No se habla de otra cosa. Algunos, ingenuamente, creímos la afirmación que hizo el PSOE durante su campaña electoral, de que, bajo su mandato, sería una realidad la consecución del pacto por la educación. Con un año transcurrido desde el inicio de su legislatura ya ha proclamado la octava ley de educación, posiblemente la más sectaria y agresiva de todas las promulgadas en los últimos cuarenta y cinco años. Los profesores están hartos de cambiar su esquema profesional periódicamente, sin que se llegue a consolidar ningún proyecto. Adjetivo a esta ley de sectaria, ya que únicamente ha tenido en cuenta la ideología de los dos partidos políticos que gobiernan, sin consultar a la comunidad educativa. Agresiva porque en su título se explicita su principal intención: acabar con la LOMCE, la séptima ley, promulgada por el PP. Pero la agresividad más hiriente aparece en tres de sus puntos más conflictivos: el ataque a la libertad de elección de centro educativo, la abolición del suspenso en las calificaciones del alumnado y el incomprensible ataque a la lengua común de todos los españoles.  La intención de tales agresiones a la educación es bien clara: agradar a quienes tienen en su voto el poder de mantener al gobierno en la Moncloa, sin importar la maltrecha calidad del sistema educativo, ni tener en cuenta la necesidad de mejora. 
No tengo noticia de ningún país que impida a sus habitantes la educación en su lengua común. En esta octava y absurda ley se prohíbe, en buena parte de nuestro país, la utilización del español como lengua vehicular. Esto significa que en España se impide el uso del español en las aulas de aquellas regiones que consideren que el uso de nuestra lengua común es un oneroso obstáculo para la consecución de sus objetivos independentistas. De una cosa sí que son muy conscientes: la importancia capital que la educación tiene en la actividad política como instrumento decisivo para manipular a futuras generaciones que serán la base de la nueva sociedad que construyen. Hacer un elogio de nuestra lengua me parece inútil, ya que resultaría lamentablemente inane.  Ya lo hicieron algunos de los más grandes poetas de nuestra rica historia literaria que algunos de los artífices de tal desastre legislativo desconocen y desprecian. Lo que es evidente es la consecuencia muy negativa para los alumnos que, partiendo de una parte de España castellano hablante deban trasladar su residencia a una región en la que la lengua española está proscrita de los centros educativos. A los redactores de esta ley recién nacida no les preocupa lo más mínimo el fracaso escolar de los jóvenes. Sus intereses van en otra dirección al margen de la sociedad para la que, teóricamente, legislan.
Teniendo en cuenta que hablar una lengua consiste en el desarrollo de las habilidades de hablar, escuchar, leer y comprender, fácilmente se desprende la conclusión de que habrá españoles que no sean competentes en español, lo que es ciertamente absurdo y muy negativo para ellos. Para evitar cualquier desviación de los objetivos de esta ley, ya se ha previamente despojado de su autoridad al profesorado que queda incapacitado para tomar cualquier decisión propia. La inspección educativa ha desaparecido como un cuerpo independiente para limitar su actividad a la de un gestor encargado de hacer cumplir, por parte de los educadores, las órdenes emanadas de la autoridad ministerial. Es evidente que, a pesar de las ruidosas manifestaciones que se han producido recientemente en contra de esta ley, el gobierno no va a encontrar ningún obstáculo en la aplicación de la misma.
Tanto la Real Academia de la Lengua Española como el Instituto Cervantes han expresado su malestar por esta exclusión del español, pero, en mi opinión, lo han hecho de manera poco vigorosa y, casi, pidiendo perdón por manifestarse.
En cuanto a la abolición del suspenso en las calificaciones escolares, el futuro inmediato recogerá sus frutos en forma de generaciones de ignorantes supinos carentes de cualquier inquietud cultural. En la sociedad que se está gestando, el interés por la cultura será una extravagancia propia de los seres raros y asociales. Las manifestaciones culturales consistirán en la publicación en las redes sociales de chistes y declaraciones estúpidos redactados en una lengua indescriptible. Tal vez ese proclamado interés por la igualdad en la educación, conducente a la supresión de la Educación Especial y la Concertada, tenga su más alta manifestación en el grado de ignorancia común, ahora sí, para todos. Todos los alumnos en una total igualdad, accederán a la universidad sin ningún hábito de estudio productivo, con muy bajos conocimientos y sin ninguna necesidad de esforzarse por mejorar. Finalmente, tendremos una sociedad igualitaria y analfabeta resultante de una política populista y profundamente egoísta.