Víctor Corcoba

Algo más que palabras

Víctor Corcoba


Pacto educativo

04/10/2022

Una cuestión que me preocupa y me ocupa parte del tiempo, es la de alcanzar concordias, que no es únicamente conseguir arreglos, sino crear entendimiento entre uno mismo y los demás, aprender a reprenderse aceptando las diferencias y valorándolas, serenando los caminos que nos armonizan en lugar de fragmentarlos. La tarea no es fácil, nunca lo ha sido, y ahora con el fuerte virus de la deshumanización que destroza todos los vínculos, también el de la familia, la inhumanidad se manifiesta en cualquier rincón. Lo cierto es que no vamos a cambiar el mundo si no mudamos de aires en la educación. 
Hoy más que nunca, hace falta un gran pacto educativo entre la familia y sus diversas culturas, entre la escuela y sus variados entornos, entre los países y sus múltiples nacionalidades. Por cierto, hemos sido incapaces de comprendernos, pero nadie se recrimina a sí mismo. La irresponsabilidad, incapacidad e ineptitud la solemos verter en los docentes, que a pesar del calvario continúan animados a seguir adelante. Mi gratitud hacia ellos, dispuestos siempre, tanto a enseñar como a producir en el alumno valores y estima. Sin duda, no hay mayor afecto, que el darse y el donarse transmitiendo razón. 
Ellos, los docentes, saben bien que no se pueden alcanzar concordias, bajo un clima de divisiones en el propio hogar del alumno. Deberíamos, en consecuencia, que cada cual se enderezase. No deja de ser humillante para una persona de principios, saber que todo se desmorona por ese estado de confusión que padecemos o de ideología de género que sufrimos. La realidad es muy triste, pero la esperanza de la visión del Grupo de Trabajo Internacional sobre Docentes para la Educación 2030 es clara y contundente; apuestan por sistemas bien dotados, eficientes y gobernados de manera efectiva para fomentar el estudio y lograr un aprendizaje inclusivo. 
Ciertamente, la ciudadanía en su conjunto, debe reintegrar el esfuerzo de todos por universalizar la alianza formativa. Se debe, pues, no sólo instruir con el lenguaje de la cabeza; también con el lenguaje del alma y las manos tendidas hacia el análogo, sobre todo hacia aquel que camina a nuestro lado. 

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