Tariego de Cerrato

Juan Francisco Sanjuán Benito
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Fue objeto de deseo desde su repoblación en el siglo X hasta el siglo XVI, pues durante esos seis siglos, pasó por diferentes tenentes, unas veces por donación y otras por usurpación

Tariego de Cerrato

La villa de Tariego de Cerrato, situada a escasos trece kilómetros de la capital, se ubica en la ladera de un amplio promontorio en cuya cúspide se asienta una torre óptica con cierto aspecto ruinoso y junto a la margen izquierda del río Pisuerga, dominando un vado natural que permitía el paso del río en época de estiaje.


El nombre de la villa, Tariego, posiblemente provenga del prefijo indoeuropeo  Tar, que significa cerro, y el prerromano ecas, que significa poblado; luego Tariego sería 'Poblado en el cerro'. En cuanto a su apellido, Cerrato, únicamente indica el espacio geográfico en que se emplaza.


En sus inmediaciones han aparecido gran cantidad de restos arqueológicos que nos indican que este solar ya estuvo habitado en la Edad del Bronce. También se tienen nociones de la existencia de una población, posiblemente fortificada, durante el periodo celtibérico, que opuso fuerte resistencia a la conquista romana, pero que finalmente sería sometida y romanizada. Igualmente, los visigodos señorearon estos parajes, como luego lo hicieron los mahometanos, quienes, como los anteriores pobladores, aprovecharon el emplazamiento sobre el elevado promontorio, aunque su dominio de la zona fue efímero, ya que las huestes del rey Alfonso I de Asturias, llamado El Católico, yerno de don Pelayo, que reinó entre los años 739 y 757, les expulsaron de la comarca, devastando el territorio para impedir que los moros regresaran a los asentamientos.


Durante el siglo IX, toda la comarca fue repoblada, fundamentalmente por foramontanos, cristianos que llegaban del norte levantando nuevas poblaciones, y la villa de Tariego renació en torno a su amurallada fortaleza en lo alto de la colina, que fue restaurada durante la segunda mitad del siglo IX y desde donde se apoyaba a la cercana fortaleza de Dueñas en el control del paso por el valle del Pisuerga. La localidad fue creciendo en población e importancia, convirtiéndose en la cabeza del alfoz que se creó con las pequeñas poblaciones que nacieron en torno a ella, como Hontoria de Cerrato, Santa Colomba, Soto, Baños y el monasterio de San Millán de Villasoto, con jurisdicción completa sobre todos ellos gobernados por un conde. 


Hay referencia documental de que el día 23 de agosto del año 917, los reyes Ordoño II y Elvira, primeros reyes de Galicia desde el año 910 y luego de León desde el año 914, donaron una serna en la vega de Tariego al monasterio de San Isidro (Dueñas). Desde la reconquista, Tariego pertenecía eclesiásticamente a la diócesis de León hasta que Fernando I el Magno, primer rey de Castilla, y tras la batalla de Tamarón en los primeros días de septiembre de 1037, también de León, la agregó a la de Palencia. Posteriormente la villa pasaría a engrosar el reino de Castilla por mandato del mismo rey.


En el año 1116 figuraba como señor de Tariego y su alfoz el conde Gonzalo Sánchez. Once años después, la villa de Tariego y su alfoz habían cambiado de dueño, pues en 1127 era el conde Pedro González de Lara quien figuraba como su señor. Casi medio siglo después, Tariego y su alfoz volverían a cambiar de señor, que esta vez sería señora, doña Leonor de Plantagenet, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, quien los recibió en concepto de arras al contraer matrimonio en 1170, con tan sólo 10 años de edad, con Alfonso VIII de Castilla, luego conocido como el de Las Navas. 


Casi medio siglo después, en el año 1215, Álvaro Núñez de Lara se impuso por la fuerza de las armas como tutor del rey niño Enrique I, desde cuyo puesto recuperó el señorío de Tariego y varias tenencias de castillos más para la Casa de Lara. 


Muerte de Enrique I.

El rey Enrique I murió el día 6 de junio de 1217 accidentalmente en Palencia con tan sólo 13 años de edad, al ser herido por un golpe de teja mientras jugaba con otros niños nobles. Entonces, Álvaro Núñez de Lara escondió el cadáver en el castillo de Tariego, intentando ocultar la noticia y ganar tiempo para salvaguardar sus intereses. Enterada doña Berenguela, hermana de Enrique I, titular oficial de la regencia y heredera de la corona de Castilla, abdicó a favor de su hijo Fernando III, luego conocido como el Santo, quien en compañía de su madre, ya reina de hecho, fue aclamado como rey de Castilla el día 1 de julio de 1217 en un solemne acto que tuvo lugar en la villa de Autillo de Campos. Al día siguiente, 2 de julio, Fernando fue proclamado rey de Castilla en la ciudad en Valladolid.


Álvaro Núñez de Lara no reconoció al nuevo rey, negándole la obediencia debida, e inició una serie de rebeldes asonadas por el reino que finalizaron con su captura por las huestes reales, obligándole a entregar a la corona la villa y el alfoz de Tariego, así como todas las fortalezas que había usurpado a la fuerza.


Tras aplacar la rebeldía de los infantes Juan el de Tarifa y Alfonso de la Cerda en torno a finales del siglo XIII, el rey Fernando IV el Emplazado, hijo de Sancho IV el Bravo y María de Molina, concedió el castillo y señorío de la villa de Tariego al Concejo de Palencia, ya que durante la revuelta de los infantes los había recuperado para la corona. 


A finales del primer tercio del siglo XV, el rey Juan II otorgó a Pedro de Acuña, primer conde de Buendía, los señoríos de las villas de Dueñas y Tariego; de cuyas manos Tariego pasó en 1521, a las huestes comuneras castellanas, aunque al final de la guerra de las Comunidades, Tariego regresó a poder de los condes de Buendía. El Concejo de Palencia recibió la villa de Paredes de Monte como compensación por la pérdida de Tariego.
Durante la Guerra de la Independencia, la villa fue atacada en varias ocasiones por las tropas francesas acantonadas en la zona, al considerar estas que servía de apoyo a los guerrilleros que asaltaban los convoyes de suministros del Camino Real a Burgos.


TELÉGRAFO ÓPTICO.

A finales de la segunda mitad del siglo XIX, durante la Segunda Guerra Carlista, el ejército isabelino construyó una torre para telégrafo óptico en lo más elevado del cerro, como parte integrante de una de las líneas telegráficas concebidas para permitir comunicar las provincias vascas con Madrid, transmitiendo, mediante señales ópticas, noticias sobre el desarrollo de la guerra. Hoy el estado de la torre es ruinoso. El histórico castillo se situaba sobre un pequeño promontorio, del que hoy no queda nada. Tampoco queda nada de las antiguas murallas que defendían la localidad. La iglesia parroquial, con advocación a San Miguel, fue construida en el siglo XVI en estilo gótico.