José María Ruiz Ortega

Estampas rurales

José María Ruiz Ortega


Añoranzas de noviembre

27/11/2020

Se va el mes de noviembre y llega el Adviento, con el recuerdo de la escuela unitaria del pasado siglo, donde ya se notaba el frío con las primeras heladas del otoño. La estufa de carbón apenas caldeaba el ambiente de unas aulas bien ventiladas, de grandes ventanales por donde se asomaba el zarzagán. A los más pequeños nos costaba entender el Adviento y los refranes agrícolas. El maestro explicaba el sentido de la sentencia y su moraleja. Por ejemplo: «El que ara en Adviento, labra y abona al mismo tiempo»; o «Cada cosa a su tiempo y los nabos en Adviento». Los comentarios podían ser divertidos y a veces erráticos. La costumbre agrícola de alzar el terreno en este tiempo, para las siembras de primavera, continúa siendo una práctica ampliamente aceptada.
Llegado este tiempo, el recuerdo de la niñez se traslada a una celebración familiar tradicional, como el cumpleaños de la abuela. Era la ocasión de encontrarnos los primos que vivían en otros lugares y jugar en libertad en aquella casona, mientras los adultos comentaban sus asuntos sin la presencia de chiquillos. Recuerdo, entre los más mayores, hacer parejas para jugar a los bolos en el cocherón y las anotaciones con tiza en la pared. Cifras que han permanecido como testigo de un tiempo de juegos de niños que un día al año se reunían para disfrutar de unas horas de encuentros. Los más pequeños se agrupaban en las cocinas, en el oratorio, jugando en las paneras vacías al escondite o esconderite. 
Es curioso que unas simples anotaciones de juegos en una pared, a modo de encerado, hayan logrado evocar a las primitas de más edad, su caligrafía de dígitos y la destreza para dirigir los lances del juego que los menores aprendíamos con atención. Según pasaron los años, los encuentros de juegos de bolos se fueron apagando dando paso a juegos de mesa, a compañeros de curso, asignaturas, maestros, profesores. Pero las anotaciones en el cocherón permanecieron mucho más que la abuela, -que falleció con más de 90 años-, hasta que la casa fue reformada en su total estructura. Los recuerdos residen y afloran en esa memoria familiar si somos capaces de conservar el afecto.