Julio César Izquierdo

Campos de Tierra

Julio César Izquierdo


Sabedores

05/03/2022

Hasta no hace tanto, dice Tiburcio, éramos expertos en virología. Nada se nos resistía. Nuestra capacidad de análisis era tremenda. Algunos, incluso, se pasaron de vueltas por su inacabable ansia de conocimiento, llevando su sabiduría, a diario, a las redes sociales, el nuevo púlpito desde el que repartir doctrina. Llegaron también los jueces de salón, de patio y de corrala, casi a la par que las teorías de la conspiración, los negacionistas y los posicionamientos políticos. Porque, añade, aquí, al final, cada uno cree lo que quiere creer y sigue al santón que más me redima y reafirme en lo mío. Mientras, me comenta sereno, pero con cara de pocos amigos, se han ido mezclando churras con merinas, polarizando a la sociedad por los extremos. Eso sí, radicales son siempre los otros, porque uno siempre vive y mora en la verdad absoluta. Claro está que cada cual se adapta a sus cánones y estamentos vitales y pocas veces se ha visto que alguien convenza al otro de lo contrario y viceversa. Es la vida misma, resopla con aplomo, lanzando sus lapidarias al viento, sabiendo que no obtendrá respuesta; la que tampoco busca. Y así, va y cambia de tercio, exponiendo que, mientras se va oteando el nuevo gobierno regional, lo de la España Vacía va cayendo en el olvido. Tanto, que las voces críticas andan ahogadas en suspiros, mientras siguen cerrándose entidades bancarias y se trabaja con adivinos para saber qué es y cómo funciona lo del transporte a la demanda. Cosas que pasan mientras algunos pueblos pueden estar sin telefonía móvil quince días. Pero acto seguido me salta de mata para categorizar que todo lo expuesto no son más que paparruchas. Que nos quejamos de vicio, que aquí se valora la tranquilidad, el sosiego con un salpimentado de ferias y saraos cada veinte días, que es el mayor agente dinamizador que existe. Y, sobre todo, lo que se respira por estos lares es paz. Nunca una palabra tuvo significado tan grande y nunca como ahora se vieron gestos de solidaridad tan gigantes para ayudar al prójimo. Pues sí, porque ahora, chaval, me entran ganas de llorar. Otra guerra, una más. Que hace nos enredemos en dilemas. Lo triste, culmina, es que a estas alturas algunos no sepan distinguir a los buenos de los malos.