Ampudia y el conde de Salvatierra

José María Nieto Vigil
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Palencia durante la Guerra de las Comunidades

Ampudia y el conde de Salvatierra

Finalizaba el mes de diciembre de 1520 y con él, de manera definitiva, daba inicio el año de 1521, el final del sueño de libertad que la revuelta, revolución o Guerra de las Comunidades había aspirado para una Castilla más justa, menos amordazada y sometida a los caprichos imperiales del ya proclamado emperador, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico.


Las tierras castellanas se encontraban sumidas en una espiral de violencia, luchas, enfrentamiento y necesidades de un pueblo maltratado por los rigores fiscales, el latrocinio de los extranjeros de la corte real y las exigencias naturales de un campo, maltrecho y malparado por una contienda que se estaba prolongando más de lo que se podía haber previsto inicialmente, desde que en las Cortes de Valladolid, luego de Santiago de Compostela y La Coruña, las ciudades con derecho a voto –dieciocho para ser exactos- habían manifestado su malestar en las tensas sesiones celebradas.


Los comuneros habían radicalizado sus posiciones, pese a las voces disidentes que se habían manifestado –Pedro Laso de la Vega y Guzmán (1492-1554), regidor de Toledo y señor de la Cuerva, destacado jefe militar de las milicias comuneras o, por la ¿traición? O ¿deserción? de Pedro Girón y Velasco (1477/78-1531, II conde de Urueña, con Grandeza de España y capitán general comunero nombrado por la Junta de Tordesillas tras la batalla de Tordesillas (5 de diciembre de 1520), retirado a su castillo de Peñafiel-, dadas a entablar negociaciones y acuerdos con el bando realista. Sea como fuere, los ataques contra los dominios señoriales habían decantado, de manera definitiva, el apoyo de estos a favor del rey y emperador.

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 Tras la toma de Tordesillas, de enorme valor político y estratégico, la Junta se apresuró a reorganizarse en Valladolid, donde se establecería la Santa Junta, para reemprender sus operaciones militares. Sin nombramiento de facto, sí de hecho, aclamado por las multitudes, Juan de Padilla (1490-1521), hasta entonces capitán general de la Comunidad de Toledo, se convertiría en capitán general del ejército sublevado. Su posición personal era ajena a entablar cualquier diálogo con los realistas. Junto a él, el obispo comunero de Zamora, Antonio Osorio de Acuña (1460-1526), el más radical de los cabecillas de la Comunidad, iniciarían durante el mes de enero de 1521 una activa, prolífica y exitosa campaña militar por la Tierra de Campos vallisoletana y palentina.


Las espadas estaban en alto y el pulso a Su Cesárea Majestad se mantenía firme, incontestable y proactivo. Desde el punto de vista político, de las catorce ciudades que se habían decantado a favor de la causa comunera, dos de ellas, Soria y Guadalajara, ya no enviarían jamás representantes  –procuradores- a Valladolid. Así pues doce de las dieciocho ciudades con derecho de voto en Cortes se mantenían del lado de los ya declarados traidores por el emperador (Edicto Real de Worms de 1520).


La Junta de Valladolid tenía previstos en sus planes de actuación varios puntos importantes que acometer: la recuperación de Tordesillas, algo que pronto se desvaneció merced a los acontecimientos ocurridos en los comienzos de 1521; la expedición contra Burgos, que todavía no había conseguido sublevarse de manera definitiva contra el III condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza (1462-1528), II duque de Frías y IV conde de Haro, que mantenía a raya a los sediciosos y que constantemente y de manera reiterada reclamaba el envío de tropas; finalmente, la recuperación de  la iniciativa en Tierra de Campos, para lo cual fue nombrado el obispo comunero de Zamora, con plenos poderes y que daría lugar a una dictadura, enormemente fructífera y atroz, por violenta y cruel, entre el 24 de diciembre de 1520 y enero de 1521.

