Editorial

La nueva generación de incendios exige políticas forestales más contundentes

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España está sufriendo en esta ola de calor incendios forestales en gran parte de su territorio. Fuegos de una voracidad desconocida hasta ahora están asolando amplias zonas en provincias como Zamora, Ávila, Orense, León, Zaragoza o Guadalajara, por poner solo los ejemplos más significativos, lo que ha provocado un grave daño medioambiental que costará mucho tiempo revertir y, lo que es peor, la muerte hasta ahora de un brigadista de los servicios de extinción y de un ganadero que intentaba poner a su rebaño a salvo de las llamas. Son incendios de sexta generación, muy difíciles de controlar y agravados por el cambio climático, tal y como han reconocido varios responsables autonómicos y el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

 Incendios forestales ha habido siempre, provocados por causas naturales o por la mano del hombre, pero nunca se habían constatado circunstancias como las actuales, que aumentan la preocupación por los efectos futuros y obligan a reflexionar tanto en los protocolos de extinción que se desarrollan en verano como en las políticas forestales que se llevan a cabo durante todo el año. España está sufriendo la peor campaña de la última década y no puede retrasar más este cambio de modelo o los efectos de los fuegos serán cada vez más preocupantes. Ya no es suficiente con disponer de brigadas operativas en los meses de más riesgo, sino que resulta imprescindible actuar durante todo el año, preparando el monte para intentar prevenir en invierno los fuegos que se puedan desarrollar en los meses de más calor y para minimizar sus efectos en el caso de que se produzcan. También es apremiante aumentar la formación de los operarios que deben luchar contra el fuego, tanto en medidas de protección laboral -no hay que olvidar que es una labor con mucho riesgo- como en nuevas técnicas y nuevos modelos de coordinación de emergencias.

 Al igual que hace algunas décadas el cambio en la legislación en lo tocante a la comercialización de la madera quemada o al futuro uso de los terrenos calcinados hizo que disminuyeran los incendios intencionados con fines especulativos, ahora urge una reforma en la gestión forestal para hacer frente a este nuevo desafío. No es este el momento de pedir responsabilidades, sino de investigar en profundidad lo ocurrido y de establecer cambios en la manera de proceder. Tenemos un largo invierno para introducir las medidas necesarias que eviten los lamentos el próximo verano. Sería imperdonable identificar los errores y volver a repetirlos, porque los daños de un incendio en un paraje natural son en muchos casos irreparables tanto para la flora como para la fauna. Y también ha quedado demostrado que hay vidas en riesgo.