Palencia, Roma y la peste de 1522

Rubén Abad
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Once pueblos están agregados a San Marcelo, la archicofradía que salvó a Roma de la peste en 1522. El Crucifijo se considera milagroso desde que en 1519 la iglesia en la que estaba custodiado sufriera un incendio, quedando intacta la imagen

El antiguo Archivo Secreto del Vaticano (conocido actualmente como Archivo Apostólico) esconde tantos misterios como tesoros hay entre sus muros. Legajos repletos de historia, documentos que son testigos del pasado y pergaminos que dan fe de grandes acontecimientos de calado internacional. Entre sus documentos ha buceado durante cuatro años el profesor José Luis Alonso-Ponga, del departamento de Prehistoria Antropológica Social de la Universidad de Valladolid, quien ha investigado a fondo sobre la archicofradía del Santo Crucifijo de San Marcelo, que salvó a Roma de la peste en el año 1522, y que ahora vuelve a primera línea mediática al ser la imagen a la que rezó Francisco en solitario hace unos días en la plaza de San Pedro.

El Papa Pío IV concedió en 1564 a esta archicofradía la facultad de agregar a otras hermandades de todo el globo terráqueo que estuvieran bajo la advocación de la Vera Cruz y el Santísimo Crucifijo. En el caso concreto de Palencia, hay once cofradías agregadas a Roma, todas ellas radicadas en pueblos de la comarca de Tierra de Campos: Paredes de Nava, Capillas, Santoyo, Piña de Campos, Villarramiel, Marcilla, Amusco, Osorno, Amayuelas de Arriba, Población de Campos y San Cebrián de Campos. Todas ellas agregadas entre los años 1578 y 1591, algunas de ellas ya desaparecidas, aunque con un pasado glorioso.

«El porqué y cómo consiguieron estos pueblos la agregación es un misterio, pues hay muy pocas en el resto de España y apenas 40 en todo Castilla y León. Se cree que a finales del siglo XVI había en Roma algún clérigo importante natural de esta zona», explica el profesor, quien destaca que «la importancia de unirse a ella era la cantidad de indulgencias que tenía». La más importante era la indulgencia plenaria, que se concedía a todos los que entraban, a los que asistían a la procesión en Roma, a los que participaban en los desfiles de los pueblos agregados los Viernes Santos y a los que visitaban la ermita, por ejemplo.

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