«La participación no tiene que ver con permitir»

Carlos H. Sanz
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Es uno de los impulsores y teorizadores de los presupuestos participativos. Durante su estancia en España, como miembro del comité organizador del Foro Social Mundial Barcelona 2020, visitó la capital la semana pasada para hablar de participación

«La participación no tiene que ver con permitir» - Foto: Óscar Navarro

En 1988 nace en Latinoamérica, concretamente en Portoalegre (Brasil), el primer experimento de presupuestos participativos, lo que supuso un hito de transformación social de gran alcance, por el que la ciudadanía toma conciencia de sus posibilidades para decidir sobre el uso de los impuestos como recursos públicos. Pronto esa experiencia recorre muchos lugares del mundo y en los últimos años ha desembarcado con fuerza en España, entre otras ciudades, en Palencia, donde se ha luchado por implantar este sistema. Rogério Dalló es secretario general de Colacot (Confederación Latinoaméricana de Cooperativas y Mutuales de Trabajadores), con una intensa actividad formadora y divulgadora como dirigente cooperativista y uno de los referentes mundiales en el debate sobre Economía Social y Solidaria.

¿Por qué es importante la participación ciudadana?

Se trata al fin y al cabo de otro modelo de democracia, una alternativa a la democracia representativa, que en realidad es una transferencia que el ciudadanos hace de su poder de decisión, pero no de la decisión final sino de su capacidad para la construcción de propuestas.

Cuando alguien es elegido para un cargo público, ya sea para el poder legislativo, el ejecutivo o el que sea, parece que se empodera de ese proceso de construcción. Y ese es un error crítico de lo que entendemos como democracia, al menos para los que creemos en la democracia participativa.

¿En qué consiste esa democracia participativa?

Es un modelo donde la persona es la protagonista permanentemente, en el que no transfiere su poder o responsabilidad. La democracia no es decir «si alguien quiere hablar, estoy abierto a escuchar», sino que se trata de una posición proactiva en la que quien decide lo público es la población, la sociedad, las comunidades. Esto no ocurre en los procesos tradicionales.

La participación tiene que ver con hacerse cargo de forma permanente de ese proceso de discusión de la convivencia social, de las prioridades presupuestarias e, incluso, de las dificultades que afrontan los municipios, las provincias, las comunidades y hasta el país. Es, en definitiva, una posición en la que todos somos invitados a ese ente público; algunos como gerentes o políticos, pero otros como partícipes del proceso de construcción de las relaciones que se crean en el medio social en el que viven.

Ese proceso de participación se ha reducido en España a la instalación por parte de los Ayuntamientos de herramientas web (informáticas) que permiten a los ciudadanos elegir entre una serie de proyectos cuáles deben entrar en el presupuesto anual. ¿Es un concepto correcto de participación?

Cuando hablamos de presupuestos participativos no estamos hablando de un programa informático, ni de decir «te permito que decidas sobre x». Estamos hablando de intentar, a través de un instrumento, de rediseñar y redimensionar todo un proceso, de cómo veo el espacio público como ciudadano, persona, comunidad, colectividad...

La participación no puede consistir en que yo llevo un cajón con mis demandas y doy a elegir una entre todas porque tiene que ser así. Eso es burocratizar el proceso.

La participación no tiene que ver con permitir, porque hemos comprobado que de la forma actual hay gente que no quiere participar por mucho que le invites.

Hay que cambiar el chip, y para ello se tiene que dar un cambio de cultura en el que no se puede mirar desde lo individual, sino que hay que ser proactivo.

Si yo creo espacios que condicionan los procesos en una consulta la gente no participará.

Muchos países copian la experiencia de procesos participativos porque están de moda, pero es un error. No es cuestión del instrumento sino de la propuesta como tal.

España está inmersa en cuatro procesos electorales: elecciones generales, municipales, autonómicas y europeas, pero históricamente en cada cita la participación es más y más baja... ¿A qué cree que se debe ese desencanto?

En las elecciones se reflejan dos procesos. Hay uno colectivista, de los partidos definiendo sus plataformas y candidaturas; y luego la participación individual del voto. Este es un modelo fallido, al que cada vez menos gente se sube porque al fin y al cabo uno sabe que está haciendo una participación muy, muy, muy limitada, constreñida a lo que otro espacio, que no es el comunitario, construyó como única posibilidad: votar por A, por B o por C.

Pero... ¿cómo se llegó a que A, B y C se presentasen? ¿Quién fue la correa de transmisión? ¿Cuál fue el debate que lo generó? Mundialmente hablando, estamos a punto de tener que cuestionarnos a fondo el modelo de Estado que hemos creado, porque la única forma de sostenerlo es con otro modelo de proceso participativo, de participación ciudadana en la toma de decisiones y en el debate.

¿Cuál es la clave, entonces?

La cultura occidental nos encasilla mucho en lo bueno y lo malo; en lo correcto e incorrecto... pero en la historia no hay saltos milagrosos. Todas las teorías políticas y económicas surgen de procesos. No podemos pensar que la participación se restringe a un momento, a un chispazo en el que participo y me lavo las manos porque lo que propuse ganó o perdió. La clave es cómo dialogamos sin imponer una verdad a los demás. El proceso participativo debería crear espacios en donde realmente hay posibilidad de que las distintas posiciones permeen unas a otras.

Si abrimos la mirada, obtenemos una visión más integral, holística, intersectorial, multiplataforma... Y eso se construye permanentemente, está siempre construyéndose, ya que si renunciamos a los procesos de participación abierta, al fin y al cabo empobrecemos el debate.

Al dialogar nos obligamos a repensar nuestros criterios y eso obliga al otro a hacer lo mismo. De esta forma, ya no se puede poner en contrapunto lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto.