1996. El año más intenso de nuestras vidas

Carlos Dávila
-

1996. El año más intenso de nuestras vidas

Secuestro de Ortega Lara y triunfo del PP. 'Vanity Fair', siempre tan rumbosa a la hora de fotografiar acontecimientos y personajes de todo jaez, tituló efectivamente 1996 como el más intenso de nuestras vidas. Sin detenerse en muchas comparaciones, la verdad es que dio mucho de bueno, de regular y hasta de perverso. Comenzó ya de mala manera: una mañana gélida de enero un grupo de facciosos de ETA esperaron pacientemente al funcionario de prisiones José Antonio Ortega, le introdujeron en el maletero de un coche y se lo llevaron hasta un pútrido y angosto zulo de Mondragón; allí permaneció, en el límite de la resistencia humana, nada menos que 532 días. Todo para obligar al Estado a transigir con lo que entonces no hizo: reagrupar a los asesinos de ETA en los trullos del País Vasco; es decir, exactamente lo que ahora se está realizando. No es extraño que Ortega se siga preguntando a estas fechas: «¿Para eso estuve yo secuestrado casi dos años?». Lo cierto es que cuando los raptores del funcionario metieron a su víctima en el agujero guipuzcoano, un empresario vasco de apellido Aldaya ya estaba en poder de la banda, pero afortunadamente para él lo suyo se resolvió con dinero. ETA no paraba de asestar golpes a los españoles: en febrero, un miserable agarró su pistola 9 milímetros Parabellum y descerrajó cuatro tiros en la cabeza del abogado donostiarra Fernando Mújica, el pistolero fue el mismo que, quizá con la misma arma, mató un tiempo después a Miguel Ángel Blanco: García Gaztelu, alias 'Txapote'. «Que te vote 'Txapote'» se recuerda en estos días.

 

Mientras ocurría todo esto, y todo malo, una noticia fue buena para el agonizante Gobierno de Felipe González: su exministro del Interior, José Barrionuevo Peña, salió de la cárcel a la que le había conducido su probada responsabilidad en otro secuestro, el de Segundo Marey, un pobre sanitario francés a quien el GAL (terrorismo de Estado) había confundido con un sedicioso etarra. Curioso: meses después, ya con el PP en el poder, Aznar indultó a Barrionuevo y a su ayudante, secretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera. La gente comprendía mejor de lo que se ha dicho la política del ojo por ojo, diente por diente practicada por el Ejecutivo socialista, porque la España de entonces estaba dolorosamente harta de las fechorías de los enemigos terroristas. De aquí la enorme manifestación, quizá la segunda más importante de nuestra historia (la primera fue contra los sucesos golpistas de febrero del 81) que tuvo por residencia Madrid. A la sazón estaban enfrentados a los terroristas todos los partidos, incluso el PNV que, sin embargo, contemplaba con preocupación el hecho de que la reprobación de ETA se estaba convirtiendo en una repulsa general al nacionalismo vasco.

 Corría el primer trimestre del año y el día 3 de marzo sucedió lo que tanto tiempo se esperaba: la victoria del PP sobre el PSOE, o dicho de forma más personalista, de Aznar sobre González. El triunfo, sólo por 300.000 votos, se tildó entonces de «pírrico» porque los sondeos habían aventado una derrota estrepitosa del corrupto régimen felipista. No fue para tanto: entre ambos únicamente se registró una diferencia de 16 escaños, 159 contra 143. El PSOE se consoló en su despedida de La Moncloa adjetivando este resultado como «dulce derrota». Rápidamente el candidato vencedor se puso a negociar y, tras muchos días de tensión y cesiones sin límite a Pujol (fuera gobernadores, supresión de la Mili obligatoria) se llegó a un pacto de legislatura que debió empezar con la presencia de ministros catalanes en Madrid. Aznar quiso sentar en el Consejo primero a Miguel Roca y luego a Durán Lleida pero el president de la Generalitat se lo prohibió, así que tuvo que conformarse con Josep Piqué. Probablemente uno de los mejores ministros que haya tenido nuestra democracia.

