Carmen Arroyo

La Quinta

Carmen Arroyo


Talibanes

02/09/2021

Hace muchos años leí algo que se me grabó para siempre y que, seguro, ustedes han escuchado mil veces: hacer sufrir a los demás es el peor modo de equivocarse. Las diferentes maneras de pensar, creer, juzgar o criticar convencidos de que la razón está de parte de uno mismo, o de un grupo, o de todo un pueblo, es fuente de conflictos que desembocan en guerras atroces en muchos casos. Fue Heráclito quien dijo: «Nadie se baña dos veces en el mismo río». Y, sin embargo, el hombre es el único ser vivo que tropieza dos veces en la misma piedra. Tropezar y caer, acertar y errar; la vida se desliza bajo nuestros pies y nos resulta difícil parar a pensar unos instantes. 
La intolerancia religiosa ha sido, es, fuente de conflictos durísimos y crueles. Las guerras de religión, la historia no miente, causaron crímenes y sometimiento o esclavitud a lo largo de cada época. Enma Bonino, año 1997, comisaria de Ayuda Humanitaria, realiza un viaje a Afganistán. Desde el año anterior los talibanes se habían hecho con el poder y la Unión Europea ayudaba a los afganos para aliviar su situación de injusticia. Visitó un hospital para verificar cómo se empleaba la ayuda de los Fondos Europeos que les llegaban. Su equipo tomó unas fotografías de mujeres en un hospital. Algo prohibido por la rigurosísima Ley Islámica, la Sharia. Fue detenida a punta de Kalashnikov. Esta ley prohíbe otras muchas cosas. Entre ellas, niega el derecho a la educación a niñas y mujeres y no permite que estas trabajen. Podemos pues darnos cuenta de que la mitad de la población está destinada a, no exagero, ser esclavas y a vivir como en plena Edad Media. Sin salir de casa, ni para ir al médico, salvo cuando alguien de la familia, un varón, pueda acompañarla. Las imágenes de estos días son aterradoras. Nadie sabe qué va a pasar. Durante los 20 años en que los afganos se defendieron con la ayuda económica y militar de EEUU, una cierta normalidad parecía extenderse. La escuela, la universidad, estaban abiertas a las niñas y mujeres. Ahora, viven recluidas en sus casas y no está claro más que una cosa: la Sharia regirá, de nuevo, sus vidas.
Pero el fundamentalismo no se da solamente en este país. También lo sufren sus vecinos: los Emiratos árabes, Sudán, Irán o Siria. El ejército afgano se rindió y sus armas las mostraban con orgullos los talibanes. Sufrimos con la retirada del ejército de EEUU. Y ante la desesperanza y el dolor de un pueblo, una pregunta: ¿Dormimos tranquilos mientras ellos no pueden hacerlo?