Antonio Álamo

Antonio Álamo


Oy, Dusya…

10/03/2022

«Era imposible que pudiera suceder algo así, pero, por terrible que sea darse cuenta, lo peor que podría pasar está sucediendo ahora mismo, y todos nos hemos convertido en participantes involuntarios de estos trágicos eventos». Este comentario figura desde hace poco en la web del grupo folclórico ruso Otava Yo, en la que también anuncian la cancelación de sus próximos conciertos y exponen un ruego: «Le pedimos amablemente que se abstenga de comentarios de odio, aunque solo sea por respeto a los miembros de nuestro grupo cuyos familiares ahora se ven obligados a esconderse de las explosiones y los disparos en los sótanos de sus casas en Ucrania. Confiamos y esperamos –añaden- en la prudencia de quienes pueden incidir en la solución pacífica del conflicto».
Curiosamente una de sus canciones, Oy, Dusya, oy, Marusya, es una deliciosa adaptación de una canción de amor del folclore de los cosacos, gentes que no distinguían de nacionalidades y cuyos descendientes en Ucrania y Rusia -una y otra son su tierra- han sido sobrepasados, al igual que el resto de los ciudadanos, por una tragedia derivada de la violencia militar ejercida unilateralmente. Una vez más, la consecuencia es la aparición de una trilogía infernal: muerte, destrucción y caos. La quiebra del derecho internacional es lo que ha originado siempre. La invasión, pues, es el último episodio y de poco sirven ahora las condenas y las lamentaciones.
¿Pudo evitarse? Es difícil encontrar una respuesta, entre otras razones porque es imposible proyectar en público lo que tiene en la mente quien comienza una invasión. Por el contrario, es fácil imaginar que cuando alguien contempla cómo no se respeta la integridad territorial y la soberanía de un Estado, expuestas ambas en la Carta de ONU, se anime a hacer lo mismo. Y hay demasiados ejemplos, algunos muy recientes e incluso en suelo europeo y pueden ilustrarse mencionando cinco palabras sueltas: bombardeos, Serbia, Kosovo, OTAN y 1999. Las reglas del Derecho Internacional eran, son y deberían ser iguales para todos los países. Los dirigentes que ahora claman ante la barbaridad de lo que sucede en Ucrania han tenido tiempo suficiente para dejar de vivir en la inopia y creer que el mundo era suyo.