Francisco Muro de Iscar

MUY PERSONAL

Francisco Muro de Iscar

Periodista


El desprestigio, creciente, de la política

19/05/2022

Los políticos, no todos, pero sí demasiados, están contribuyendo desaforadamente tanto al desprestigio de la política y de las instituciones como a la desconfianza de los ciudadanos en ambas. La falta de explicaciones rigurosas y serias sobre asuntos nucleares de la democracia, como el espionaje a políticos y a miembros del Gobierno o sobre las cloacas del Estado manejadas por un delincuente al que distintos Gobiernos de distinto signo utilizaron sin pudor, amenazan la estabilidad democrática.
A ello se suma la campaña orquestada contra el propio Estado, la Corona y la Constitución desde dentro del Gobierno por quienes venían a acabar con la casta y han terminado no solo siendo parte fundamental de la misma, sino renunciando a sus principios por mantenerse en el poder. Y, por si fuera poco, es el propio poder el que ha dejado su estabilidad y la gobernabilidad del país en manos de quienes aspiran a destruirlo. Es imposible que los antisistema sostengan la solidez del sistema. Son ellos los que, en fin, quieren controlar la Justicia o desmontarla tal como está concebida, porque su independencia les amenaza a ellos y es la última esperanza de los ciudadanos. Se viene demostrando en los últimos años.
La brecha en la seguridad del Estado, descubierta y aireada por quienes son responsables de impedirla y combatirla, es el último episodio de una degeneración de la democracia que exige una regeneración urgente. No la que piden los que desde dentro del sistema se sitúan al margen de éste o los que quieren independizarse del Estado que les sostiene. Una revisión y una regeneración profunda, completa, ética de la política, que incluya el fortalecimiento y la independencia de las instituciones, hecha por quienes creen en la democracia. Ahí deberían estar, sin duda, los intelectuales españoles, también desaparecidos en el combate desde hace décadas. Un vacío que se nota.
Algo estamos haciendo muy mal cuando estamos poniendo en riesgo los valores fundamentales de la democracia y de nuestra civilización occidental. La libertad, el valor del derecho, la división de poderes, la ética, el sentido de Estado, la responsabilidad personal y social, la solidaridad o la transparencia están siendo superadas por un falso progresismo, por los insultos y los linchamientos mediáticos, por el uso de la mentira y el engaño como armas de descalificación y destrucción del adversario, por el nuevo puritanismo y la cultura de la cancelación, por un feminismo de pandereta, por el egoísmo y el enfrentamiento. A nadie le interesa tender puentes, buscar acuerdos, cerrar heridas. Impera la cultura de la destrucción del enemigo.
La democracia retrocede ante el creciente escepticismo ciudadano. Son los políticos los que lo están provocando en una sociedad adormecida, cansada y anestesiada -les conviene-, donde manda el hedonismo, donde cada día la vida vale menos y progresa, envuelta en ese virus de falso progresismo, la cultura de la muerte. El populismo, la polarización y la posverdad están matando la democracia como decía Moisés Naím. No podemos dar razones ni poner sillones en el Gobierno a quienes quieren destruirla. Todos somos responsables.