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Acuña consiguió, a golpe de asalto, saqueo, intimidación y sitio, reverdecer el lánguido y adormecido fervor comunero. Muchos fueron los recursos que obtuvo en forma de tributos, riquezas expoliadas, tropas reclutadas y víveres para las maltrechas arcas de la Comunidad. Después de haber levantado una organización afín en Palencia, iniciaría una febril y efectiva campaña militar desde el siete de enero.  Fuentes de Valdepero, Trigueros, Castromocho, Becerril, Paredes de Nava, San Cebrián, Cervatos, Carrión de los Condes, Villalcázar de Sirga, Frómista, Piña, Amusco, Támara, Frechilla, Tariego, Cordovilla La Real o Astudillo, guardan memoria de aquellas galopadas desenfrenadas de Acuña y de sus expeditivos métodos de actuación antes de su definitiva marcha a tierras toledanas.


Los realistas, tras meses de desorganización (agosto-diciembre de 1520), habían conseguido hacerse fuertes, rearmándose militar y políticamente. Adriano de Utrecht (1459-1523), obispo de Tortosa, inquisidor general de Castilla y de Aragón, regente del reino en ausencia del rey, protegido al amparo del IV almirante de Castilla, Fradique Enríquez de Velasco (1460-1588), señor de Medina de Rioseco, II conde de Melgar, virrey de Castilla, desde la ciudad de los almirantes, trataba de poner en orden las huestes de los señores leales al soberano, algo que ya quedó suficientemente acreditado en la batalla de Tordesillas. A la vez, de manera permanente, mantenía informado al emperador de la evolución de los hechos que estaban produciéndose.


Su fuerza militar aumentó, merced al apoyo de tren artillero llegado del norte, de las mesnadas aportadas por los señores leales y, por las tropas de refresco llegadas de Asturias acompañadas por el corregidor de Oviedo y del Principado de Asturias, Pedro Zapata, por sobrenombre el Galán. Tampoco podemos olvidar la importancia de los soldados que Francés de Beamonte,  hermano de Luis III de Beamonte (1470-1530), II conde de Lerín, I marqués de Huéscar y condestable del Reino de Navarra, tenía bajo su mando en Tordesillas. Se trataba de parte de la tropa de Gelves, reclutada por el condestable, desembarcadas en Cartagena en julio de 1520, tras su éxito en la toma de la isla de Djerba en 1519, frente a las costas de la Berbería, actual Túnez. 

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Los comuneros se encontraban en una situación geoestratégica peligrosa e incómoda. En la retaguardia sentían la amenaza que llegaba desde Medina de Rioseco y Tordesillas, en la vanguardia estaba el condestable, en Burgos. En medio, Valladolid y Tierra de Campos, en donde la fortaleza de Magaz, dificultaba los movimientos de las milicias y vías de aprovisionamiento de Palencia mediante escaramuzas y ataques. Su alcaide, Garcí Ruiz de la Mota (¿?-1544/45), alcalde mayor de Burgos, señor de Otero de Guardo y procurador, representando a la ciudad burgalesa en las Cortes de Santiago y La Coruña. Su hermano, Pedro Ruiz de la Mota (¿?-1522), obispo de Badajoz, hombre del séquito y del círculo de confianza del emperador, había sido nombrado obispo de Palencia (4 de julio de 1520), como respuesta a la proclamación anticanónica de Acuña por parte de los comuneros, como obispo de la diócesis palentina. Esta decisión fue contestada con algaradas populares en la ciudad.


La reina Juana I de Castilla (1479-1555), volvería a estar bajo la ruda y despiadada tutela del II marqués de Denia y I conde de Lerma, Bernardo de Sandoval y Rojas (1480-1536). La pérdida del amparo político de la soberana, también del sello real, situaba a la Junta fuera de cualquier legitimidad oficial para cualquier documentación que quisiera emitir. Era, sin lugar a dudas, un serio revés para sus expectativas. Tres meses estuvo la reina de Castilla bajo tutela comunera, sin haber cedido en su posición de ser desleal a su hijo.


Señor de ampudia y conde de Salvatierra. Pedro López de Ayala (1470-1524) era el Señor de Ampudia. Entre sus altas distinciones destacan: I conde de Salvatierra, merino mayor de Guipuzcoa, Señor de los valles de Ayala (Álava) –Llodio, Arceniega, Arrastaria, Urcabusturiz, Cuartango, Valdegovia, Morellas y Orduña- mariscal de Castilla, y capitán general del norte del ejército comunero, nombrado por la Junta de Tordesillas el 26 de noviembre de 1520. Su responsabilidad comprendía Guipuzcoa, Álava y de 'Burgos a la mar'. Los títulos de conde, merino y mariscal eran hereditarios por línea paterna. 

