La dictadura del obispo Acuña

José María Nieto Vigil
-

/ La guerra de las comunidades

La dictadura del obispo Acuña

Finalizaba el mes de noviembre y la Comunidad se proponía un ambicioso objetivo militar: ocupar Medina de Rioseco, lugar en el que se encontraban los gobernadores del reino –regente y almirante de Castilla-. Hasta ese momento la superioridad militar de la artillería de los comuneros era evidente, toda vez se habían apropiado de la artillería realista del arsenal de Medina del Campo. No obstante, los realistas habían hecho notables intentos de reforzarse merced a los esfuerzos del III condestable, Iñigo Fernández de Velasco y Mendoza (1462-1528), y de su hijo, el conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco y Tovar (1485-1559), que habían conseguido, con notables esfuerzos, traer piezas de artillería del arsenal de Pamplona (trece sacres y falconetes). Material fue destinado a la defensa de la ciudad de los Almirantes. Además, se habían hecho con los servicios de un magnífico artillero, Manuel Herrera. 

Ante esta situación, las tropas de la Comunidad, comandadas por Pedro Girón y Velasco (1477/78-1531) y Antonio Osorio de Acuña (1460-1526), célebre obispo comunero, en lugar de dirigirse a su objetivo inicialmente previsto contra Medina de Rioseco, determinado por la Santa Junta, lo hicieron hacia su derecha, hostigando  y ocupando Villagarcía de Campos (lugar de señorío de Gutierre de Quijada) y Villalpando (lugar de dominio del condestable). El resultado de esta incompresible maniobra militar traería graves consecuencias.

Al hacer esto, se dejó libre un corredor que permitió el ataque realista desde Medina de Rioseco a Tordesillas. La operación fue comandada por el conde de Haro, profundamente molesto con el ataque comunero a las propiedades señoriales. La Santa Junta, no llegaría siquiera a imaginar que esta táctica tendría lugar, pues creían que los realistas carecían de artillería pesada, es decir, cañones y culebrinas, que son piezas de batir fortificaciones. Además Tordesillas contaba con una sólida defensa amurallada. Nada les invitó a pensar en esta posibilidad.

La dictadura del obispo AcuñaLa dictadura del obispo Acuña¿Por qué los comuneros no atacaron Medina de Rioseco como estaba previsto? La explicación parece ser que Pedro Girón, III conde de Urueña, señor de Osuna, Grande de España y, posteriormente, camarero mayor del emperador en la Cámara de los Paños (vestiduras imperiales), traicionó a la Comunidad. Su relación de parentesco con el condestable y el IV almirante de Castilla, Fadrique Enríquez de Velasco (1460-1538), le permitió alcanzar acuerdos secretos por los que, a cambio del perdón del emperador, éste les entregaría Tordesillas y a la reina Juana I (1479-1555). Su parte fue cumplida, pero él tardaría en recibir la suya, previo destierro.

En Tordesillas, se había instalado la Santa Junta, desde septiembre, junto a la reina, lo cual les dispensaba una autoridad y la anulación efectiva del Consejo de Castilla. El interés por recuperar la villa era claramente político, amén de la ventaja militar que sobre el terreno ofrecía.

La reina Juana estaba allí recluida junto a su hija, Catalina de Austria (1507-1578), la menor de sus vástagos y rabuda de nacimiento, es decir, de Torquemada. Su confinamiento, decidido por su padre, Fernando II de Aragón (1452-1516) el Católico, se prolongaría desde 1509 hasta su muerte, en 1555. 46 años de infeliz y melancólico cautiverio. Solamente saldría de su reclusión por un brote de peste declarado que la obligó a trasladarse a Tudela de Duero, en 1534.

La dictadura del obispo AcuñaLa dictadura del obispo AcuñaEl rey Carlos I, el 15 de marzo de 1518, durante su estancia en Valladolid con motivo de la celebración de las Cortes, nombró como gobernador de la Casa de la reina y de la villa de Tordesillas a los II marqueses de Denia y I condes de Lerma, Bernardo de Sandoval y Rojas (1480-1536), y a su esposa, Francisca Enríquez (¿?-1538).  El trato impuesto a Su Majestad fue deleznable y miserable, actuando como verdaderos carceleros y sometiendo a la reina a unas condiciones  indignas de su condición. Con la llegada de los comuneros serán expulsados y, cuando se recuperó nuevamente la villa, volverían a ejercer su execrable labor de guardia y custodia. Así pues, entre septiembre y noviembre la reina pudo disfrutar de cierta libertad.

