«Tras 31 años, dejé el Ayuntamiento con un sabor agridulce»

Carmen Centeno
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Hombre con muy buena memoria, siempre tuvo en el Periodismo su meta, aunque por el camino se le cruzó la opción de la Historia Contemporánea y fue lo que estudió en la Universidad de Valladolid

«Tras 31 años, dejé el Ayuntamiento con un sabor agridulce»

Nació un frío día de julio de 1957 en la Residencia Lorenzo Ramírez para solventar un parto complicado. Hijo del empleado de una tienda de ultramarinos y de un ama de casa. Hijo único, no le dio tiempo a echar de menos un hermano porque tenía cerca a sus primos y a los muchos vecinos del barrio de La Puebla donde vivía, en la desaparecida calle de San Antón. Recuerda las muchas horas vividas entre juegos y amigos. 

«Si no estabas en la escuela, estabas en la calle, que entonces era completamente segura, sin apenas circulación y con un estrecho control de todas las madres, que sabían siempre dónde estábamos. Había cosas que nos llamaban mucho la atención, como la llegada del camión portacoches que los traía al concesionario de Alejandro Espino o el paso de los aviones con motores a reacción, que llamábamos a chorro. Otro de los recuerdos especiales, que el confinamiento ha revivido, es el del silencio de la ciudad», comenta.

Jugaba con aquellas chapas de botella que se forraban con retratos de futbolistas de ciclistas, a los juegos con una teja y le encantaba ir a la papelería e imprenta Colón a comprar el pegamento, las pinturas Alpino, las gomas de borrar y los recortables. Estos los montaba para después prenderles fuego cerca del grifo y sofocar su propio incendio como si fuera un bombero.

Además, era un privilegiado porque primero su abuelo, su tío después y, finalmente, su primo, fueron conserjes del Teatro Principal y ocupaban la vivienda que había dentro del propio coliseo. «Entraba gratis al cine», apostilla.
Si es cierto que la infancia es la patria del hombre, a Julián García Torrellas los buenos recuerdos de su aprendizaje inicial de la lectura, la escritura y las cuatro reglas en la escuela de doña Nicanora, complementado con el empeño de su madre en que avanzase, le marcaron. Por eso es un buen amante de los libros y un impenitente curioso de los archivos y las historias de la gente de nuestro pasado reciente. No hace falta bucear en la Edad Media para toparse con usos, costumbres y oficios curiosos; a veces, es suficiente con caminar unas cuantas décadas hacia atrás.

Su buena memoria le ha acompañado a la hora de estudiar e investigar en ese pasado de anteayer y, a día de hoy, no quiere que se pierda todo el trabajo de acumulación y preservación que ha ido llevando a cabo a lo largo de los años. «Ahora que estoy jubilado me dedico a escanear y a digitalizar documentos en papel y grabaciones para conservarlos de cara al futuro».

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