Las películas y las novelas de espías siempre me han gustado mucho. Tengo en mi e-book todas las novelas de Graham Green, el rey del género. Algunas son tan buenas y tan inteligentemente construidas que las he leído más de una vez con igual satisfacción que la primera lectura. Así que cuando empezó a circular la noticia de que en el Gobierno se desarrollaba una trama de espionaje, me sentí inmediatamente interesada. Comenzó como un episodio pasajero, pero las sospechas se complicaron tanto como que todo el Gobierno ya está en el lío: Los separatistas catalanes y Podemos culpan a Margarita Robles. La ministra dice que es su obligación ministerial conocer las intenciones de quienes intentan dinamitar la unidad del Estado. Dentro del mismo Gobierno, uno de sus componentes -los miembros de Podemos- espía al grupo mayoritario. La ministra de Defensa implica al ministro de la Presidencia y, ahora, se dice que el Gobierno de Marruecos espía a Sánchez. Más que una novela, parece una comedia de enredo. Asistimos a declaraciones  propias de una mente con problemas de identidad: miembros del Gobierno haciendo oposición a ese mismo Gobierno del que forman parte, con declaraciones que, en un país serio, serían el preludio de la disolución de aquel Gobierno que integran. Pero, dado que la única preocupación de Sánchez es mantenerse en la Moncloa, es previsible que asistamos a nuevas concesiones a los socios del presidente. Para distraer la opinión pública, se lanzó la 'genialidad' de suprimir el vino y la cerveza en el menú de los restaurantes. A nadie pareció sorprender tal extravagancia porque ya habíamos recibido aquella intromisión en nuestra privacidad cuando el ministro Garzón avisó de la necesidad de suprimir la carne de nuestra dieta. A pan y agua. Alcanzaremos la inmortalidad. Entre convencer y prohibir, algunos prefieren la prohibición. La izquierda española tiene esa mala costumbre, pero España es una democracia bien asentada, de tal manera que esas imposiciones no pueden ser respetadas.