Venancio González para plantar cara a la sal, un proyecto que comenzará por las dos torres y se extenderá por todo el inmueble religioso para que la Catedral recupere todo su explendor.

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