Opinión de Carmen Casado Linarejos *

 

Es una palabra con tantos significados que resulta imposible aventurar un único sentido. Y mucho más en la actualidad. En nuestros días se aplica este término a tantas y tan variadas situaciones que ya casi ha quedado vaciada de su significado original, tal como lo define el DRAE: Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico. Hoy se aplica esta palabra a todo tipo de complementos, como cultura del cuerpo, o, incluso se ha llegado a decir cultura del botellón o cultura de la violencia, uniendo en esos sintagmas dos términos claramente antitéticos. Y es que la palabra cultura sufre un deterioro que conduce al vaciado significativo de la misma.


En su ensayo La civilización del espectáculo, el escritor Mario Vargas Llosa hace afirmaciones tan certeras como que La cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a este vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer. El uso abusivo de la palabra se manifiesta en la actualidad de manera explícita en el proyecto del actual gobierno español consistente en regalar a los jóvenes que cumplan su mayoría de edad próximamente unos bonos culturales. Se precisa en qué podrán utilizarse dichos bonos: libros, música, conciertos, espectáculos, videojuegos...pero excluyendo la tauromaquia. A este espectáculo cultural que es competencia del Ministerio de Cultura -y ahí está la paradoja- se le excluye de la misma. No se tiene en cuenta la tradición cultural española, ni su implicación en la pintura -Goya, Picasso, Miró-, en la literatura -Federico García Lorca, Miguel Hernández, Rafael Morales y tantos otros-o en la música de autores tan destacados como Falla, Albéniz o Granados. En zarzuelas o en óperas, como Carmen. Y, por supuesto, en la música popular como los numerosos pasodobles y coplas tan abundantes de nuestra más genuina tradición cultural (ahí sí que el adjetivo cobra su cabal sentido). Se trata de adoptar un significado dictado exclusivamente por la ideología política de quienes gobiernan. Dice Vargas Llosa que en las dictaduras el régimen se siente autorizado a dictar normas y establecer cánones dentro de los cuales debe desenvolverse la vida cultural. Es evidente que es lo que propicia la situación al ser el Gobierno quien precisa lo que es cultura. Han sido numerosas y bien fundamentadas las críticas que este proyecto ha recibido. La Fundación del Toro de Lidia ha sido, lógicamente, la institución que, de manera congruente, ha anunciado su intención de llevar al tribunal de justicia la pertinencia, o no, de aquella exclusión. La tauromaquia es, probablemente, la actividad artística, junto con la pintura, más antigua de nuestra cultura, presente en todas las civilizaciones que, desde los fenicios, se desarrollaron en la península Ibérica.


Si tomamos esta exclusión como evidente muestra de sectarismo, ya que trata de imponer un criterio político a la libertad individual consistente en que cada uno pueda elegir en qué invierte su tiempo libre y sus gustos en materia cultural, llegamos automáticamente a la conclusión de que la política, así entendida, está llegando a reemplazar las ideas por las apariencias y la decisión partidista por la libre e individual del ciudadano. Estamos ante una actitud de censura que dicta lo que es bueno y lo que no, en un ámbito tan amplio y abierto como debe ser la cultura. Cabe preguntarse si deben excluirse de la lectura aquellos libros que traten la tauromaquia desde una perspectiva cultural; o las películas que tengan al torero y su actividad profesional como protagonistas o los populares pasodobles toreros. Llegaremos, de este modo, a una lista de obras prohibidas, al modo en que existió aquel índice de lecturas «peligrosas» para la moral colectiva.


Otro punto de debate a este respecto es el discutible hecho de que deba regalarse dinero a aquellos jóvenes que comenzarán a votar en las próximas elecciones políticas. En nuestro país el índice de paro juvenil es el más elevado de la CE y nada sabemos de las medidas que van a adoptarse para frenar tan lamentable situación. Regalar dinero, aunque se precise que es para invertirlo en «cultura», no va a contribuir a mejorar la situación laboral de los ciudadanos que sufren el paro. Estoy segura de que la mayoría de ellos preferirían disponer de un trabajo remunerado que les permitiera costearse a su gusto y necesidad sus propias vidas. Los millones que van a invertirse en esos bonos tendrían mejor utilización en dotar a los jóvenes de una preparación profesional  que los habilite para su desarrollo como ciudadanos libres. Una mejor planificación de las titulaciones profesionales en función de los trabajos más demandados por las empresas con una oferta educativa más diversificada y mejor enfocada al mundo laboral, podría evitar el progresivo crecimiento del paro entre los jóvenes. La dependencia de subvenciones de todo tipo es negativa para la colectividad y el individuo, ya que hace a ambos seres dependientes de un estado paternalista y autoritario, a la vez que impulsa la inactividad improductiva y conduce al progresivo empobrecimiento de la sociedad y al desmesurado crecimiento del Estado, características estas de los regímenes comunistas que aún quedan en el mundo.   

 

*Catedrática de literatura