Sonidos del pasado

Almudena Álvarez (EFE)
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Federico Acitores lidera un equipo de diferentes profesionales especializados en la construcción y restauración de órganos de tubo, una actividad que permite traer al presente aquella música que muchas veces permanece apagada y en desuso

Sonidos del pasado

Federico Acitores lleva casi cuatro décadas dirigiendo con su batuta de maestro organero todo un equipo de diseñadores, carpinteros, mecánicos, tuberos y armonistas con los que ha construido, con precisión milimétrica, 112 órganos de tubos y restaurado otros noventa, algunos tan singulares como los órganos gemelos de la iglesia de los Clérigos de Oporto.

Cuenta en una entrevista con Efe Federico Acitores que «cuando se habla de órganos, se habla de órganos de tubos porque los otros, no son órganos». Los órganos de verdad, los de tubos, suenan al pasado y lo suyo, su trabajo, es traer al presente aquellos sonidos, muchas veces apagados y en desuso.

Colección. Este maestro atesora en su haber casi un centenar de restauraciones y 112 órganos nuevos, y en su taller de Torquemada -960 habitantes- comparten espacio tubos, fuelles de bombeo, válvulas, maderas, maquetas didácticas y órganos de prueba, con las manos hábiles y los oídos finos de un equipo formado a la medida.

Para demostrarlo, hace sonar un órgano de arca, del modelo Lucía, bautizado así en honor a su primera cliente, ya fallecida, la organista Lucía Riaño. Explica que es uno de sus modelos más exitosos entre particulares, conventos, coros o grupos de música antigua, mientras relata que el suyo fue «un oficio corriente y muy boyante» en el siglo XVIII cuando los órganos de las iglesias sonaban en todas las celebraciones. Aunque tuviera que esperar algunos años para aprender a hacer sonar las teclas, cuando estudiaba en Valladolid, y alimentar el interés creciente formándose después en Barcelona, donde trabajaba el único organero de España Gabriel Blancafort. 

Allí descubrió los secretos que ocultan tubos y maderas, y también conoció a su mujer, Ana María de la Cruz, con la que decidió volver a Torquemada para abrir, en 1983, un taller que, con sus altos y bajos, no ha dejado de sonar.

A pesar de las crisis económicas, incluida la de la pandemia, que dejan los tiempos para «pocos dispendios» y menos para gastar en este patrimonio que «no se considera una obra de arte, como sucede con los retablos». Es más, ha habido tiempos en los que se ha tratado como «un patrimonio de segunda división» y muchas veces hasta como «un trasto inútil».

Estos meses están trabajando en varias restauraciones, en Aracena, San Cugat, Palencia, y en «un órgano barroco buenísimo que está absolutamente destrozado», el de São João de Tarouca, en Portugal.

En el país vecino se labraron una gran fama con la restauración de los órganos gemelos de la iglesia de los Clérigos de Oporto, dos órganos barrocos que volvieron a sonar en 2014 en presencia del entonces presidente de la República portuguesa Aníbal Cavaco.

También han realizado trabajos en Alemania y Filipinas, pero es en España donde lo hacen habitualmente, dejando su firma en la restauración del órgano del monasterio de La Huelgas Reales de Valladolid, el más antiguo (1706), o en la construcción de grandes órganos, como el del santuario de Santa Gema en Barcelona, de 12.000 kilos de peso, tres teclados y 3.600 tubos.

El de Torquemada es uno de los cuatro o cinco talleres que hay en España con capacidad para construir grandes órganos y a ellos, además del sonido Acitores, les distingue «la valentía para afrontar grandes trabajos, unas instalaciones adecuadas y un equipo estable y experimentado».

La última incorporación al equipo de profesionales es su hijo Abel, que no hace mucho descubrió «la magia y la complejidad del órgano» con toda la ingeniería que lleva en su interior este instrumento,su  diseño, planos y cálculos, y la construcción en la que intervienen carpinteros, mecánicos, tuberos y armonistas.

Federico Acitores seguirá recuperando sonidos del pasado como el oficio de su vida junto a su compañero inseparable, el órgano.