La batalla de Tordesillas. Pedro Girón de Velasco, capitán general de la milicia comunera, había instalado su campamento en Villabrágima el 2 de diciembre, siguiendo instrucciones de la Santa Junta, pero en lugar de atacar Medina de Rioseco, se dirige contra Villalpando. La villa cae en manos de la Comunidad el 3 de diciembre. Esta circunstancia es aprovechada por el condestable para poner a sus tropas rumbo a Medina de Rioseco. Era el 4 de diciembre. 

Sobre el escenario la situación es la siguiente.  Las localidades controladas por los comuneros eran: Villafrechós, Tordehumos, Villagarcía de Campos y Urueña. Por su parte, los realistas controlaban: San Pedro de Latarce y Mota del Marqués.  Así pues el camino hacia Tordesillas recorrido por los realistas fue siguiendo la ruta Medina de Rioseco-Castromonte-Peñaflor de Hornija-Torrelobatón-Tordesillas. El ejército desplazado contaba con siete mil infantes, dos mil lanzas y veinte piezas de artillería. Por su parte, la villa estaba defendida por ochenta lanzas, cuatro mil infantes –muchos de los cuales eran los clérigos reclutados por el obispo Acuña- y algunas piezas de artillería.

La dictadura del obispo AcuñaLa dictadura del obispo AcuñaDe la defensa comunera se encargaba Luis de Quintanilla (fines s.XV-156/27), trece de la Orden de Santiago, ayuda de cámara del infante Don Juan de Aragón (1478-1497) y corregidor de Úbeda y Baeza y de Medina del Campo, quien se protegía a la reina. Con la llegada de las tropas comuneras a Tordesillas, con las milicias segovianas de Juan Bravo, madrileñas del capitán Juan de Zapata, y las de Toledo con Juan de Padilla, sería nombrado defensor de la plaza y encargado de la protección de la reina. Era el 29 de agosto de 1520. 

Temprano, en la mañana del 5 de diciembre. Las tropas realistas, comandadas por el conde de Haro, llegan a las puertas de Tordesillas. Previo al ataque, instan a los defensores a la rendición. La respuesta fue el silencio. Nuevamente, al mediodía, se reitera en la rendición, en este caso la respuesta sería negativa. Así daría comienzo el ataque realista. Eran las 15,30 y el combate se prolongaría durante seis largas horas.

Junto a Luis de Quintanilla defendió la villa Suero del Águila. Gentilhombre de la Casa de Aragón de Carlos I y Juana I, cuya residencia en Ávila era el palacio de los Verdugo. En 1520 ya era regidor de Ávila. La estrategia de acoso fue clara. Con la artillería pesada, se procedió a batir la zona más débil de la muralla, castigándola fuertemente hasta abrir brecha. Hacia las ocho de la tarde, finalizaba la lucha tras apagar los últimos focos de resistencia. De manera inmediata, las tropas realistas se entregaron al pillaje y al saqueo. El parte de bajas es difícil de precisar, dado lo cruento de la lucha mantenida. 

