Antonio Riaza López nació en Medina del Campo (Valladolid) en 1945, pero de muy niño, con cinco o seis años, cambió de escenario al ser trasladado su padre, cirujano militar, a la ciudad de Ávila. «Tengo algunos primeros recuerdos del colegio de las Josefinas, donde empecé a formarme, y de los pequeños amigos de entonces», explica.
Desde que tomó la Primera Comunión, junto a su hermano, se ha reconocido como parte de la Iglesia y ha permanecido fiel a su espíritu. Con dudas ocasionales y alguna que otra crisis, que siempre acaban por reconducirle a esos orígenes. En su memoria permanece indeleble la memoria de los años transcurridos en el Colegio Diocesano. «Allí me enseñaron a ser mayor», comenta.
A nuestro protagonista se le daban bien las asignaturas llamadas de ciencias, como las matemáticas, la física y la química, y parecía evidente que su camino era técnico. De hecho, su padre quiso dirigir su formación universitaria y su camino profesional a las ingenierías, pero la vocación médica acabó por imponerse. «Hice los cursos preclínicos en Salamanca y los clínicos en Valladolid y ya entonces me sentía quirúrgico, una especialidad minuciosa y perfeccionista que iba bien con mi carácter». La carrera no le decepcionó. «Recibí una formación médica muy alta en conocimientos y además me enseñó, desde el punto de vista humanístico, a saber lo que era el enfermo y a verle en su sufrimiento», explica.
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