Le gustaría que le recordaran como una buena persona, como alguien que ha tratado de no hacer nunca daño a nadie, de carácter afable, alejado de la pretenciosidad y, sobre todo, de la envidia. «No la soporto», afirma. A sus setenta años se mantiene activo, hace cosas que le proporcionan satisfacciones y procura seguir la máxima de ser cumplidor y honesto.
«Estoy satisfecho de cómo he vivido, de mi familia, de mis nietas», apostilla. Cabría añadir que también lo está de sus amigos y de lo que comparte con ellos; de poder acompañar a su madre, de esos fines de semana en la casa de Calzadilla de la Cueza donde se relaja con una buena conversación y viendo pasar a los peregrinos, de comer todos los domingos con sus hijos y sus nietas, de pasar todo el tiempo posible con las pequeñas Daniela y Sofía, de 7 y 5 años; o de colaborar con quien demanda su ayuda. Son esas cosas del día a día, pequeñas en apariencia pero suficientes para llenar la vida de nuestro protagonista.
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