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Casado, en primeras nupcias, con Aldonza de Zúñiga y Velasco (1451-1511), condesa de Paredes, fallecida durante el parto de su hijo neonato muerto. Su segundo casamiento es con Margherita de Saluzzo y Monteferrato, en 1515, hija de Juana Paleólogo de Monteferrato (1466-1490) y Ludovico II de Saluzzo (1438-1504), marqués de Saluzzo. 


Su padre era García López de Ayala Herrera (1440-1488), mariscal de Castilla, merino mayor de Guipuzcoa y señor de Empudia (Ampudia). Su madre, María Sarmiento Manuel (1450-1502). Su hermana, Mencía de Ayala, fue la segunda esposa de Antonio Fonseca (¿?-1532), señor de Coca y Alaejos.


Sus hijos, fruto de su matrimonio con Margherita, condesa de Monteferrato, fueron: Atanasio Sanz de Pedraza (1520-1604), conde de Salvatierra, casado con Isabel Rosao de Ceballos, hija de Diego de Castilla, señor de Gor, y Leonor de Benavides; Amadeo Sanz de Pedraza –fallecido joven- , Onofre Sanz de Pedraza y Juan Sanz Pedraza, casado con Isabel Rodríguez Ceballos.

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Era sobrino de Diego García de Herrera y Ayala (1417-1485), I conde de La Gomera, casado con Inés Peraza de las Casas (1420-1503), señora de las islas Canarias; Sancho de Herrera; Juan  García de Herrera; Luis de Herrera, fraile; Martín de Rojas, fraile; Elvira de Ayala Herrera, esposa de Pedro de Luna y Manuel (1414-1494), y señor de Fuentidueña; Inés Constanza Herrera de Ayala (¿?-1478), esposa de Pedro Vázquez de Acuña y Carrillo de Albornoz (1397-1482), I conde de Buendía; NN, el Clavero, García de Herrera, arcediano de Burgos; Fernando, el Decidor; García de Herrera y Ayala, I señor de Finestrosa, casado con María Mazuelo; SR Pero García de Herrera, marido de María de Montemayor y Lasso.


Su distinguido linaje castellano, también su rama toledana, le convierte en uno de los pocos grandes señores que se alinearán junto a la causa reivindicada por las Comunidades. Las razones de su vinculación con el movimiento comunero son al menos cuatro: 1) Descontento con la Corona, dado su carácter centralizador en detrimento de los privilegios feudales señoriales. 2) Contrarrestar el poder de las Juntas Generales de Álava (creadas en 1463), cada vez más influyentes.  3) Su profunda enemistad con el diputado general de la Hermandad de Álava, Diego Martínez de Álava (1489-1537). 4) Su constante enfrentamiento con el III condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco (1462-1528). A añadir, la relación de parentesco con Antonio Osorio de Acuña (1453-1526), nuestro obispo comunero de Zamora.


Sus abuelos paternos eran Pedro García de Herrera y Rojas (1390-1455), mariscal de Castilla, miembro del Consejo Real y general de la frontera de Jerez, I Señor de Ampudia, y María López de Ayala y Sarmiento y Castilla, señora de la Casa de Ayala y Valle de Ayala. Sus restos se encuentran en la colegiata de San Miguel de Ampudia –declarada Bien de Interés Cultural con la categoría de monumento por la Junta de Castilla y León, el 11 de noviembre de 2010-. Se trata de un sarcófago exento restaurado por Carlos Sanz Velasco en 2007, tras seis meses de trabajo. De autoría desconocida, de alabastro, mármol  y piedra caliza, es un magnífico ejemplo de arte funerario del gótico tardío. El coste de la restauración -47.000 euros- fue sufragado por la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León. Una obra bellísima en un entorno arquitectónico –la iglesia-colegiata- maravillosa. Los atuendos que visten los yacentes indican la alta distinción del matrimonio.

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Sus abuelos maternos eran Fernán II Pérez de Ayala (¿?-hacia 1421), señor de Ayala, y María Sarmiento y Castilla (1375-1438), señora de Salinillas.


