César Merino

César Merino


Una nueva revolución cultural

21/03/2022

Disfrutaba hace unos días viendo la magnífica película Senderos de gloria, dirigida por Stanley Kubrick en 1957, que cuenta la historia de un regimiento del ejército francés, durante la Primera Guerra Mundial, al que su general al mando encarga tomar una colina defendida por los alemanes, en una acción muy peligrosa y casi de imposible ejecución. 
Pocos años después de que finalizaran estos combates y aún bajo su impacto, uno de los principales ideólogos del período de entreguerras, el comunista italiano Antonio Gramsci, acuñó una distinción clave al hablar de «guerra de movimientos» frente a la «guerra de posición», para explicar el curso que debería adoptar una revolución duradera y hegemónica, la que lograría un control definitivo de la sociedad a través de la cultura.
Su argumento, en síntesis, es que las revoluciones operadas hasta entonces, como la francesa o la rusa, realizadas como un asalto al poder desde el exterior, fueron traumáticas pero difíciles de consolidar. Sin embargo, la revolución a la que él dedicó todos sus esfuerzos, debía desarrollarse de manera apenas perceptible, penetrando silenciosamente en las instituciones hasta conseguir su dirección intelectual y lograr desde ella la hegemonía cultural de la sociedad, definida por hombres con un nuevo sentido común.
En la visión de este pensador, un cambio así, alcanzado de manera insensible, se mantendría no por la fuerza, salvo en casos muy excepcionales, sino por la obediencia de la gente obtenida con técnicas de aislamiento y autocensura, y con la acuñación de nuevos conceptos a través de la manipulación del lenguaje y, sobre todo, con la prohibición de tratar de todos los temas incómodos, que serían calificados como subversivos por el orden establecido.
En el dominio actual de la corrección política y de la cultura de la cancelación, desnaturalizando el significado de las palabras y los principios biológicos, acallando nuestra opinión por miedo, no protestando por la censura y la falta de pluralismo informativo y de libres debates, o por el revisionismo que derriba estatuas y pretende imponer su concepción de la Historia, es muy fácil reconocer la antesala del paraíso comunista soñado por Gramsci.