Un 'Verano Azul' eterno

Agencias
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La emblemática serie de Antonio Mercero cumple 40 años convertida en un referente intergeneracional al poner sobre la mesa arduos asuntos para la sociedad de la época, algunos de ellos vigentes hoy en día

Verano Azul, la mítica serie televisiva que llegó a los hogares españoles a principios de los años 80, pervive aún en la memoria colectiva cuando se cumple el 40 aniversario de su estreno, una producción que se acabó convirtiendo en todo un fenómeno y que supuso un auténtico punto de inflexión en la sociedad de la época.

También fue un antes y un después para la localidad turística de Nerja, situada en la Costa del Sol Axarquía -en Málaga-, que sirvió de escenario para el rodaje de unos episodios que proyectaron la imagen de este pequeño pueblo costero hasta convertirlo en centro de peregrinación de los amantes de esta producción, dirigida por Antonio Mercero.

La playa de Burriana o el emblemático Balcón de Europa fueron cómplices de las aventuras de la pandilla de niños y adolescentes formada por Bea, Desi, Javi, Pancho, Quique, Piraña y Tito, siempre acompañados de la compañía del carismático pescador Chanquete y la bohemia pintora Julia.

En aquellos capítulos, que sentaban a toda la familia frente a la televisión, se pusieron por primera vez sobre la mesa arduos asuntos para una sociedad que había asistido meses anteriores a un intento fallido de golpe de Estado, pero que comprendió la «necesidad» de introducir este tipo de debates.

Así lo recuerda en una entrevista cel actor Miguel Joven, que encarnó al personaje de Tito. «Nuestros padres venían de un régimen dictatorial y nosotros éramos la primera generación que nacíamos en democracia y exigíamos la libertad como un derecho», señala para destacar el papel ejercido por Mercero a la hora de plantear cuestiones sobre las que discutir.

Y es que la serie abordó cuestiones universales como el amor o la amistad, pero también se atrevió a tratar temas muy vigentes en la actualidad como la existencia de modelos de familia no convencionales, la soledad de los mayores o los desahucios, e incluso entró en la conciencia ecológica.

Cuatro décadas después, Miguel aún recuerda que con solo seis años -al terminar el día de las grabaciones- su padre le recitaba el guion que tenía que memorizar para el día siguiente. «Así me aprendí no solo el mío, sino también el de todos los demás».

Y es que la historia de Miguel Joven es una casualidad, «de esas que ya no pasan», tal y como él mismo define, ya que su vida cambió cuando, una vez llegado todo el elenco de actores desde Madrid, el niño escogido para interpretar el papel de Tito no acabó dando los resultados esperados.

Francisco Ortega, más conocido como Ayo, que ya entonces regentaba el chiringuito donde comía todo el equipo, fue quien recomendó a Antonio Mercero que diera una oportunidad al «espabilado» hijo de un camarero catalán que trabajaba en su merendero.

Miguel se acabó alejando del mundo de la interpretación y ejerce actualmente como monitor de actividades de aventura, a la vez que enseña a los turistas los rincones de Nerja que salían en Verano Azul para que comprueben que son «reales» y puedan «disfrutar de ellos de verdad».

Cuarenta años después de su llegada a la televisión, Miguel asegura vivir su verano azul cada año: «Nunca ha terminado».

El chiringuito perfecto

Y Ayo, camino de 53 veranos haciendo las famosas paellas en el chiringuito al que su apodo da nombre, cuenta que Antonio Mercero buscó por todo el Mediterráneo, «desde Castellón hasta Estepona», un chiringuito que estuviese abierto todo el año y tuviera un buen clima, ante lo que añade que en 1979 «el único que cumplía estas características» era el suyo.

Relata que en aquella época, cuando parecía un «neandertal» al ir descalzo y «con una cuerda amarrada a la cabeza» mientras atendía a sus clientes, alquiló el merendero y las hamacas al director de la serie, quien le propuso también aparecer en un capítulo junto a una yegua que tenía.

«Yo le pregunté si me iban a cobrar dinero y me contestó que encima me iban a pagar». La yegua y él tenían el mismo caché: «Me dieron 45.000 pesetas para mí y otras 45.000 para ella», entregas que se repitieron durante los cuatro años siguientes.

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