Jose Luis Ibarlucea

Jose Luis Ibarlucea


Espectáculo

23/06/2022

El hombre es un ser extraño que cuando está tranquilo quiere excitación y cuando está excitado quiere calma. Cuatro años es mucho tiempo para estar tranquilo. Por eso tenemos elecciones municipales y autonómicas. Ahora tocaba Andalucía. Seguramente no fueron un canto al bien común, ni a los valores y principios occidentales, pero sí, una vez más, un espectáculo. El espectáculo se nutre de novedades, escándalo, frivolidad… y sustituye el vivir por el representar; la vida se convierte en representación, imagen; y la reflexión sobre cómo transformar lo que nos rodea se evapora. La publicidad y la estrategia sustituyeron la responsabilidad del político para construir una sociedad más justa y menos violenta.
El problema de una política del espectáculo es que vive y muere en el presente, en consecuencia, los actores no tienen memoria, tampoco remordimientos, ni conciencia. Viven el presente efímero de la novedad. Rápidamente una novedad entierra en el olvido a la anterior, y el juicio final de este movimiento vertiginoso de novedades es como dice Octavio Paz: «El Gran Bostezo».
En este juego fatuo de ocurrencias, lugares comunes, chascarrillos, eslóganes, modas… la vida real de los andaluces pasó sin solución para sus problemas. La banalización de la política mediante el espectáculo sólo nos lleva a una verdad: que en las elecciones sólo se arreglan los problemas de los políticos. Mediante este juego y esta farsa del espectáculo, el ciudadano debe aceptar que ha sido una puesta en escena, cada vez peor, de fantasmas mediáticos y que la vida seguirá ajena a las promesas, las ilusiones y la esperanza que se escenificaron en la campaña.
Estar atentos en estos tiempos de bípedos de carne y hueso extraviados en el laberinto mediático, donde cada vez nos es más difícil mantenernos en pie, debe ser lo propio de ciudadanos responsables. El espectáculo siempre resulta atractivo, pero renunciar al juego, a la farsa, a la representación y a la imagen; y buscar la responsabilidad y la moralidad de los que se dedican a la vida pública es un deber de los ciudadanos. De no ser así, podemos emitir un gran bostezo después de la función, pero no tendremos derecho a quejarnos.

ARCHIVADO EN: Política, Andalucía