Sancho de Rojas (1372-1422), I conde de la Pernía, obispo de Palencia (1406-1415) y arzobispo de Toledo, embajador, consejero y tutor real, funda el mayorazgo de Ampudia (1419), con el consentimiento de Juan II (1405-1454), a favor de su sobrino, Pedro García de Herrera. El obispo era hermano de Inés de Rojas (1345-¿?), casada con Hernán García González de Herrera (1380-1404), mariscal de Castilla, señor de Ampudia y de Herrera de Camargo; también lo era de Martín Sánchez de Rojas (¿?-1406), III señor de Monzón y Cabia, esposo de Elvira Manrique de Rojas (1385-1464), señora de Requena, Poza y Villaquirán.


Vemos cómo los ancestros de nuestro capitán comunero, Pedro López de Ayala, se entroncan con su linaje palentino, sin entrar en la línea toledana, no menos relevante y de menor alcurnia. Los linajes de Ayala, Sarmiento, Acuña, Rojas, Manrique, Osorio, Mendoza, Carrillo, Pacheco, Fonseca, Zúñiga, Lara, Benavides o Velasco, se entrecruzan creando un entramado nobiliar en el Reino de Castilla, con notable ascendencia sobre el poder político, económico, social y militar. Las alianzas matrimoniales entre las grandes Casas de la nobleza tejieron una tupida red de influencias y, en ocasiones, complicadas por segundos e, incluso, terceros enlaces matrimoniales, amén de los hijos naturales extramatrimoniales y de los hijos de eclesiásticos.


La relación con nuestro obispo comunero de Zamora, Antonio Osorio de Acuña,  se remontan a la abuela, María Manuel y Acuña de Castilla, casada en segundas nupcias con Juan Álvarez de Osorio (¿?-1437), señor de Villatugo, con quien tuvo a: María Osorio; Álvaro Pérez de Osorio, casado con María Pacheco, IV señora de Cerralbo; y Luis Vázquez de Acuña y Osorio (1426-1495), obispo de Segovia y de Burgos, consejero y oidor real de Enrique IV (1425-1474), el Impotente, y miembro del Alto Consejo del infante Don Alfonso de Trastámara (1453-1468), el Inocente. Un hombre presente en los acontecimientos más importantes ocurridos en el reino de Castilla en la segunda mitad del s. XV.


Pese a ser eclesiástico, tuvo dos hijos naturales con Aldonza de Guzmán: Diego de Osorio, quien recibió su herencia en régimen de mayorazgo y cuyos dominios se extendieron por la diócesis de Burgos y Palencia, siendo señor de Abarca, Villarramiro, Villahán de Cerrato y Vallejera. También destacó como regidor vitalicio de Burgos, participando activamente en la Guerra de las Comunidades frente a los sublevados. Destacó en la batalla de Tordesillas y en la de Villalar, siendo bien reconocido por el emperador por su probada lealtad. Estuvo casado con Isabel de Rojas. 


El otro hijo era el obispo comunero, Antonio Osorio de Acuña, embajador en Navarra y Roma, obispo de Zamora desde 1507, y comisario general de la Armada. Autoproclamado obispo de Palencia y líder comunero. Reclutó en su diócesis a una milicia de trescientos sacerdotes a los que transformó en aguerridos soldados.


El  conde de Salvatierra no guerreó en Tierra de Campos vallisoletana y palentina. No estuvo presente en la batalla de Ampudia, pues estaba batallando en las tierras burgalesas de las merindades y en Álava, siendo muy importante su labor militar, interceptando la llegada de armamento al servicio del condestable, sobre todo procedente de las guarniciones de Fuenterrabía.


Su final, como comunero, fue triste y lamentable. Tras la derrota sufrida en la batalla de Miñano Mayor (Álava), el 19 de abril de 1521, se refugió en la fortaleza de Fermo selle (Zamora). Allí permanecería hasta junio de 1521, desde donde pasaría a territorio de frontera de Portugal, reino que acogería a no pocos perseguidos, represaliados y exiliados, entre ellos, Pedro Laso de la Vega (1492-1554) señor de la Cuerva, regidor de Toledo y capitán de la milicia toledana, o la viuda de Juan de Padilla (1490-1521), regidor de Toledo y capitán general de la Comunidad, María López de Mendoza y Pacheco (1497-1531), la Leona de Castilla, hija del Gran Tendilla, Íñigo López de Mendoza y Quiñones (1440-1515), I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla.


