Editorial

Las vacunas se han convertido en un arma más de la batalla geopolítica

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Desde el inicio de esta pandemia enseguida se hizo evidente no sólo que necesitábamos vacunas, sino que precisábamos además que llegaran a todo el mundo, en el sentido más literal del término: a todos los países y a todas las personas. Pero lograr ese objetivo, desgraciadamente, se antoja hoy por hoy muy lejano. Durante las últimas semanas hemos asistido a un manejo de las vacunas tan desesperanzador y patético como alarmante. Los países poderosos se han cuidado de acaparar sin pudor la mayor cantidad de dosis, relegando al resto a la cola de la fila de las ansiadas inyecciones. Nada nuevo bajo el sol, la inequidad entre el Norte y el Sur vuelve a campear a sus anchas. De las más de 100 millones de dosis aplicadas hasta ahora, menos del 1% ha sido en países de escasos recursos. 

El nacionalismo de la vacuna lo único que demuestra es la arrogancia del primer mundo. Nos daremos pronto cuenta de que los contagios no acaban cuando baja la transmisión en un país, sino solo cuando se consigue en todos. Cometemos un grave error si persistimos en esa obcecación. Por si fuera poco, a la preocupación por la falta de suministro de dosis se suma ahora el temor a las nuevas mutaciones del virus, que están empezando a poner en duda la efectividad de las actuales inmunizaciones. La aparición de variantes del coronavirus altamente contagiosas hace, por tanto, que el despliegue rápido y equitativo de las vacunas sea aún más importante. Pero, visto lo visto, solo queda cruzar los dedos para que algún día se pueda lograr la necesaria inmunidad de rebaño que acabe con esta pesadilla. 

Y mientras estamos al borde de un fracaso moral catastrófico, las vacunas se han convertido en un arma más de la guerra geopolítica que sin esconderse libran las grandes potencias. Con EEUU saliendo de una administración traumática y una Unión Europea atropellada en esta batalla, Rusia y China se han lanzado a ocupar espacios y mercados que en otra coyuntura les hubieran sido esquivos. La vacuna rusa, llamada Sputnik V en alusión a los días de gloria de la Unión Soviética durante la carrera espacial, se está consolidando como una victoria de relaciones públicas para Moscú. Todo apunta a que estamos en el inicio de la forja de nuevas relaciones y alianzas estratégicas que no sabemos a dónde nos llevan, mientras organismos como la ONU y la OMS están siendo arrinconados en su papel de instrumentos de gobernanza global. El momento para ello no puede ser más peligroso. Porque tal vez nunca haya mejor ocasión para replantear la salud pública mundial, y por ende la equidad, como la principal estrategia del multilateralismo. Y ya no se trata solo de defender esta estrategia desde una perspectiva ética o de solidaridad y caridad con los más vulnerables, como hasta ahora. Es una cuestión de supervivencia.