 Casi al tiempo de estos sucedidos en nuestro país, empezaba a destruirse en el norte de Europa la naciente democracia rusa. Es cierto que Boris Yeltsin fue reelegido presidente de la Federación. Pero el mundo entero se quedó con la imagen del preboste pícnico acudiendo a votarse a sí mismo espectacularmente enfermo o clamorosamente borracho, como se dio en decir. Ocurrieron en ese año por ahí fuera otros dos acontecimientos decisivos: el nacimiento de la célebre oveja llamada Dolly y la aparición del Hotmail. Un modelo informático que hoy es casi una reminiscencia del pasado, una antigualla en desuso. Estaba estallando en el Universo la revolución tecnológica, la cuarta de la Humanidad tras la Rueda, la Imprenta y la Industrial, y aquí empezábamos a navegar con unos mamotretos en forma de ordenadores cuya pantalla era verde, un horror que tenía en pie de guerra a los oftalmólogos. La entrañable Dolly, venida al mundo en la escocesa Edimburgo, fue en realidad el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta, y pareció todo un desafío de impredecibles consecuencias. La ciencia ficción se puso a imaginar y millones de humanos repetidos fueron retratados en multitud de publicaciones atrevidas.

 Entre tanto, no crean, en nuestra vieja piel de toro y en el resto del mundo, el personal seguía muriéndose, una ancestral costumbre de imposible evasión. En Francia, François Mitterrand no pudo soportar un inveterado cáncer de próstata y se fugó al otro barrio eterno después de que en su entierro los galos se enteraran de que su presidente socialista era además de un pésimo gobernante, pelín sectario, un bígamo de tomo y lomo que había escondido una segunda familia mientras, durante un tiempo largo, aparecía sonriente con la primera en El Elíseo. Aquí, en España, el muerto más ilustre fue el torero Luis Miguel Dominguín («Soy el número 1», se decía él mismo) que trascendió con mucho en la España de la postguerra de la peligrosa arena taurina a las camas de las principales señoras y señoritas del país y del extranjero visitante. A su muerte, escribió el periodista Antonio D. Olano: «No dejó títere sin mancillar». Un poco exagerado desde luego.

 Dominguín, desde luego, no ocupó tantas páginas cuché como la gran Princesa del Pueblo, Diana de Gales, que harta de soportar los cuernos que le adosaba su marido y de apadrinar los que ella le colocaba al tristísimo Carlos, consiguió por fin el divorcio que conmovió por doquier y por las revelaciones que trajo consigo. La chica no se fue de Buckingham Palace con las manos vacías, se llevó 3.000 millones de pesetas. Al cambio, una locura en libras, y el correspondiente título de Princesa del que su exmarido no pudo privarle. 

 Y de forma terrible el verano nos trajo en la cálida España una tragedia descomunal: una riada imparable arrasó un camping en la leridana Biescas. En él habitaban unos cientos de personas, 86 de ellas no pudieron sobrevivir. La polémica fue cruenta y estuvo servida por mil acusaciones: ¿a quién se le ocurre -fue la pregunta- instalar un campamento como éste en una vaguada? Hoy día el caso sigue sin aclararse. Pero por no terminar con un drama la narración de este año, el más intenso de nuestras vidas según la colorista Vanity Fair, un acontecimiento que no ha tenido desarrollo posterior: científicos del Centro Europeo para la Investigación Nuclear anunciaron la obtención de nueve átomos de hidrógeno, la primera piedra de la antimateria, dijeron. La cosa era más o menos así: un esbozo de Humanidad «antimaterial» opuesta por el vértice a la nuestra, podía ocupar nuestras calles materiales. Aquello -ya lo sabrán- se quedó en un susto. No hay noticia de que alienígenas de ese jaez moren hoy entre nosotros.