La dictadura del obispo AcuñaLa dictadura del obispo AcuñaPor parte de los realistas, la presencia altos dignatarios y notables del reino fue numerosa: conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco y Tovar; II conde de Benavente, Alonso Pimentel y Pacheco; III conde de Luna, Francisco Hernández de Quiñones y Osorio; III conde de Alba de Liste, Diego Enríquez de Guzmán; III marqués de Astorga, Alvar Pérez de Osorio; II marqués de Denia, Bernardo de Sandoval y Rojas; Francisco de Zúñiga Y Avellaneda y Velasco, III conde de Miranda; Juan de Silva, III conde de Cifuentes; Diego de Rojas, gobernador de Galicia; Pedro González de Bazán, III vizconde de Valduerna; Beltrán II de la Cueva, futuro III duque del Alburquerque; Pedro Álvarez de Osorio, I conde de Trastámara; Juan Manrique, embajador de Carlos V; Juan de Ulloa, I señor de Villalonso; Francisco Enríquez, adelantado de Castilla; Diego de Osorio, regidor de Burgos y hermanos del obispo Acuña; Luis de la Cueva y Toledo, hermano de Beltrán, etcétera. Nadie quería quedarse fuera de la lista de participantes que le fue remitida al emperador, en la que se le daba a conocer la liberación de la reina y de Tordesillas. La flor y nata quedó allí retratada para su mejor gloria y futuros beneficios procedentes de las mercedes del rey, que bien sabría reconocer sus servicios prestados.

Las consecuencias para los comuneros fueron muy importantes: además de haber perdido la ventaja de tener bajo custodia a la reina, y con ella su sello real –necesario para dar curso a los documentos oficiales-, el revés militar supuso la pérdida de una importante plaza, de enorme valor estratégico. Pero aún hubo más. Trece procuradores fueron hechos prisioneros: Antonio de Quiñones y Juan de Benavente (procuradores de León); Juan de Solier (procurador de Segovia); comendador Almaraz y Pero Sánchez (procuradores de Salamanca); Diego del Esquivel (procurador de Guadalajara); Pedro de Sotomayor (procurador de Madrid); el doctor  Juan Cabeza de Vaca (procurador de Murcia); Diego Montoya (procurador de Toledo); Gómez de Ávila (procurador de Ávila); Pedro Merino (procurador de Toro); Licenciado Bartolomé Santiago (procurador de Soria) y Doctor Alonso de Zúñiga (de Salamanca).

Además, pese a la reorganización de la Santa Junta en Valladolid (15 de diciembre de 1520), de las catorce ciudades hasta entonces representadas, dos no volverían a enviar procuradores (Guadalajara y Soria). La moral estaba decaída y provocó numerosas deserciones, sobre todo en Valladolid y Villalpando. Pedro Girón de Velasco, renunció a su cargo y se retiraría a sus posesiones de Peñafiel, a la espera de un perdón que no llegaba. El obispo Acuña, que participó en la campaña de Girón, se retiró con sus tropas a Toro. Luis de Quintanilla se marcharía a Medina del Campo. Otros, como Pedro Laso de la Vega, Hernando de Ulloa o Diego de Guzmán, buscarían su resguardo y mayor seguridad en Valladolid.

La dictadura del obispo AcuñaLa dictadura del obispo AcuñaUna conjunción de factores permitieron la caída de Tordesillas: de una parte, la decisión de Adriano de Utrecht de tomar Tordesillas, la suma de las mesnadas de los señores que fueron a Medina de Rioseco, su rearme artillero y la capacidad de la sorpresa; de la otra parte, la negligencia de los comuneros, quizá la traición de Pedro Girón y, que desde Valladolid y Medina no llegaron los refuerzos previstos.

Se irán produciendo en el seno los comuneros dos bandos con posiciones distintas. De un lado, aquellos que, dados los reveses militares sufrido, eran partidarios de una solución negociada al conflicto mediante la negociación; de la otra parte, mucho más beligerante y aguerrida, que planteaba, de manera decidida, seguir con la lucha armada. Esta facción, triunfante sin duda, sería su principal representante Juan de Padilla. 

No obstante la Comunidad se recompuso con rapidez. La llegada de Juan de Padilla, procedente de Toledo, aclamado por las gentes como nuevo capitán en jefe de las tropas –aunque no designado oficialmente-, subió la moral decaída. Se intensificó el reclutamiento de nuevas tropas, sobre todo en Valladolid, Toledo y Salamanca. 