Pedro López de Ayala, pasaría sus últimos años de vida en la más absoluta indigencia y extrema necesidad. El 22 de agosto de 1522, fue condenado a muerte por el Tribunas de Corte establecido en Palencia, condenándole a la confiscación de sus bienes por su traición y rebeldía. No es de extrañar que formara parte de la lista de exceptuados del Perdón General, decretado en Valladolid el 1 de noviembre del mismo año.


Harto de su situación, desesperado y abandonado, el 22 de enero 1524 se presentó en Burgos, junto a Ramírez Olano y González de Echávarri. Su ánimo era el de obtener la gracia de Su Cesárea Majestad, algo que no conseguiría pese a quizá una promesa de indulto. Encarcelado y mal alimentado, moriría desangrado el 11 de mayo. ¿Suicidio? ¿Ejecución? Sea como fuere su triste final queda reflejado en el trato recibido y el sepelio organizado a su muerte. Sus pies llevaban unos grilletes visibles fuera de su ataúd, para mayor escarnio y ejemplaridad de los súbditos del soberano, que se encontraba por aquel entonces en la ciudad. Sus restos mortales fueron trasladados al monasterio de Santisteban de Burgos, tal y como habían dispuesto las autoridades. Su hijo, Atanasio Sanz Pedraza, recuperaría parte de los bienes confiscados, mediante un acuerdo con la Corona, en febrero de 1525, mediante el pago de una cuantiosa cifra: veinte mil ducados, la tierra y señorío de Ayala, la villa de Ampudia y las propiedades no enajenadas del condado de Salvatierra. Aunque su padre había sido despojado del título, Atanasio Sanz Pedraza (Atanasio de Ayala y Rojas) durante su vida siguió intitulándose como conde de Salvatierra.


Batalla de ampudia. (17-21 enero 1521). Una obra imprescindible para mejor conocimiento de los hechos acaecidos en Ampudia, en el invierno de 1521, es la estupenda obra de Epifanio Romo Velasco, La batalla de Ampudia en la Guerra de las Comunidades. Antología de textos (Ediciones de la Corredera de Ampudia). Es imprescindible.


El castillo, construido entre los siglos XIII y XV (Monumento Nacional desde el 3 de junio de 1931), es una espléndida fortaleza gótica. Quizá, con la excepción del castillo de Fuentes de Valdepero, se le la puede considerar la mejor conservada de la provincia de Palencia. Se mantienen, hoy día, tres de las cuatro torres originales, siendo la más alta la del homenaje. De enorme belleza,  es un espléndido exponente de la arquitectura militar de finales de la Edad Media, en su fachada destacan las escaraguaritas  (torres cilíndricas saledizas en los ángulos y frentes de torres y muralla, a las que sobrepasa en altura), menos amplias que las garitas o garitones, cuya función es de vigilancia. También aparece el escudo del duque de Lerma.


Sucesivos propietarios han sido sus señores, como la Casa ducal de Lerma y Alba, o la Casa condal de La Granja. Fue adquirido, en 1960, por Don Eugenio Fontaneda Pérez, cuya familia sigue siendo su propietaria y merecedora de reconocimiento por su magnífica labor de conservación.


Ha sido escenario de notables hechos históricos como, por ejemplo, dar hospedaje a Carlos I que, según relata un cronista que le acompañaba, Lorenzo Vital, allí cenó y pernoctó el 2 de noviembre de 1517. También fue lugar de reclusión del delfín de Francia, Francisco III (1518-1536), duque de Bretaña, hijo de Francisco I (1515-1547) y Claudia de Francia (1499-1524), duquesa de Bretaña. El joven, entre 1526 y 1530, viviría en cautiverio en diversos castillos de los condestables de Castilla, primero el III condestable hereditario, Iñigo Fernández de Velasco y Mendoza (1462-1528), y luego de su primogénito, IV condestable, Pedro Fernández de Velasco y Tovar (1485-1559). Sus castillos eran: Villalba de los Alcores, Villalpando, Ampudia, Castisnovo y Pedraza.  Así pues, un lugar con enorme encanto histórico-artístico que bien merece una detenida visita.


