Lecciones rurales de supervivencia

David Aso
-

Las escuelas rurales dan vida a decenas de pueblos con un modelo personalizado y familiar implantado por necesidad. Su ratio ya está rebajada a tres alumnos, dentro de un sistema educativo sujeto a debate y revisión política permanente

Patricia Martín, Paty, en clase con sus cinco alumnos de la escuela rural de Fuentespreadas (Zamora). - Foto: José Luis Leal

Patricia Martín, «alias Paty», maestra en Fuentespreadas (Zamora), se sabe las fechas de cumpleaños de todos sus alumnos. Sus vidas, las de sus papás, las de sus abuelos… Incluso los peques conocen la suya, desde el nombre de la calle donde vive hasta el de su pareja, sobrinos o demás familia; y no es un farol, que se han puesto a prueba para el fotógrafo y el periodista que les visitan a última hora de la mañana. Es lo que tiene la escuela rural: «Me gusta mucho el contacto tan estrecho con la gente y los niños, ya son como mis hijos y no cambiaría esto por nada», destaca. No le desanima que se le haya negado dinero para comprar un ábaco, ni que la mayoría de juguetes los hayan comprado ella o los padres; tampoco el hecho de que queden por allí objetos de antes de la EGB. Después de todo, también presume de una flamante pizarra digital y desde hace un par de meses cuenta con internet de calidad (fibra óptica).

Con 45 años, a lo largo de su carrera docente ha llevado grupos de todos los tamaños en una decena de colegios de localidades de León, Valladolid y Zamora; los ha tenido de 25, o también de diez «con ocho inmigrantes que en algunos casos ni hablaban castellano», y las etapas qu e más le han «fascinado» han sido las de las llamadas escuelas unitarias: grupos pequeños de alumnos con distintas edades, como ahora en 'Fuentes'. Mejor que no fuera la despoblación quien decidiera y hubiera más de cinco, claro, pero es lo que hay: dos niños de primero de Primaria, Óliver y Pablo; dos de tercero de Infantil, Kevin y Esther; y «una ratita» de tres años, Alejandra, hermana de Óliver. Los cinco con mascarilla por voluntad de las mamás para proteger a la profe, que es de colectivo vulnerable al coronavirus y han conseguido mantenerlo a raya durante toda la pandemia.

Fuentespreadas, que superaba los 700 habitantes a mediados del siglo pasado, arrancó el actual bajando de 400 y hoy no alcanza los 300 (278 en el último padrón, del 1 de enero de 2021), es uno de tantos pueblos con serios problemas para mantener abierto su colegio. En sus mejores tiempos llegó a rebasar el centenar de alumnos y ahora ha sido el descenso de la ratio mínima a tres, aprobado por la Junta en diciembre, lo que le ha dado cierto margen para prevenir el riesgo de cierre inminente ante cualquier baja que pudiera llevarse el penúltimo aliento de vida del pueblo. 

Patricia Moreno, Pati, en clase con sus cinco alumnos de la escuela rural de Fuentespreadas (Zamora).Patricia Moreno, Pati, en clase con sus cinco alumnos de la escuela rural de Fuentespreadas (Zamora). - Foto: José Luis LealLos hay más apurados, porque el curso arrancó con 12 escuelas de tres niños y 15 de cuatro repartidas por Salamanca (nueve), León (siete), Valladolid (tres), Zamora (tres), Segovia (dos), Palencia (una), Ávila (una) y Soria (una). No en vano, sólo cuatro comunidades autónomas perdieron alumnado de enseñanza general no universitaria en la última década, y Castilla y León no sólo estuvo entre ellas, sino que fue la peor parada: de 356.666 matriculados en el curso 2010/2011 a 341.755 en el 2020/21, un 4,2% menos. Peor que Extremadura (-3,9%), Canarias (-2%) y Castilla-La Mancha (-1,8%), mientras despuntaban Navarra (+15,8%) o Madrid (11,8%) y el conjunto del país ganaba un 5,6%, según datos del Ministerio de Educación. Una estadística que nada tiene que ver con la calidad del sistema educativo de cada Comunidad, dado que Castilla y León suele ser precisamente la más valorada en los informes internacionales de evaluación PISA y presenta la séptima ratio de alumnos por profesor más baja del país (10,8 en el curso 2020/21, por 12 de media en España).

