El valor de volver a sonreír

J. Benito Iglesias
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Un matrimonio ucraniano de Mariúpol emprende una nueva vida en Palencia. Ella, especialista en cooperación internacional, atraviesa el país bajo las bombas para unirse a su marido, futbolista profesional que entrenaba en Turquía al estallar la guerra

El valor de volver a sonreír - Foto: Juan Mellado

La lucha por la supervivencia con final feliz, no exenta de los dramas humanos derivados de cualquier conflicto bélico, deja huellas imborrables. La historia que puede contar hoy el matrimonio ucraniano formado por Tetianaa Nazarova, de 36 años, y Viacheslav Pidnebennoy, de 34, se produce entre sonrisas, agradecimiento a los palentinos que les han apoyado y muchas ganas de vivir y salir adelante en la ciudad -donde llevan ya más de dos meses- junto a su hijo Vlad, de 8 años, y la pequeña de la casa, Vika, de 5.

La invasión de Ucrania por parte de Rusia, que ayer cumplió 83 días, ha dejado a la ciudad portuaria del sur del país de la que son originarios, Mariúpol, -donde residían  una parte del año- totalmente devastada y en manos rusas. A Viacheslav, jugador profesional del equipo de fútbol FC Alians Lypova Dolyna, que acaba de retornar a la Primera División Ucraniana, le sorprendió entrenando en la pausa de la temporada en febrero en Turquía, un país mucho más cálido en el que llevaba un mes.

«Por favor, sálva a mis hijos», fue la frase que dirigió Viacheslav a su esposa. «La madre de mi marido, Larisa, había venido unos días a Lypova, situada al norte del país, cerca de la capital, Kiev, para ayudarme con los niños. Cogí dos maletas, nos montamos en el coche e hicimos 1.300 kilómetros durante tres días entre barricadas, toques de queda por los bombardeos y controles de militares rusos. Atravesamos buena parte del país hasta la ciudad polaca de Katowice pasada la frontera, a donde mi marido había viajado en avión desde Turquía. No nos ocurrió nada malo, pero la niña me pedía por favor que nos dirigiéramos a un lugar sin guerra. En Palencia estoy muy satisfecha de los valores humanos que adquieren mis hijos. Creemos que la gente que nos rodea es la mejor que hay aquí», resume Tetiana, 

El valor de volver a sonreírEl valor de volver a sonreír - Foto: Juan MelladoDRAMA HUMANO. Con conocimientos de monitora infantil y responsable durante años de proyectos de cooperación internacional en la Cámara de Comercio de Donetsk, ciudad cercana a Mariúpol, la ucraniana vivió el lado más amargo de la guerra mientras recorrían Polonia, Alemania y Francia camino de Palencia. «A través de familiares supe que mi madre murió en un bombardeo en su casa de Mariúpol. Días después falleció por falta de tratamiento médico mi padre diabético y con una pierna amputada», lamenta.

Tetiana, locuaz y muy expresiva, posee un alto nivel de inglés apoyado en la traducción del reportaje por Beatriz Antolín. Esta palentina ha brindado a los refugiados de Ucrania la posibilidad de residir con todos los gastos pagados en un apartamento de la empresa familiar donde trabaja, Áridos Antolín. De momento, Tetiana ha encontrado empleo como monitora infantil en grupos bilingües en la instalación deportiva La Roca, donde presentó un currículum junto a su marido. Su buen nivel de inglés la ayudó, mientras Viacheslav, jugador de fútbol  y con título universitario de entrenador profesional, no tuvo tanta suerte pero se adaptaría a cualquier otro trabajo.

«Mientras yo estaba en Turquía hablaba con mi mujer y sentía una gran incertidumbre por lo que podía ocurrir.En Palencia hemos encontrado gente maravillosa y nos parece muy acogedora y tranquila para vivir», añade Viacheslav, muy feliz del nuevo proyecto de vida familiar. De momento está entrenando para no perder la forma en el Palencia CF, conjunto que milita en Tercera División, y está abierto a cualquier oferta de un equipo.

El valor de volver a sonreírEl valor de volver a sonreír - Foto: Juan MelladoBeatriz Antolín fue un eslabón más de una cadena solidaria. «Tetiana, por su desempeño profesional, tiene una amiga de origen palentino en Bruselas, Iris, que habló con familiares en la capital para apoyar una acogida. A su vez, ellos llamaron a título particular a Ángeles Armisén, presidenta de la Diputación que al conocer que nuestra familia podía ceder un apartamento nos llamó y lo hicimos encantados», explica.

Este grupo de acogida, además del apoyo de Cruz Roja en trámites de residencia, ha facilitado a la familia todo tipo de ayuda.  Luego se sumó el colegio de Santa Rita, cuya comunidad religiosa y el AMPA se han volcado en la integración de los niños y las clases de español diarias para la familia. «Incluso Vlad, el hijo que hizo hace poco tiempo la Primera Comunión en Ucrania, se sumó a un grupo de niños del colegio que celebraban este día. Le compraron el traje para que se sintiera integrado y pasó un día muy feliz. Esta familia tenía una posición económica muy buena en su país y ayudaron a mucha gente allí», concluyó Beatriz Antolín.