Si quieres un niño pillo, mételo a monaguillo

Fernando Pastor
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/ Cerrato insólito

Si quieres un niño pillo, mételo a monaguillo

Esta es una frase que repite Justo Ortega, que fue monaguillo en Castronuevo de Esgueva, para a continuación relatar los hechos que lo confirman.

Al igual que en todos los pueblos, era típico que los monaguillos se comieran las formas de comulgar y se bebieran el vino de misa, que estaba guardado en una garrafa, con gran enfado del cura cuando se daba cuenta.

También era típico que se quedaran con el dinero que las mozas echaban pidiendo encontrar novio, o cualquier otra dádiva.

En Semana Santa se colocaba en la iglesia un cojín, una alfombra y un crucifijo para poner junto a todo ello una bandeja en la que recoger limosnas para los pobres. Los monaguillos hacían como que besaban el Cristo del crucifijo, pero en realidad aprovechaban para coger parte del dinero y esconderlo bajo la alfombra. Cuando finalizaba la Semana Santa y se retiraban el cojín, la alfombra y el crucifijo simulaban la 'sorpresa' de encontrarlo. Y como la limosna recaudada ya había sido entregada a los pobres, pues el dinero que 'aparecía' después, se lo podían quedar.

La Navidad también era tiempo de dádivas. Se ponía el nacimiento y los vecinos llevaban panecillos, tarros de miel, o cualquier otro producto alimenticio, como ofrecimiento al Niño. Siempre había algún monaguillo que se quedaba con algo.

En la torre de la iglesia, como ocurre en la práctica totalidad de las iglesias, anidaban palomas y sus pichones, que eran objeto de deseo para los monaguillos a la vez que el tesoro a guardar por los sacerdotes, para su aprovechamiento. Por tanto, se desataba una batalla de ingenio a ver quién se llevaba el gato al agua.

A la torre se subía a través de unas bóvedas cuya llave guardaba como oro en paño el sacerdote, Don Martín, pero los monaguillos tiraban de astucia. Dado que durante el mes de mayo el altar mayor era cubierto con un manto azul colgado de una soga que se bajaba por un agujero en el techo, en una ocasión los monaguillos echaron un puñado de tierra al pie del altar para decirle a Don Martín que por ese agujero caía tierra, y que habría que subir a las bóvedas a taparlo, así el cura les daba la llave para que poderlo repararlo. 

Subían, cogían los pichones, les cruzaban las alas por detrás para que no volaran y les tiraban por una tronera que había en el tejado, cayendo a un terreno que llamaban la calavera porque allí hubo antes un cementerio, para después recogerlos y llevarlos al desván de Justo Ortega, uno de los monaguillos. Les tiraban por esa tronera para evitar que se les vieran, ya que al bajar de la bóveda Don Martín les registraba para asegurarse de que no habían cogido pichones. Igualmente para bajar la soga en mayo había que subir a las bóvedas.

También ponían en práctica otras estratagemas similares. Un día de lluvia llevaron una botella con agua y la derramaron en el interior de la iglesia, para poder decir que había goteras. El cura les mandó ir a comprar unas latas de escabeche para vaciarlas y subir con ellas a las bóvedas para colocarlas donde cayera el agua. Lógicamente aprovechaban para coger los pichones y efectuar el mismo procedimiento.

Los ocho monaguillos que había eran niños en edad escolar, por lo que cuando hacían alguna pillería de las descritas, Don Martín iba a la escuela a decirle al maestro que les castigara. Al principio, el maestro la emprendía a correazos con ellos (en realidad el maestro les daba correazos por cualquier cosa) pero en un momento dado cambió de opinión y les dijo que no les volvería a pegar y que cuando fuese el cura a pedirle que les pegara le cogería de la solapa y le llevaría así hasta la plaza.

La labor de los monaguillos estaba remunerada, pero el cura no les pagaba cada vez. Guardaba en una caja con llave el dinero de ayudar en misa y las propinas de los padrinos de bodas y bautizos y después se lo daba repartiéndolo a partes iguales entre todos los monaguillos. 

En los bautizos de niños de familias humildes no había padrinos y el padre normalmente no acudía por no poder dejar el trabajo, por lo que los monaguillos eran imprescindibles para hacer las funciones de padrino.