Maximino y Valeriana

Fernando Pastor
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/ Cerrato insólito

Maximino y Valeriana

En todas las localidades existen, o existieron, personas entrañables, conocidas y reconocidas por sus convecinos. En Piña de Esgueva podríamos citar a Maximino y a Valeriana.


De Maximino se dice que era tan listo que se pasó de la cabeza. Para ilustrarlo cuentan la siguiente anécdota: 


Estaban haciendo obra en una casa para revestirla de ladrillos. El albañil, señor Miguel, procedió a medir el contorno, el alto por el largo, para saber los metros cuadrados y con ello el número de ladrillos que necesitarían. Pero antes de hacer la operación Maximino dijo «5.000 ladrillos». El albañil reaccionó: -«Habló el tonto del pueblo, no lo he calculado yo todavía haciendo cuentas y tiene que hablar este antes de tiempo». El albañil acabó de hacer la cuenta y le salió que necesitarían justamente 5.000 ladrillos.  El dueño de la casa, asombrado, le dijo al albañil: -«Miguel, ¿qué le tienes que decir ahora al tonto del pueblo?». Miguel tiró de orgullo y respondió: -«Nada, ¿qué le voy a decir?». «Hombre, tendrías que pedirle perdón por haberle llamado tonto», le recriminaron. 


Cosas raras sí hacía Maximino.  Un día se fue andando de Piña a Valladolid solo para que sus primas le dieran un bocadillo. Los domingos por la mañana solía ir a Valladolid también andando a comprar una docena de pasteles; se los comía y se volvía. En esas idas y venidas a la capital se solía poner en medio de la carretera cuando veía llegar algún coche, con intención de que parara y le llevara.


Cuando era joven un malentendido originó una acusación de tentativa de robo.


El Miércoles de ceniza era típico en Piña que los mozos fuesen por las casas tirando casquetes. Llamaban así a botijos y garrafones inservibles por viejos o rotos, o incluso a cántaros nuevos que quitaban a las mozas cuando iban a la fuente a por agua. Los llenaban de estiércol o de excrementos humanos y los tiraban en los portales de las casas, que en su mayoría tenían puerta de dos hojas, una inferior y otra superior, estando generalmente esta última abierta, y por allí los tiraban. 


Las casas preferentemente elegidas eran las de las mozas en edad de merecer.


Los dueños oían el ruido, salían y se encontraban con el marrón en el portal. 


Dado que lo que buscaban era divertimento y este era directamente proporcional al cabreo experimentado por la víctima, quien más se enfadaba y les perseguía era candidato seguro a repetir el siguiente año.  


Al maestro se lo hicieron con casquetes llenos de titos de aceitunas. El portal de su casa tenía una ligera pendiente hacia dentro, por lo que los titos rodaron y se esparcieron, y él al salir los pisaba y se caía, se levantaba y de nuevo se caía, entre las risas de los autores, que acabaron huyendo antes de poder ser reconocidos. 


El carnicero, Félix Rodríguez, en Semana Santa hacía más morcillas y salchichas que en otras fechas ya que los quintos se las compraban en gran cantidad para las meriendas en las bodegas. Las dejaba colgadas en un garfio al fondo del portal, cuyo suelo fregaba con frecuencia y para que se secara dejaba la puerta abierta. 


Eso le permitió a Maximino ver que el carnicero tenía allí también un botijo, y entró con intención de cogerlo con el fin de utilizarlo para tirar el casquete en alguna otra casa. Félix y su familia salieron al oír el ruido y se encontraron con Maximino en el portal, acusándole falsamente de haber entrado a robar las morcillas y las salchichas.


VALERIANA.

Valeriana estaba casada con Basilio. Cada año en  época de matanza mataban un cochino. Valeriana se encargaba de hacer los chorizos y de administrar el resto de productos, en lo que ponía un exceso de celo. A Basilio le gustaba subir a merendar a la bodega, y para ello cogía un chorizo de la olla donde les guardaban. Valeriana pensaba que eso era despilfarrar, por lo que un año decidió hacerles mucho más pequeños y que así Basilio despilfarrara menos. Pero Basilio al verlos tan pequeños cogía dos, ante la desesperación de su mujer.


En la época de la recolección de remolacha se llevaba al campo para comer una pastilla de chocolate o medio chorizo y un trozo de pan, y no comía nada más en todo el día. Para beber llevaba vino en botellines de cerveza y lo ingerían poniendo el dedo para que no saliera un chorro muy grande.


Cuentan los vecinos que cuando mataba una coneja, si veía que estaba preñada se comía los conejillos del feto. 


El sentido de guardar para tener hizo que Valeriana recogiera muchas cosas que encontraba por la calle. Basilio no lo entendía y tenía en mente hacer algo que la disuadiera. Un día al ir a trabajar encontró una cagada de un perro, la envolvió entre paja que cogió de su pajar y la dejó a la puerta de su casa. Cuando Valeriana salió se lo encontró y, como no podía ser menos, pensó que podía utilizar ese montón de paja para alimentar la estufa.  Lo cogió y se lo guardo en el bolso del delantal, que quedó todo pringado de mierda.