La Navidad que (aún no) fue

Juanjo Herranz
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Palentino Ausente / 180 días en México

La Navidad que (aún no) fue

«La Navidad ya ha pasado», escribo varios días antes del nacimiento de Jesús. Con seis días de antelación se envían estas crónicas al Diario Palentino, así que, ante tal efeméride, hago un ejercicio de anticipación, de adivinación para intentar que hoy, 19 de diciembre, se convierta en hoy, 26 de diciembre.


Las ucronías son las narraciones especulativas que reconstruyen el presente en base a posibles eventos anteriores que pudieran haberlo modificado. Si, por ejemplo, el meteorito que provocó -o al menos aceleró- la extinción de los dinosaurios no hubiera impactado la tierra (a 40 kilómetros de donde estoy sentado, en la localidad de Chicxulub, México), ¿habría podido el ser humano convertirse en el dueño y señor del resto de animales? ¿Se imprimirían periódicos? ¿Se publicaría Diario Palentino todas las mañanas a excepción del 25 de diciembre, el 1 de enero y el Sábado Santo? ¿Estaría yo aquí sentado frente a la playa del Golfo de México? 


O si, a menor escala, no hubieras roto con aquella novia o no hubieras dejado el fútbol o no hubieras sido tan mal estudiante, qué hubiera pasado. Las ucronías son ejercicios literarios interesantes, pero no sirven para mucho más. Esos otros presentes que podías haber vivido no existen. La concatenación de buenas y malas decisiones nos trajo hasta aquí, y ahora queda hacer lo que se pueda con ello. Una de las mejores cosas que podemos realizar es eso tantas veces dicho de conocerse a uno mismo: «Si no te conoces a ti mismo, vivirás con un extraño el resto de tu vida», decía Friedrich, el filósofo abraza caballos. 


En este caso, 18 de diciembre convertido por la magia editorial en 26 de diciembre, no escribo una crónica de una ucronía, escribo una crónica del futuro, soy el reportero del futuro:
Probablemente ya estés harto de comer turrones, de pelar langostinos y de untar pan en salsas deliciosas, quizá no harto, pero sí empieza a pesar el exceso después de nochebuena, navidad, cenas de amigos, cenas de empresa, cenas de cenas. Es probable que el horizonte del 31 de diciembre, la noche de celebración y felicidad innegociable, te provoque pinchazos preventivos en el hígado y tengas la firme convicción de no empezar el año con una resaca de tres días. Si puedes levantarte el día 1 de enero y tomarte un café escuchando el concierto de Viena en plenas facultades y sintonía contigo mismo y el mundo, por qué despertarte con el cerebro seco, con cincuenta euros menos y con un gorila golpeándote la cabeza con un mazo a cada movimiento de tu tembloroso cuerpo. El Danubio azul, de Strauss, baja contaminado después de cinco cócteles.


Aunque los amigos sean graciosos solo un rato. Aunque algún familiar te desquicie. Aunque el bar de toda la vida sea una cueva de murciélagos. Si estuviera en Palencia, comería, bebería, cantaría villancicos, haría los mismos chistes con los mismos amigos, me escondería en la cueva de murciélagos por unas horas, saldría a cenar con este o aquel, pasaría un par de resacas y hasta subiría a ver a los ciervos. Porque no quedan tantas navidades.

 
En estas fechas, por mucho que se llenen las mesas de bandejas, platos y copas, si no se llenan las sillas, no tienes nada. Lo más importante es llenar las sillas, y en todas las casas hay sillas vacías. Porque el champán está bueno, pero solo un rato. Los langostinos están sabrosos, pero no es para tanto. Lo que está delicioso -aunque amargo- son los recuerdos que quedarán de esta Navidad en la que estamos todos los que podemos estar. Hasta aquí hemos llegado, los que hemos llegado, que siga el baile. Esa frase tan manida de «no digas a nadie nada que no pudiera ser lo último que le dijiste», sería un buen eslogan navideño. 


Otro año exhausto, y la consiguiente revisión de lo acontecido en los últimos doce meses. El camino es largo, fatigoso, muchas veces solitario y triste, y tantas veces todo lo contrario.  Aprovechemos (ya que la fortuna nos avala un año más), que la pelota que arrojamos cuando jugábamos en el parque, como dijo Dylan Thomas, «aún no ha tocado el suelo». 


He cambiado la Navidad castellana, de trineos y bufandas, por un par de chanclas, y qué raro se siente diciembre en el trópico. «Aunque hayas nacido en un pesebre, no tienes que ser un caballo», decía uno, y ahora masculla este palentino, frente al golfo de México, lejos de su pesebre, con poco dinero en la cartera, muchas crónicas por escribir y cinco mil kilómetros hasta Tijuana. Y si no crees que se pueda desligar pesebre y caballo, mira Jesús, nació en un pesebre y acabó siendo un Dios. Felices fiestas, Palencia. 

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