Cuentan que Dios y Franco salían a pasear por Madrid. En una conversación, Dios dijo a Franco: -«He puesto de sucesor mío a un pescador». Franco le contestó: -«Yo, a un almirante». Se refería a quien en el ejército tenían como más tozudo que un mulo de regulares, el almirante Carrero Blanco, del que ahora se destapan noticias desconocidas que provocaron su asesinato. Se recogió en un verso de la tertulia de Fernando Fernán Gómez en el café Gijón: «Yo dejo un almirante y tú un pobre pescador, Dios atribulado su perdón pidió». De Carrero era la afirmación: «Antes prefiero la explosión atómica que el triunfo del comunismo». Lo que no sabía es que las dos cosas nos llegan a la vez. El país está 'desgobernao' porque un gobierno socialista se mantiene prisionero de uno comunista. Unos por otros, la casa sin barrer. Y ahí está el papel de las subvenciones, la sopa boba que se daba a los pobres necesitados que se acercaban a los conventos. Era lo que los monjes llamaban el bodrio conventual, las sobras, las grasas de poco alimento. Con propinas se elimina la crítica. Con ligera escudilla se amansa la rebelión, los levantamientos, sí, pero el país anda desgobernado: líos en el exterior y en el interior con gastos fuera de órbita, todo acallado por sindicatos bien untados y chiringuitos agradecidos. Me recuerda a uno al que eligieron presidente del Casino. Decía que había que ser generosos con los más necesitados y encargó a su hermana un forro de plástico para los bolsos de la chaqueta, para almacenar pasteles, abisinios y merengues de las comidas del Casino y llevar a la parienta. Y echando las últimas risotadas con los de los bancos corridos, el secretario municipal, un 'mala leche', con conocimiento de los abultados bolsillos empezó a darle en ellos manotazos. Produjo un mejunje dulce, como la comida que se daba 'a mogollón' a la tropa, todo mezclado y un solo sabor resultante. Menos mal que llego un Real Decreto por el que se ordenaba suprimir la sopa boba, porque en aquella España nadie trabajaba, se generaba un país de vagos dependientes de las dádivas. A eso temía el almirante Carrero Blanco.