Obituario: Adiós a un músico de los de raza, un viejo roquero

Javier Blanco Calvo
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Javier Callejo, fundador de Los Kávernos y de Greda; también cantante ocasional en Los Caravell's y en Marina Punto Azul, acaba de fallecer a los 75 años de edad

Javier Callejo aparece sentado en la imagen - Foto: Cedida por Javier Blanco Calvo

Otro músico de los de raza, otro viejo roquero nos ha dejado. Esta vez ha sido Javier Callejo, fundador de Los Kávernos y de Greda;  también cantante ocasional en Los Caravell's y en Marina Punto Azul. Una vez más el covid, esta vez persistente, se alió con la crueldad de la enfermedad que durante algunos años permaneció aferrado en su pentagrama vital de corcheas y semicorcheas. Como músico fue un innovador, un agitador que trató de abrir las mentes desde una sociedad que le era claramente hostil. Ni los sesenta años cantando pudieron con unas cuerdas vocales que empezaron interpretando rock and roll y acabaron elevándose al cielo desde las bóvedas de la catedral palentina, en el coro de la seo y también en la Coral Vaccea.

Aparte de Pilar, su mujer, de su hijos Elena, Azucena, Blanca y Jesús, y de sus cuatro nietos, Javier presumía de pocas cosas. Quizás de ser hijo de Senén y de Matura y de haber vivido y ser vecino del Parque Móvil. Eso sí, era difícil que en sus conversaciones no aparecieran dos territorios geográficos vitales y añorados: uno era Palencia; el otro Cantabria, su querido paisaje campurriano, pasiego y lebaniego que conocía muy bien. Siempre tenía una retrospectiva que insertar en la conversación, porque siempre agregaba algo provechoso, útil y práctico al coloquio. Era elegante, calmado, medía sus palabras y juicios; detestaba el chismorreo ocioso y gratuito. Defendía lo que él llamaba el test del tiempo y manifestaba ostentosamente su amistad con los colegas músicos. Como decía Ortega: «el hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia». Y Javier tiene una historia en la música en Palencia. 

Despuntaba la mitad de los años 60, cuando los mellizos Alfonso y Juan Manuel Vaquero Martín (bajista y batería respectivamente), Javier Callejo Prieto (voz solista) y Miguel Rodríguez Saínz  Michel (guitarra) fundaron Los Kávernos. Callejo procedía de Los Caravell´s y Michel había formado parte de una rondalla con anterioridad. Sus influencias musicales soplaban desde la costa oeste británica, concretamente de Liverpool, ciudad portuaria y cuna de Los Beatles. Por eso, no es extraño que su repertorio, en un principio, estuviese integrado por los éxitos más reconocidos del cuarteto británico, aunque después iría derivando hacia el soul, con canciones de Arthur Conley, Ottis Redding,  Diana Ross y The Supremes, además de Aphrodite´s Chile.

Su lugar de ensayo - garito como se conocía entonces - estaba situado en  la calle General Mola, en la casa de Michel, encima de una chatarrería. El local presumía de tener como techo la reproducción de una cueva de estalactitas que hicieron con cartón y escayola en alusión a The Cavern, templo de la beatlemanía, de ahí su nombre: Kávernos. Además, tocaban en los guateques para sus seguidores y seguidoras los temas ensayados. Y es que Los Kávernos alardeaban de haber contado con un club de fans propio. Como en tantas otras formaciones, la mili provocó los cambios obligados de sus componentes y las renovaciones en sus filas; es el caso de Alfonso y Juan Manuel en el año 1971, y de Javier Callejo en 1969, incorporándose al Ferral. En este año ingresaría en el grupo Nes como teclista. Precisamente la mili finiquitó a Los Kávernos, pero dio a luz a una nueva formación impulsada por Javier Callejo en 1972: Greda. Junto a Javier iniciaron esa nueva experiencia Pedro Rodríguez y Ángel Antolín, de Marina Punto Azul; José Ortega Cortijo, de Los Moldes, y Juan Carlos Pipo, de Fango. 

Tras unos años de sosiego, Javier se refugió en el canto religioso porque su voz de tenor se lo permitía; mientras, su cuerpo luchaba contra la enfermedad que le arrebató la salud, pero manteniendo siempre viva la dignidad y la esperanza. Se definía como anárquico, dentro de un orden –decía-, y reservaba un tiempo para cuidar sus plantas y aficiones, algunas curiosas, entre ellas la colección de planos de toda España. Pero sobre todo seguía siendo amigo de sus amigos, entre los que con su permiso me reconozco. 

Hoy puedo confesar que siento una gran tristeza y desolación. Te echaré de menos, Javier, por lo mucho que aprendí contigo. Y cuando en la radio escuche de nuevo a Miguel Ríos cantar «Los viejos roqueros nunca mueren», me acordaré de ti. «Hoy la radio habló de aquellos tiempos en que el rock le dio a la juventud un signo nuevo. Fue como un repaso por la historia de las viejas estrellas de los 60. Hoy al escuchar los viejos temas me encontré con veinte años más de carretera. Un largo camino que me enseña que los viejos rockeros nunca mueren. Que los viejos rockeros nunca mueren» (Miguel Ríos).