La dictadura del obispo AcuñaLa dictadura del obispo AcuñaDos tácticas militares se planteaban: una, mucho menos ambiciosa y más discreta en el plano militar que pretendía la toma de Simancas y Torrelobatón, defendida por Pedro Laso de la Vega y Guzmán (¿?-1554), señor de Arcos y regidor de Toledo –hermano del soldado y poeta Garcilaso de la Vega-, que aspiraba a ser capitán general del ejército comunero y que contaba con el apoyo de la Junta, pero que no fue aceptado como tal por el pueblo de Valladolid que, de manera enfervorizada, aclamaba a Padilla. La enemistad entre ambos fue cuajando hasta el punto que desertó de la causa de la Comunidad y, en marzo, se pasaría al bando realista. La otra facción, mucho más ambiciosa, pretendía poner cerco a Burgos y, con la connivencia de los comuneros de la ciudad, tomarla y ponerla definitivamente del lado de la Comunidad. Esta postura triunfó, si bien la expedición iniciada a mediados de enero de 1521, con un ejército conjunto de Acuña y Padilla, apoyado desde el norte de Burgos por el conde de Salvatierra, Pedro López Ayala (1485-1524), que dificultaba el aprovisionamiento de armamento con destino a la ciudad castellana. La maniobra fue un auténtico fracaso, debido a la precipitación del levantamiento de la ciudad, antes de la fecha prevista, lo cual beneficiaría al condestable para reprimirla.

En este contexto, en diciembre es reclamado por la Santa Junta, ya establecida en Valladolid, para que acuda el obispo de Zamora, Antonio Osorio de Acuña, para hacerse cargo de una importante encomienda a desarrollar en Tierra de Campos, vital y fundamental para llenar las vacías arcas de la Comunidad, para levantar fervores adormecidos y para hostigar lugares de señorío de los que obtener preciados botines y víveres con los que mantener al ejército. Por descontado, efectuar el reclutamiento de nuevas tropas.

Tres aspiraciones personales tenía Acuña y ninguna de ellas consiguió: la primera, ser nombrado capitán general de los ejércitos comuneros; la segunda ser obispo de la diócesis palentina, sucediendo al obispo fallecido Juan Fernández de Velasco. Su autoproclamación como obispo no fue reconocida por la Santa Sede; finalmente, ser nombrado arzobispo de Toledo, en sustitución de Guillermo Jacobo de Croy (1497-1521), sobrino del señor de Chiévres, Guillermo de Croy (1458-1521) que había fallecido súbitamente el 6 de enero de 1521.

Llegada del obispo Acuña a Palencia. Vencía el otoño en los campos de Castilla y se aproximaba el invierno cuando, por expreso mandato de la Santa Junta, reestablecida en Valladolid tras perder Tordesillas, llegaba a tierras palentinas el obispo comunero, obispo de Zamora, Antonio Osorio de Acuña, dando inicio al periodo de mayor efervescencia del movimiento insurgente contra la autoridad de Carlos I de España y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. A esta etapa la denominó el eminente hispanista Joseph Pérez como La dictadura del obispo Acuña, en su magnífica tesis doctoral, La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521, el mejor estudio publicado hasta el presente.

El prelado zamorano, de origen vallisoletano, era un hombre de edad avanzada, sexagenario. Su vinculación con Palencia le viene por su ascendencia familiar. Era hijo natural de Aldonza de Guzmán y Luis Vázquez de Acuña y Osorio (1426-1495) que, entre otras responsabilidades fue obispo de Segovia y Burgos, capellán de los Reyes Católicos, y señor de Abarca de Campos, Villarramiro, Villahán de Campos y Vallejera. Su hermano era Diego de Osorio, regidor de Burgos, casado con Isabel de Rojas, heredero en régimen de mayorazgo por ser el primogénito. Tenía una vinculación directa con doña Inés de Osorio (¿?-1492),  célebre dama benefactora de la catedral de Palencia, donde se encuentra enterrada (capilla del Sagrario), por ser hermana del obispo de Burgos. Así pues tía de Diego y Antonio. Casada en primeras nupcias con Garcí Alonso de Chaves  y, ya viuda, contrajo matrimonio con Álvaro de Bracamonte. Al no tener descendencia, cedería sus títulos a Diego, quien tomó parte en la batalla de Tordesillas. 

