Parto de que la caridad es lo primero y más grande. Empieza por uno pero acaba en los demás. «¡Bendito sea el Señor en sus santos y en su Corte de ángeles!», musitaba, sentido, un paisano, pero a voz en grito. E insistía, «¡Bendito sea el Señor y su Corte de ángeles!», como si con tal invocación adquiriera un punto de FÉ, suplicante. Se dirigía a una tienda de frutas y el frutero, a su paso y atento al cántico, que si era cura. «¿Por qué?»: «Ya me gustaría creer y bien creído en el Señor». Ante el tópico, tan manido, le dejó que ni cortado y barruntando una contestación como para a la hora del desayuno pero del día siguiente con la magdalena. Ya me sé el corifeo que suena por ahí: «Sin ti no soy nada». Pero quién es ti, un titi. Qué fácil es ser chulo y arrogante cuando se está en el poder, y la inmundicia que parecen inseparables. Ni un rumor de Dios y perdonen pero es que, asimismo, decía Cervantes que en todo buen escrito, cada uno, se debía nombrar al menos una vez a nuestro Señor.Parece que los intelectuales, si es que algo queda, coinciden en lo mismo, hemos vuelto la espalda a lo Sobrenatural en un sentido más o menos serio. Y que hay muchos creyentes pero pocos que practican. Parece, igualmente, que les molesta ser alguien, con Él. Creyéndose, así, que son más pero sabiéndose menos pues al que a Dios tiene nada le falta y al contrario.Ya no caben en nuestro corazón sino los bienes materiales, hemos repudiado la espiritualidad suplantando a Dios por el dinero, caballero poderoso. Pero es que luego, allá los ríos caudales y más ricos, nos quejamos de los fríos invernales, de los lobos en manada, busca y captura tras la pista de nuestros deseos o riquezas y otras cosas terrenales.Pues el hombre cuanto más se apega a las cosas es más un hombre light, y no una persona, podemos concluir que, curiosamente, cuando así ocurre, más se fractura como humano. En vez de reafirmar una existencia que con la crisis, también del hombre, en pleno apogeo, se niega ahora en un sentido divino, impronta, que ya sin Dios no somos nada más que un estar pero sin ser, al azar, como el lento declinar de un monótono tic-tac que algún día nos ha de recordar que se acabó el pastel, con fecha de caducidad, cuando la marea y vorágine arrastre nuestro barco, varados, a profundidades, Mar adentro, como si nada, ¿pero de un mar sin sal ni estrellas de corales?... Es como reivindicar un espejismo. Así. Y cuando el hombre se convierte en dios, bailando con lobos, del hombre ya nada nos puede extrañar y ni es dios ni hábito que se le parezca.