OPINIÓN

 

Recientemente asistimos al funeral de este gran compañero en Abia de las Torres (Palencia), a quien, emocionados, despedimos con el vibrantex cántico de Labordeta, «Somos como esos viejos árboles». Por estos lares de Castilla, por este desierto demográfico, por los grandes espacios terracampinos, hermanados a valles, vegas, lomas, montañas, y por extensas paramías, resulta más que dolorosa la pérdida de un compañero ejemplar, líder en la defensa del pequeño campesino, del territorio y del medio natural. 
Palencia en toda su extensión llora su pérdida. Pero el espíritu de Pablo permanece, ya que sembró generosamente sementeras de hermandad, de solidaridad, de mutualismo con raíz profunda, de sindicalismo de clase, y de Cooperación con mayúscula. Sindicalismo centrado en la Unión, -fuerza recíproca-, y Cooperación traducida en la idea comunitaria de aunar voluntades para forjar iniciativas, recuperar mercados a través de cooperativas, y exigir estructuras agro-ganaderas con amplia base social.
Rechazaba la economía de escala, los monocultivos, los agro-tóxicos, y apostó firmemente por los alimentos ecológicos a través de ARCO, las semillas naturales y los productos de cercanía. Su presencia en la plaza Mayor de Palencia, en el mercado de los sábados, alentaba y afianzaba los distintos puestos con oferta de productos ecológicos. Grata presencia la de este campesino luchador, forjado en el espíritu de Amayuelas, cuyas acciones rebasaban el ámbito agrario para hacer frente también a las agresiones ambientales, como la pretensión de instalar un almacén nuclear en Congosto de Valdavia y en Lomas de Campos, una planta incineradora de residuos industriales en Ampudia, la introducción de semillas transgénicas, las futuras macrogranjas de vacuno y ovino, y las actuales e invasivas pocilgas de crianza masiva de cerdos. 
En su mente no cabía el concepto de explotación agraria o ganadera (amaba la Tierra), sino la idea avanzada, respetuosa y racional de empresa familiar agraria, encuadrada en el ámbito individual o comunitario y proyectada en el cooperativismo libre y solidario sobre bases autogestionadas, tanto en las escalas de producción como en las fases de industrialización y comercialización. Con los pies en la tierra y la mente en el bien común, abordó asedios, ataques y resistencias provenientes de caciques y sindicalistas cicateros, cuyo linaje está ligado a los centros de poder, a las corporaciones y a grupos de acaparamiento de tierras. 
Vivía intensamente la despoblación forzada y no faltó su presencia reivindicativa en las campas comuneras de Villalar. Su aliento era de Vida y de amor a la Tierra, acariciando un sueño de liberación campesina, y persiguiendo siempre la Utopía: «Un mundo nuevo es posible». Por eso yo te canto, Pablo, -in memoriam- el himno de los jornaleros del Campo en América del Norte, cuyo sindicato La Unión de Campesinos y su líder Cesar Chávez hicieron inmortal:
«DE COLORES SE VISTEN LOS  CAMPOS»…