Uno de los más mayores de la escuela de Fuentespreadas, Pablo (6 años), anda algo estresado porque el próximo curso hará ya segundo de Primaria y después le tocará cambiar. A partir de tercero, los niños de la zona deben ir al Colegio Rural Agrupado (CRA) de Gema para completar el ciclo de Primaria y a él no le convence: «Nos quedamos aquí hasta sexto y punto», sentencia mientras se marca una cruzada de brazos de manual. Coincide que él estuvo en un colegio grande de Zamora capital hasta hace dos cursos y no lo recuerda precisamente con cariño... ¿Pero por qué mejor en 'Fuentes'? «Por todo, y porque queremos a Paty», responde con firmeza, mientras los compañeros hacen piña con él. ¿Todos hasta sexto aquí entonces? «Sí», dicen a coro. ¿Y si Paty se va a un colegio grande? Ahí ya responden más bajito y cada cual una cosa, aunque la maestra cuenta con no moverse mientras pueda.

Óliver, que hace sólo unos días cumplió 7 años, también está llamado a ir a Gema a partir del curso 2023/24 si nada cambia, pero la escuela de Fuentespreadas espera un nuevo alumno para este próximo: Víctor, hermano de Esther, que con dos añitos ya se acerca de vez en cuando a jugar en el patio para ir adaptándose.

Son las 14.30 y las mamás (ningún papá) ya llevan unos minutos esperando que salgan los peques. Sabían de la visita (fueron consultadas previamente) y Sara, la mamá de Pablo, es la primera en opinar: «La verdad es que el niño está mejor que en el colegio de Zamora al que iba» hasta que coincidió que, para estar más cerca de Salamanca «por cuestiones laborales», se volvieron al pueblo. «Yo creo que aquí se centran más en las necesidades de cada uno y está aprendiendo un montón, aunque yo creo que dos horas de inglés a la semana es poco, y sí que noto que a la hora de relacionarse con otros niños, al ser tan poquitos en clase, como que le cuesta un poco más si está con grupos más grandes».

«Ojalá dejaran hacer aquí hasta sexto, yo encantada porque son como clases particulares», apunta ahora Maribel, la mamá de Esther (5), del próximo fichaje (Víctor, 2) y de otro niño de 14 años que también estudió hasta segundo de Primaria para después cambiarse al CRA de Gema, a 19 kilómetros de Fuentespreadas. «Ya si se cambia tocará coger autobús, quedarse en el comedor… Mucho mejor aquí, que tenemos todo a mano», insiste. Ella misma estudió de niña en 'Fuentes' hasta octavo y ya después se marchó a un instituto de Salamanca: «Sólo en mi clase éramos diez pero bueno, tengo 39 años y ahora no queda ni el tato». Su marido, Ángel el panadero, llega a tiempo de sumarse a la conversación: «Yo muy contento con este colegio. Estudié aquí desde los 4 hasta los 14 años, creo que fueron los tiempos en que batimos el récord con 115 o 120 niños, una pasada». Él tiene ahora 42 años, así que salió de la escuela hace 28.

«Mi marido tiene 43 y todavía hay libros y cuadernos de ellos por allí», añade Nuria, la mamá de Óliver (7) y Alejandra (3), que también valora la continuidad de la escuela. Agradece especialmente la dedicación de Paty y el resto de profesores (de Inglés, Música, Religión y Educación Física) durante los meses de confinamiento duro, tras declararse el Estado de Alarma por la pandemia en marzo de 2020: «Nos mandaban cosas todos los días, yo creo que hicieron más gimnasia que nunca». Coincide además que la maestra había llegado a Fuentespreadas a finales de febrero y llevaba pocas semanas para entonces, pero estrechó la relación con los peques y sus familias de videollamada en videollamada: «A mí me dieron la vida, me tuneaba con mi bata y pimpán», cuenta Paty.

Vida en el pueblo

Ya han dado las 15.00 horas cuando las familias y los peques se van para sus casas. La maestra se ofrece a alargar la conversación (no le falta) en el único bar que queda abierto en el pueblo. Aunque también tiene farmacia a diario, la panadería de Ángel, una cooperativa patatera, cuatro talleres mecánicos, un salón de fiestas para cuando se puede celebrar algún evento… Y una asociación cultural que anima rutinas cuando la covid lo permite, con hitos cada verano como la semana cultural o el mercado romano. 