El obispo de Zamora –promovido para dicho episcopado en 1506- llegó dotado de plenos poderes sobre Tierra de Campos, comprendida entre las actuales provincias de Burgos y de Palencia. Sus órdenes eran muy explícitas y concluyentes: percibir y recaudar impuestos en nombre de la Junta; avivar el fervor revolucionario, que se encontraba un tanto decaído; organizar de manera definitiva una administración local devota de la causa de las Comunidades; desterrar, reprimir y perseguir a los sospechosos de ser contrarios u opositores; finalmente, reclutar hombres de armas. 

En apenas cuarenta días, cuando se marchó de estas tierras terracampinas, sus objetivos se habían logrado con creces sobre lo inicialmente previsto. Era hombre de temperamento y fuerte carácter, aguerrido y muy avezado en el manejo de la espada, jinete abnegado y sufrido y un gran orador, de voz rotunda y argumentos intimidantes y convincentes. Su estampa era verdaderamente reflejo de su personalidad y manera de concebir la vida, pues iba vestido con su coselete, a la usanza medieval. Era, sin duda alguna, uno de los más radicales jefes de las Comunidades.

Antes de su llegada a Palencia ya había protagonizado algunos capítulos de fervor comunero, como por cuando arrasó la casa del regidor de Toro, Pedro de Bazán, III vizconde de Valduerna, o como cuando echó de Zamora al III conde de Alba de Liste, Diego Enríquez de Guzmán. Su fama le precedía por sus métodos violentos y terriblemente expeditivos.

Los métodos empleados para el mejor cumplimiento de su misión no repararon en todo tipo de medios a su alcance. Sitió Frechilla; saqueó Frómista; no dudó incluso en profanar suelo sagrado, como fue el caso de la iglesia de San Mamés, en Magaz de Pisuerga; sometió a vejación a la familia de Andrés de Rivera, incluido el doctor Nicolás Tello, oidor del rey en el Consejo de Castilla, es decir, hizo uso de un poder coercitivo, autoritario y violento cuando fue necesario. Junto a los iniciales objetivos se planteó el saqueo de lugares de señorío, en clara venganza por el incendio de Medina del Campo y la reciente derrota comunera en la batalla de Tordesillas, en la que los principales nobles y señores del reino se habían alineado junto a las tropas del bando realista. Tampoco cejó en su empeño por tratar de debilitar la fortaleza de Magaz, último bastión del poder real en tierras palentinas. Desde allí, su alcaide, Garcí Ruiz de la Mota (¿?-1545), efectuaba numerosas incursiones con el objetivo de dificultar el aprovisionamiento de la ciudad de Palencia y entorpecer los movimientos de las milicias comuneras.

Cuando llegó a Dueñas (23 de diciembre de 1520), no quedaba apenas vestigio de autoridad real en Palencia. El corregidor de Palencia, Sebastián Mudarra, ya había huido tras el incendio de su casa a finales de mes de septiembre. El nombramiento de un nuevo obispo de la diócesis palentina, proclamado el 4 de julio de 1520, Pedro Ruiz de la Mota (¿?-1522) –hermano de Garcí-, había exaltado los ánimos de sus feligreses y jamás llegó a tomar posesión de su cargo, pues como hombre de confianza de Carlos I, le estaba acompañando durante sus viajes por Flandes y Alemania. Solamente quedaba como representante de la autoridad regia, Don Diego de Castilla, hombre influyente y jefe del Regimiento de la capital palentina. Éste, cuando tuvo conocimiento de la llegada de Acuña, sabedor de lo peligroso de su estancia en la ciudad y del grave riesgo que corría su vida, huyó. 

Acuña utilizó el palacio de los condes de Buendía, como su lugar de residencia y cuartel general habitual, en Dueñas, por encontrarse bien protegida y a medio camino de Valladolid. El 24 de diciembre entra en Palencia, convoca al Regimiento de manera inmediata, logrando que se votase como corregidor al caballero de Medina del Campo, Antonio Vaca de Montalvo, hombre de probada lealtad. Como alcalde, encargado por tanto de las competencias judiciales, al licenciado Esteban Martínez de la Torre. Ambos tomarían posesión de sus cargos el 28 de diciembre. 

