Epicentro social de la vida rural

David Herrero (Ica
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El bar de Castrillo de Villavega, ubicado en las antiguas escuelas, ejerce una labor esencial como punto de encuentro para dinamizar la vida del pueblo, a modo de teleclub

Epicentro social de la vida rural - Foto: Bragimo

«Un pueblo sin bar no es nada, porque se quita la esencia. Debe existir un punto en el que los vecinos puedan jugar la partida, quedar a tomar algo o realizar una reunión». Como función básica y servicio esencial define Mario, un vecino de la localidad palentina de Castrillo de Villavega, al bar o teleclub del pueblo, que lleva durante dos años dinamizando la vida rural.


El joven detalla en declaraciones a la Agencia Ical que las dos socias del establecimiento se «mueven mucho», algo básico para la gente que queda, con el fin de dar vida al pueblo, y se agradece. 
«Desde el minuto uno que aposté por el establecimiento, decidí llevar la cultura al pueblo, porque el mundo rural también tiene derecho», afirma Maira Porras, responsable del Chiringuito, junto a su amiga y socia Sofía Ruiz. 


Aunque la pandemia ha trastocado los planes, apunta que la idea es combinar los conciertos, con exposiciones, obras de teatro y otras actividades que sirvan para generar movimiento, tanto en  invierno como en verano.

Epicentro social de la vida ruralEpicentro social de la vida rural - Foto: Bragimo


Porras apostó por este proyecto hace dos años, ya que reconoce que tenía ganas de poder vivir en el pueblo y llevar a cabo una iniciativa de este tipo. Entre su experiencia en la hostelería y el empuje de los vecinos del pueblo, decidió dar el paso.


Ubicado en las antiguas escuelas, donde la Diputación invirtió un total de 21.428 euros para su remodelación, se ha convertido en un lugar de referencia, ya que se reúnen miembros de una asociación cultural, además de intercambiarse libros entre todos los vecinos. La intención es generar movimiento, agrega.


Retorno al pueblo.

Junto a ella se encuentra Sofía Ruiz, natural de Vitoria, que decidió venirse a Palencia porque estaba muy agobiada con la pandemia, y «en el pueblo se vive mejor», quien conocía Castrillo de Villavega gracias a Porras debido a diversas estancias en fiestas y puentes.


«Vine a trabajar en verano y me quedé», ya que se convirtió en una socia más. «No pensaba quedarme, porque creía que me iba a aburrir. Es muy diferente del verano al invierno, pero te acabas acostumbrando», subraya a Ical.


«Me alquilé una casa y me quedé. Nunca había estado en el pueblo, pero sí que tenía ganas. No me arrepiento, porque tengo trabajo y pago 150 euros de alquiler, frente a los 800 que abonaba en Vitoria».


Punto de encuentro.

Bastante muertos están los pueblos como para no tener un bar y un lugar en el que juntarse y verse las caras, afirman Rosa y Angelines, dos vecinas que residen todo el año en el municipio.


Aseguran que se trata de un punto de encuentro para el pueblo, donde «nos vemos todos, ya que las mujeres tenemos un grupo con el que nos reunimos una vez a la semana. Para los pocos que quedamos en el invierno es muy bueno». 


Además, los hombres van a tomarse el café y echan la partida. Es el centro de reunión, junto a la iglesia y la tienda de alimentación, añaden. «Lo pasamos genial charlando y jugando. No hay juventud, porque el pueblo ha perdido mucho y se intenta dinamizar».


Todo son buenas palabras para las chicas que se embarcaron en el proyecto, dado que «tienen muchas inquietudes y ponen en marcha muchas actividades». «Quieren poner el pueblo activo y tienen ganas de trabajar».