El bar está sorprendentemente lleno. Un par de partidas de cartas en juego y más de una docena de clientes en la barra. Sorprenden dos recortes de prensa colgados al fondo: portada y crónica del día en que se contaba la medalla de plata que ganó en Tokio la 'niña maravilla' del taekwondo nacional, Adriana Cerezo. Óscar, el hostelero, recuerda desde el otro lado de la barra que la madre «vivió en el pueblo hasta los 20 años y hasta corrió el gallo», tradición de los quintos; a la joven campeona no la conocen.

El hijo de Óscar también fue a la escuela de 'Fuentes' hasta que hace dos años le tocó pasar al CRA de Gema. «El cambio le costó porque el niño es un poco tímido, pero ahora ya está bien y muy contento», aprecia. Lo que lamenta es la manera en que el pueblo va decayendo: «Lo de antes con la barra llena ha sido raro, cada vez hay menos gente. Cuando mi padre llevaba el bar, hace 12 o 15 años, se ponían tres a despachar en la barra. Después se quedaron dos, luego uno, y ahora estoy yo que a veces hasta me siento a echar la partida». De ahí que lamente que «los políticos hablan mucho ahora de dar ayudas para abrir negocios en el medio rural, ¿pero qué pasa con los que ya están y les cuesta seguir?».

Al poco llega al bar el alcalde, Jesús Onofre Andrés. Quería haber estado en el colegio para la visita, pero es médico en Porto de Sanabria, a 204 kilómetros de 'Fuentes' y con un retorcido tramo de 28 que lleva una hora pasarlo; y encima le surgió una urgencia. El Ayuntamiento se encarga de los costes de mantenimiento del colegio y la última factura de luz, que incluye la calefacción, le ha dejado tiritando: «Casi 800 euros», advierte. Pero le preocupa más la posibilidad de que tuviera que cerrar por falta de niños: «Sería un golpe muy duro. Como no empiecen a tenerlos los jóvenes, a ver qué pasa de aquí a dos años». O que volvieran por ejemplo algunas de las numerosas familias que se mudaron a Zamora, Valladolid, Madrid u otras capitales, pero todavía llenan de niños las calles del pueblo cada verano. 

Retos de un colegio grande

Nada que ver la realidad de la escuela de Fuentespreadas con la de un centro mucho más grande como el IES Enrique Flórez, de Burgos. Su director desde hace casi cinco años, Francisco Javier Antolín, de segundo apellido Zamora, encaja con amabilidad un asalto telefónico al azar para hablar sin preaviso sobre los retos y preocupaciones de un instituto de su tamaño, con casi 800 alumnos entre FP y Bachillerato. «Pues tenemos varios retos: por un lado, estamos repartidos en dos sedes y eso nos complica la organización, no facilita; y por otro, también es un reto saber adaptarnos a las diferentes naturalezas de las enseñanzas que se imparten; o a los diferentes perfiles que coinciden por ejemplo en FP, donde hay desde alumnos que han superado la ESO con dificultades hasta otros de grado superior que ya cuentan con estudios superiores», apunta a bote pronto. 

Una dificultad añadida suele ser la rotación del profesorado. «Si en el claustro de profesores son unos 70, de un año para otro pueden cambiar como 25», apunta el director del 'Enrique Flórez', que matiza además que «no es una cifra exagerada» en proporción con otros centros.

Pero Antolín, de 42 años e hijo por tanto de la EGB, rechaza tópicos en las comparaciones entre la enseñanza de ayer y hoy: «Ahora los medios son mucho mejores, no hay color en cuanto a cómo se trata a los alumnos con especiales dificultades, y si comparas la EBAU con los exámenes que se hacían antes tampoco ves menos exigencia», argumenta. 

«Pero quizá el primer reto más bien sea atender», corrige ahora. Mantener la calidad que se ha alcanzado y elevarla en lo posible. Con centros educativos tan diferentes como una escuela rural de Zamora y el Enrique Flórez de Burgos, muy dispares y a la vez necesarios a la vez para sobresobrellevar la despoblación en la Comunidad más dispersa del país.