La fiesta más triste

Cristina Lladó (EFE)
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El coronavirus y el miedo al contagio arrasan con verbenas, bailes y procesiones típicas de un 15 de agosto que este año reduce al mínimo sus actividades en toda España

Desde San Sebastián a Tenerife, pasando por la Feria de Málaga o Madrid, todos han tomado medidas debido a la pandemia - Foto: Valdivielso

Desde tiempo inmemorial, centenares de pueblos de España celebran sus fiestas en torno al 15 de agosto con procesiones, toros, bailes, verbenas, carreras y competiciones: de la Paloma, en Madrid, al Barrio de Gracia, en Barcelona; de Cee, en La Coruña, a Dos Hermanas, en Sevilla. Pero este año no, este año va a ser la fiesta más triste del siglo por culpa del coronavirus.

La COVID-19? y el miedo al contagio han podido más que la tradición. Lugares de todo el país han cancelado o reducido a la mínima las celebraciones de la Virgen de agosto, que se festeja en 924 pueblos de toda España en sus distintas acepciones (la Asunción, la Paloma, la Virgen del Pino, la de Begoña).

También San Roque, San Bartolomé o Santa Rosa de Lima, que tradicionalmente celebran su día grande en estas fechas han caído ante la pandemia; como lo han hecho la Feria de Málaga o la Semana Grande de Gijón; competiciones deportivas como las carreras de Sanlúcar de Barrameda o la fiesta palentina de las Piraguas y el descenso del río Pisuerga, los fuegos artificiales de Mallorca o San Sebastián; las recreaciones históricas de Tenerife, Soria o Jaén.

Por no hablar de los toros: este año solo hay anunciados ocho festejos, de los que cuatro son corridas de toros, y una sola novillada con picadores, cuando el año pasado, entre los días 13 y 16 de agosto, se celebraron en España y Francia un total de 57 festejos mayores: 30 corridas, 12 novilladas con picadores y 15 de rejones. 

«Es un desastre, un drama para miles de familias que viven de las verbenas y las ferias; va a ser la fiesta más triste del siglo, nadie recuerda algo así», relata con pesar el responsable de la pastoral de Circos y Ferias de la Conferencia Episcopal, el sacerdote José Aumente, que lleva desde marzo intentando paliar la desesperación de las cerca de las 200.000 personas y casi 32.000 familias que «lo han perdido todo».

«Y los circenses lo tiene aún peor, porque estos ni siquiera tienen una casa o un pueblo al que volver, se han quedado aparcados en tierra de nadie, y nadie les hace caso», explica indignado, convencido de que quienes han prohibido los festejos «tienen una paga fija que les cae todos los meses y están tan cómodos en sus sillones oficiales».

También con «bastante vértigo» aguardan los propietarios de bares y locales acostumbrados a «llenar hasta el desborde» este fin de semana y hoy esperan juntar al menos a los parroquianos más fieles.

Matías Muñiz, de 38 años, es la tercera generación al frente del bar Muñiz, en la calle Calatrava de Madrid, epicentro de las fiestas de la Paloma, y el único que este año se ha animado a decorar su local con mantones y farolillos e, incluso, a contratar a un organillero para que el chotis siga sonando; «aunque sea un año raro, Muñiz tiene que celebrar la Paloma», cuenta sonriendo tras su mascarilla negra.

Recuerdos

Acodado en la barra del Muñiz, Julián Torres, costalero de la Virgen de la Paloma, recuerda cómo «cuando yo era chinorri, aquí se regalaba limonada, chocolate con churros, se organizaban competiciones de la rana; este año ni procesión, ni bomberos ni ná, solo han dejado el descuelgue del cuadro y la misa, por invitación».

También en La Alberca (Salamanca), las fiestas, declaradas de Interés Turístico Nacional, han quedado reducidas a la mínima expresión: ni el Ofertorio y la procesión de las cofradías con las mujeres ataviadas con el «traje de vistas», ni el auto litúrgico medieval. «Estamos todos con el corazón roto, pero el año que viene volveremos con más ganas», reconoce resignado el alcalde de la localidad, Miguel Ángel Luengo.