Entre el 24 de diciembre y el 4 de enero, fecha en la que retorna a Valladolid para descansar y seguir instrucciones de la Junta, había conseguido que la Comunidad estuviera sólidamente asentada en Palencia, habiéndose dirigido, mediante escritos, a las behetrías de Campos y Carrión. Reclutó y organizó tropas, recaudando la nada desdeñable cifra de cuatro mil ducados, una cantidad muy importante para las necesitadas arcas de la Comunidad. Además, se autoproclamó obispo de Palencia, nombramiento sin validez eclesiástica puesto que no estuvo avalada por Roma.

En Valladolid permanecería hasta el 5 o 6 de enero y es allí, donde tuvo conocimiento del súbito fallecimiento del arzobispo de Toledo, Guillermo de Croy, cuya mitra era uno de los sueños que aspiraba a cumplir largamente, algo que no conseguiría de ninguna forma. Su descanso era ciertamente merecido, dado lo avanzado de su edad y por el cansancio y la fatiga provocada por sus constantes movimientos a la grupa de su caballo.

De vuelta a Palencia, su actividad se centra en devastar los lugares de señorío, de los cuales obtenía importantes botines de guerra en dineros y víveres para el mantenimiento de las tropas de la Comunidad. Sus víctimas se quejarán amargamente de sus abusos y los graves daños sufridos, como queda reflejado en los documentos de la época. Su actividad fue infatigable y exitosa. El 7 de enero atacará y conquistará la fortaleza de Fuentes de Valdepero. El 8 de enero, nombrará alcalde mayor del adelantamiento de Castilla en Palencia a Esteban Martínez de la Torre. El día 9 tomará Trigueros, lugar de señorío de Gutierre de Robles. El día 10 será especialmente activo, pues recorrerá Castromocho, Becerril de Campos, Carrión, Villalcázar, Frómista, Piña, Amusco, Támara y Astudillo. Los resultados le permiten imponer su autoridad de manera incontestable, aún cuando sus excesos fueron verdaderamente notables. 

Su campaña por tierra de Campos se vio temporalmente interrumpida por el intento fallido de expedición contra Burgos, donde el condestable controlaba la ciudad y había acallado las protestas de los comuneros locales. Se trató de una operación en connivencia con el conde de Salvatierra, Pedro López de Ayala (1485-1524), mariscal de Ampudia, que desde el norte de Burgos intentaba incitar a la rebelión de las merindades e impedir el aprovisionamiento de armas de Burgos, que llegaba desde los puertos vascos. El contraataque realista no se hizo esperar, atacando por la retaguardia  comunera en Ampudia y Torremormojón, de la mano de las tropas asturianas llegadas a Medina de Rioseco, comandadas por Francés de Beaumont y del corregidor asturiano y comendador de Mirabel, Pedro Zapata. Resuelto este contratiempo, Juan de Padilla y el obispo Acuña, retomaran su expedición contra Burgos, con la ya mencionada colaboración del conde de Salvatierra. Esta operación concluye con un sonoro fracaso, pues el condestable alcanzó un acuerdo con los sublevados, que ocupaban el castillo desde junio de 1520. Abandonarán su empeño a cambio del perdón y de la celebración del mercado franco una vez por semana. Acallada la protesta, que se había iniciado un día antes de lo previsto y pactado, Padilla retornará a Valladolid y Acuña a Palencia.

Después de este contratiempo, el 23 de enero retomará su campaña militar por Tierra de Campos, atacando Paredes de Nava, Trigueros, Becerril de Campos y Frechilla. Sus objetivos eran los de barrer el régimen señorial mediante la ocupación y destrucción de sus plazas fuertes, eliminar su amenaza real y saquear para dar de comer y pagar la soldada a sus tropas, evitando los amotinamientos y las deserciones a consecuencia del impago de las mismas.

Fracasará en el intento de tomar la bien defendida fortaleza de Magaz, que representaba una seria amenaza. Su frustración le llevó, a modo de venganza, a entrar a saco en la villa. En palabras del propio condestable, mediante informes del alcaide, no dejó ningún asador, maravedí o cabeza de ganado que poder llevarse. Además robó los crucifijos de plata, los ornamentos litúrgicos e, incluso, el manto de la Virgen de Villaverde, de la iglesia de San Mamés. Un preciado botín, desde luego.