Las operaciones militares libradas en Ampudia (15 al 21 de enero), fueron iniciadas por los realistas. No se trató de una decisión política del regente de Castilla, Adriano de Utrecht, más bien una estrategia militar diseñada por los virreyes, el condestable y el almirante de Castilla. No obstante, el cardenal reclamaría la vuelta del Señorío de Ampudia y sus vasallos a ser lugar de realengo, privando a su señor de sus legítimos derechos como respuesta a su levantamiento y traición a Su Majestad. Era una victoria de la que no quería quedarse fuera y, de manera inmediata, así se lo manifestó mediante correspondencia oficial, al día siguiente de la toma de Ampudia, una vez conoció los acontecimientos ocurridos.


Los objetivos parecían evidentes: un golpe de mano sorpresa en la retaguardia comunera; debilitar la presión militar de la Comunidad en Tierra de Campos; aliviar la presión sobre Burgos; adelantarse a los planes comuneros por reconquistar Tordesillas y evitar un posible ataque contra Medina de Rioseco, finalmente, buscar el aprovisionamiento de víveres para la tropa realista. Lo cierto es que causó sorpresa, pero provocó una rápida contraofensiva de los comuneros, que estaban reorganizándose en Valladolid tras el desastre de Tordesillas. 


Los ampudianos habían tenido sus diferencias con el conde de Salvatierra, que era un hombre autoritario y poco dado a las atenciones, de fuerte carácter, pero no por ello mostraban sus simpatías hacia los realistas. El castillo estaba custodiado por una discreta guarnición  comunera al mando del alcaide, Sancho del Campo, leal a su señor, aunque no muy aguerrido, y nada hacía pensar en la posibilidad de un ataque enemigo.


En la madrugada, fría y desapacible, del 15 de enero, los realistas salían de Tordesillas al mando del navarro Francés de Beaumont, con sus veteranos de Gelves y las tropas aportadas por otros señores, y del asturiano Pedro Zapata, comendador de Mirabel y corregidor de Oviedo y Asturias, que había llegado meses atrás a Medina de Rioseco con sus soldados asturianos. La fuerza conjunta era importante: 1.300 infantes, 150 lanzas –hombres a caballo- y 40 escuderos. Durante la noche hicieron a buen ritmo los más de sesenta kilómetros que separaban Tordesillas de Ampudia.


Por la mañana llegaban a la villa, no siendo bien recibidos por los lugareños. Tumultos, griteríos y desórdenes públicos obligaron a Beaumont a tener que hacer uso de sus arcabuces para reestablecer la paz. En principio, su pretensión era garantizar el aprovisionamiento de su tropa, pero estaba claro que sus intenciones eran las de tomar la fortaleza, algo que ocurrió de manera, sino amigable, sí pacífica, al menos sin una resistencia violenta.


Entretanto, Pedro Zapata se dirige al castillo de Torremormojón, a unos ocho kilómetros de distancia, que se había mantenido leal al rey y ya emperador, Carlos V. Era, desde 1472, propiedad de los condestables de Castilla, tras el matrimonio de Bernardino Fernández de Velasco y Mendoza (1454-1512), II condestable, en primeras nupcias, con Blanca de Herrera y Niño de Portugal, que como dote al matrimonio aportó: la villa y castillo de Pedraza, la villa y castillo de Torremormojón, y la villa de Talaván. En 1521, era señor del lugar el III condestable, IV conde de Haro y II duque de Frías, su sobrino, Íñigo Fernández de Velasco y Mendoza (1462-1528), casado con María de Tovar. 


Conocidos los hechos en Valladolid, la Santa Junta dispuso de manera inmediata una bien pertrechada milicia comandada por Juan López de Padilla y Dávalos (Juan de Padilla), capitán general in péctore de la Comunidad, aunque sin nombramiento público ni oficial. Con él llevaba diversas piezas de artillería con las que batir las defensas ampudianas. Era la noche del 15 al 16 de enero. La movilización había sido ágil y efectiva. Se dirigió a Trigueros del Valle, a unos 25 kilómetros, en donde se encontraría con el ejército del obispo comunero, Antonio Osorio de Acuña, que se encontraba en Palencia, muy probablemente en Dueñas, apenas a 14 kilómetros de la villa vallisoletana. Entre ambas milicias sumaban unos cuatro mil infantes y un número impreciso de hombres a caballo.


