Maurino Mata, pluriempleado por necesidad

Fernando Pastor
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Entre los otros oficios que desarrolló para obtener más recursos estaban yesero, adobero, cazador…

Maurino Mata, pluriempleado por necesidad

Maurino Mata nació en Amusquillo de Esgueva en 1911.

La muerte de su padre provocó que se incorporara muy tarde al servicio militar, ya que los hijos de viudas disponían de prórrogas. Cuando se incorporó ya estaba casado y solicitó permiso para estar presente en el nacimiento de su primer hijo. No se reincorporó a tiempo tras el permiso, por lo que tuvieron que ir a buscarlo. 

 Tras el alzamiento franquista le llevaron al frente en contra de su voluntad, ya que sus ideas eran republicanas, incluso estaba en proceso de crear un centro republicano. No desertó por temor a lo que le pasara a la familia en el pueblo.

Maurino Mata, pluriempleado por necesidadMaurino Mata, pluriempleado por necesidadTras la guerra escuchaba La Pirenaica, Radio París y la BBC, emisoras  prohibidas, por lo que cuando las ponía salía a la calle para asegurarse de que desde fuera no se oía nada.

Maurino no iba a misa, y el cura, don Pablo, le preguntó por qué. Su respuesta fue que porque allí no pagaban jornal.

Con su trabajo de jornalero agrícola no le llegaba para mantener a su amplia familia, de 7  hijos, lo que le llevó a desarrollar otros oficios simultáneamente. También influyó en ello su fortaleza física y su espíritu autónomo: no le gustaba que le mandaran, por lo que poco a poco fue trabajando por su cuenta. Era buen segador, en los tiempos en que se segaba a mano, y pasó a ofrecer su trabajo como autónomo, lo que tenía otra ventaja: si no quería no madrugaba tanto como los agosteros a sueldo, que trabajaban desde antes de amanecer. 

Maurino Mata, pluriempleado por necesidadMaurino Mata, pluriempleado por necesidadEntre los otros oficios que desarrolló para obtener más recursos estaban yesero, adobero, cazador…

La caza y la pesca se le daba bien y las piezas (liebres, conejos, perdices, cangrejos, etc.) eran tanto para comer la familia como para vender. Tenía licencia, pero a veces empleaba sistemas furtivos como usar una hembra de perdiz de reclamo o entrar en el monte de Vertavillo, que tenia mucha caza pero estaba legalmente acotado. Todo ello le acarreó juicios. A ello se sumaba que a menudo le requisaban la escopeta debido a sus antecedentes republicanos.

En primavera hacía adobes, bloques de barro de tierra arcillosa y paja usados para construir, material muy duradero porque el agua de la lluvia resbala por la paja. Los elaboraba en el paraje denominado El Encaño con la ayuda de sus hijos cuando no tenían que ir a la escuela. La tierra la obtenían cavando en una pradera y allí mismo hacían los adobes, con una pila y con un molde que llamaban mecal, utilizando el agua del manantial. Tras varios días oreándose, los dejaba apilados hasta ser vendidos.

En invierno ejercía de yesero, con ayuda igualmente de sus hijos. El sistema un tanto rudimentario empleado le suponía un gran esfuerzo para muy poco beneficio. Sacaba los cristales de yeso (ginger) en parajes como el Pico Santa Cruz y en otras laderas a pico y pala. En una ocasión encontró una veta buena y empezó a picar sin poner mampara, y le cayó encima, costándole mucho salir de debajo del montón de tierra que le sepultó. A veces sacaba aljez, que era un yeso de algo menos de calidad.

Transportaban el yeso en sacos pequeños o serones, con un burro y alforjas, hasta una caseta en la que tenían un horno que alimentaban con leña. Tras unas 8 o 9 horas fundiéndose en el horno, apagaban el fuego, lo dejaban enfriar durante una hora y lo sacaban para extenderlo por el suelo. Para poder seguir sacando del horno más trozos Maurino tenía que pasar por encima de los que ya estaban incandescentes en el suelo, sin calzado adecuado, incluso en zapatillas, por lo que a veces se quemaba y daba saltos.

Cuando se enfriaba tenía que machacarlo para obtener el polvo de yeso, que es como se comercializa. Lo hacía a golpes, con una majadera. Al esfuerzo del golpeo se unía el respirar y tragar todo el polvo tóxico que se levantaba, en un recinto pequeño sin ventilación, por lo que cuando se le caía la moquita estaba totalmente blanca. Tras obtener el polvo de yeso lo cribaba en otro recinto, con un harnero, lo que le provocaba inhalar mucho más polvo aún. 

Por último, lo ensacaba y apilaba hasta ser vendido.

Los días que ponían el horno para fundir o cocer el yeso, su mujer hacía cocido para comer. Hacían cocido con frecuencia, pero los días de horno siempre, añadiendo chorizo para poder untarlo junto con el tocino en un trozo de pan, pincharlo con un palo y ponerlo en la boca del horno (estaba muy cerca de su casa) para que se tostase y soltase la grasa y el pimentón sobre el pan. Un manjar. 

Del traslado de los cristales de yeso desde el monte hasta la caseta del horno se encargaban los hijos (e hijas) mayores de Maurino. Lo llevaban en un burro. En esa época no estaba bien visto que las chicas hablaran con chicos antes de ser casaderas, sobre todo por el qué dirán, y por ello si alguna vez su hija se cruzaba con el burro con algún chico y se paraba a hablar, su padre la veía desde el monte y al llegar la castigaba.

Otro hijo, Miguel, cogió una tremenda pulmonía en la yesera. Con tan solo tres años le envolvía en una manta y le llevaba, para que su madre pudiera hacer las cosas de la casa sin tener que atenderlo. Allí se quitaba la manta para jugar y estaba toda la mañana a la intemperie en pleno invierno. La gravedad de la pulmonía le obligó a estar mucho tiempo en cama, salvando la vida gracias al buen hacer del médico de Villaconancio, José González. Fue mejorando y cuando ya pudo levantarse de la cama no se tenía de pie, a causa del tiempo pasado acostado en la alcoba. 

En 1948 Maurino se marchó a trabajar a Altos Hornos de Vizcaya, pero no aguantó estar lejos de la familia y por un sueldo que no le alcanzaba para pagar su estancia y mantener a su mujer y sus 5 hijos. En 1962 regresó al País Vasco, reuniéndose allí toda la familia un año después.

Murió con 92 años.

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