Mucha chiquillería en la escuela y en las calles, jugando a mil cosas distintas, y un pueblo donde las casas siempre estaban abiertas y se compartían las cosas. Sin miedos de ningún tipo, como vecinos bien avenidos y con vivencias en las que primaban la amistad, la familia y el amor a Frómista. Son los recuerdos de niñez de Francisco Villameriel Clemente, esos que han marcado una vida de satisfacciones y victorias, en la que el atletismo ha sido -y sigue siendo- fundamental.
Nació en Frómista en 1961 y se reconoce deudor de la riqueza patrimonial de su pueblo, pero también de sus gentes y sus tradiciones. «Las vivencias de hace cincuenta años no se olvidan», afirma, para apostillar enseguida que también las de ahora son especialmente intensas.
Puestos a destacar alguna, se queda con esa procesión cívica de El Ole que, para quien no ha nacido o vivido allí, es difícil de entender en toda su magnitud. «Lo he disfrutado desde que tengo uso de razón. Para mí, El Ole es llegar a casa a las nueve de la noche, cambiarme de ropa y empezar a notar un cosquilleo en el estómago y las ganas de salir a la calle, de moverme, de bailarlo y de vivirlo a tope. Y si, además, tengo la suerte de poder llevar el Vitor, me quedo sin palabras para definir la experiencia».
Añade que quizá, visto desde fuera, a alguien le pueda parecer que quienes se juntan, se mueven, bailan, corean el discurso satírico y blanden sus cayados, cachavas y palos son «energúmenos» a los que se les ha ido la cabeza, «pero no es así, para nada; es una tradición de la que nos empapamos desde niños y que sentimos muy dentro».
*Más información en la edición impresa y en la app de Diario Palentino.