Tariego, localidad propiedad de los III condes de Buendía, Juan de Acuña y su esposa, María Padilla, sería ocupada el 29 de enero. De su interesante castillo no quedan vestigios, tampoco del recinto amurallado que defendía la posición.

Frómista, villa del marqués Gómez de Benavides, es sitiada el 1 de febrero, solicitando un rescate para evitar su saqueo. Los vecinos ofrecen una cantidad inferior a la reclamada, motivo por el cual Acuña decide entrar a saco en la localidad. En esta ocasión, además de los dineros reclamados, se lleva crucifijos, cálices y patenas de las iglesias.

Antes de abandonar tierras palentinas acometió contra Baltanás, señorío del marqués de Aguilafuente, Pedro de Zúñiga. En Vertavillo hizo promesas de separarla de la jurisdicción de aquella a cambio de su apoyo. Los vecinos vertavilleros quedaron exentos de sus compromisos y responsabilidades con Baltanás y se convirtieron en cabeza de jurisdicción. Su colaboración fue decidida,  llegando a levantar horca y picota, en señal de los nuevos tiempos comuneros. 

Entre los días 29 de enero y 2 de febrero atacará Cordovilla La Real, cuya fortaleza era propiedad del conde de Castro, Rodrigo de Mendoza. El ataque lo efectúa desde Torquemada, donde residía desde su vuelta de Burgos el 23 de enero. En  esta localidad encontró apoyos militares a los que sumó a las gentes cordovillesas. Según parece, no existió resistencia ni del alcaide de la fortaleza, ni del propio conde.  Gracias a los documentos de los procesos seguidos tras la contienda sabemos que, mediante el pleito celebrado ante el Consejo Real, reunido en Palencia, el conde acusó a los vecinos de Torquemada de haber participado en los sucesos y por ser aquella el punto de partida de la operación militar perpetrada, también acusó a algunos de sus vecinos de Vertavillo por la ayuda prestada y contra los capitanes, como autores materiales de la ejecución del saqueo, Sancho Lárez y Francisco de Vallejo.

También serían procesados y condenados al pago de indemnizaciones algunos de sus atacantes: Pedro Gil, Diego de Toledo, Pedro Garrido, Juan del Campo, Hernando de Alvarado, Juan de Burgos y Francisco de Astudillo y su esposa.

El balance de sus apenas cuarenta días por Tierra de Campos no pudo ser más beneficioso para los intereses de la Comunidad. Su labor de propaganda y enardecimiento del sentimiento comunero levantó los ánimos y ganó apoyos. Son célebres sus arengas en las que se presentaba como el estandarte de la emancipación señorial, de la rebelión contra los poderosos, y presentándose como portador de la paz y la libertad. Ganó no pocas simpatías entre los campesinos y los clérigos rurales. Su popularidad era muy notable entre los grupos populares,  por el carácter antiseñorial que representaba. Muy lucrativa, en lo económico, dado el enriquecimiento que proporcionó a la Comunidad mediante los saqueos de fortalezas, iglesias y villas; cobró para su causa las rentas reales y aposentó numerosas capitanías en las localidades adeptas. Tampoco podemos olvidar el aprovisionamiento de víveres para las tropas comuneras, muy sustancioso y necesario.

Fue reclamado por Valladolid en febrero. Las razones eran de naturaleza político-militar, puesto que el escenario se había trasladado al triángulo Valladolid-Medina de Rioseco-Tordesillas. Padilla todavía aspiraba a un rápido triunfo para reforzar la moral. Es allí donde se encuentra el grueso de las tropas enemigas, no en Burgos. Los realistas, bien instalados en fortalezas situadas estratégicamente (Portillo, Simancas o Magaz, por ejemplo) dominaban la región y organizaban operaciones de castigo a las huestes comuneras. De esta manera se ponía fin a la denominada dictadura del obispo Acuña en Tierra de Campos.