Víctor Corcoba

Algo más que palabras

Víctor Corcoba


Corazón a corazón

31/01/2023

Aprender a vivir en un mundo desorientado es una necesidad. En muchos lugares del planeta sabemos que se dispara a nivel más alto el hambre, mientras en otros entornos se desaprovechan multitud de alimentos; también en otros sitios el espíritu discriminatorio acarrea un fuerte hostigamiento que llega a criminalizarse en bloque y a encarcelar sin motivo. La cadena de acontecimientos es tan caníbal, que a poco que nos adentremos en ella, nos tritura el alma. Deberíamos, entonces, impulsar la lucha contra la miseria y la opresión, activando en cada instante y circunstancia los derechos humanos.
Indudablemente, la realización de una convivencia entre los diversos y variados pueblos ha de ser más justa y más decente en humanidad. Entre tanto está siendo víctima de una corrupción de las estructuras sociales como jamás y de una expansión de los agentes del terror. La violencia que a diario respiramos es tremenda, salvaje y deshumanizante. Ello nos exige ponernos en acción a través de una profunda renovación anímica-moral y poética, mejor que política, que suele germinar corrompiendo hasta el mismo aire del diálogo. Vengan los poetas en guardia a poner orden y estética, donde habite el desorden y la mediocridad. Al fin y al cabo, la responsabilidad personal, la veneración a la vida y a los modos de morar y vivir, requiere de una estima poética en el centro de la vida social.
En cualquier caso, desfallecer es lo último, el mundo demanda de una conciencia que tenga su fundamento en el auténtico amor. Tampoco nos sirven las apariencias. Es cierto, que hoy requerimos de todas las mentalidades para configurar otro orbe, que preserve a la humanidad de viciarse, para concebir otro viento más níveo, capaz de renovarnos, tanto por dentro como por fuera. De esta forma, podremos romper la cadena que nos ahorca, una vez que nos reconozcamos en el otro como parte nuestra. Ahora bien, únicamente con la fuerza de la globalización no sirve, antes hemos de hermanarnos. Nos lo pide el derecho natural y el mismo hálito congénito. Claro está, para eso hay que conocerse y reconocerse antes, practicar la clemencia y ejercer una sana voluntad, que es lo que da valor a las cosas pequeñas.