El castillo de Trigueros era propiedad de Gutierre de Robles, contra el que sus vasallos se rebelaron aprovechando la llegada de los capitanes comuneros. Era una revuelta anti señorial, como otras ya ocurridas, contra un señor déspota y tirano. La lucha entre los guardas del castillo y los asaltantes fue dura y complicada aunque, finalmente fue capturada por la Comunidad. Después de la batalla de Villalar (23 de abril de 1521), el señor de Trigueros recuperaría su villa sometiendo, sin contemplaciones, a un duro castigo a los responsables y principales protagonistas del asalto efectuado.


Durante la noche del 16 al 17 de enero llegan a Ampudia, habiendo recorrido unos 18 kilómetros. Ante la inminente amenaza Francés de Beaumont huye buscando refugio en Torremormojón, perseguido por Padilla. La guarnición que defiende la fortaleza, pese a ser poco numerosa -40 escuderos y 30 soldados-, está bien protegida por sus murallas. Ante esta situación, los comuneros, conscientes del alto coste en vidas humanas que sufrirían en el asedio, deciden entablar una negociación con los sitiados en los siguientes términos: si se rendían, se les garantizaba salir con vida y a resguardo, respetándoles armas y caballos.


La lucha es difícil y ardua la labor de los asaltantes en sus intentos baldíos por escalar sus murallas. Son muchos los comuneros que caen ante su pétrea defensa. El asedio se prolonga hasta su rendición el 21 de enero. Son recordadas por los historiadores y los cronistas las enardecidas arengas de Acuña a sus soldados, instándoles a la lucha y la pelea. No debemos olvidar que el obispo de Zamora, durante aquella contienda,  contaba con sesenta y un años de edad. Más allá de sus métodos crueles y expeditivos, más allá de sus reivindicaciones político-religiosas, fue un líder carismático, mitad soldado –vestía armadura completa-, mitad monje –era obispo confeso y devoto-,  que no escatimó esfuerzos ni energía en sus galopadas y disputas, tanto en Tierra de Campos como por Toledo. 


Decisivo para el desenlace fue la toma de Torremormojón (18 de enero), tras lo cual, Padilla y Acuña reemprenderían el asedio final de Ampudia. Ambos ya planeaban la expedición contra Burgos, todavía contenida por el condestable, en coordinación con Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra, que atacaría desde el norte de Burgos.


El inesperado y atrevido ataque realista sobre Ampudia, vino precedido de la victoria en la batalla de Tordesillas (5 de diciembre). Exultantes por el éxito cosechado, por los refuerzos y suministros llegados en forma de armamento, se lanzaron a frenar la iniciativa que en enero habían protagonizado los comuneros en Tierra de Campos. Cuatro largas jornadas vivió sitiada la fortaleza de Ampudia, días de inquietud y desasosiego entre los ampudianos, temerosos de verse sometidos al pillaje y saqueo de los comuneros o, cuando menos, a tener que sostener el aposentamiento de la numerosa milicia congregada.


Más de cinco mil hombres combatieron entre ambos bandos, en un momento crucial para el desarrollo de la contienda. Los realistas aspiraban a que el hostigamiento de Acuña por Tierra de Campos no quedara sin respuesta. Pese al triunfo de la Comunidad, la victoria en Ampudia y Torremormojón, supuso un frenazo a la expansión comunera, enardecida y radicalizada tras haber perdido Tordesillas y haber fracasado en el empeño de querer ocupar Medina de Rioseco.


El sueño de libertad todavía podía ser real en aquellas jornadas invernales del mes de enero de 1521. Por otro lado, se agravaba el delito de traición de los cabecillas de la Comunidad. Sabían que ya no había marcha atrás, que la disyuntiva era la victoria o el cadalso, al que, paradójicamente, ya se acercaban conforme pasaban los días y los acontecimientos. Febrero será el mes definitivo para el desenlace producido en Villalar.