Antonio Álamo

Antonio Álamo


Lecturas

09/12/2021

La costumbre de regalar un libro, cualquiera que sea, no solo no se ha perdido sino que además de mantenerse a través de los tiempos también trasciende y alcanza el ámbito público, como lo muestran las páginas de este periódico. Esta semana pudo verse en ellas a los representantes de Nuevas Generaciones, junto a una mesa cubierta con un paño azul, mientras entregaban 300 ejemplares de la Constitución española de 1978.
Para difuminar cualquier suspicacia -serían legítimas- conviene recordar que los contenidos, tamaños y formatos de los libros son variados. Y que uno de ellos contenga los principios del ordenamiento jurídico al que están sujetos los poderes públicos y los ciudadanos no es más que una somera aproximación a lo que atesora en su interior, con lo cual poco más puede decirse, salvo que en vez de catalogarlo como libro se denomine librito usando el diminutivo. Por lo demás, cada cual lee lo que le apetece.
En cualquier caso, es de agradecer el detalle, máxime cuando el texto está sometido a presiones para que sea modificado o actualizado, quizá porque la transformación de la sociedad hispana desde entonces ha sido lo suficientemente grande como para, al menos, detenerse a examinarlo. Que los representantes políticos se pongan ahora de acuerdo en su actualización parece difícil a la vista de la bipolarización social y el enconamiento casi personal que se observa a menudo en la esfera pública, pero en algún momento tendrán que sentarse unos y otros puesto que hay cuestiones, no solo la concerniente al Título VIII, relativo a la organización del Estado, que merecen una mirada sosegada.
Una mirada tan sosegada, por ejemplo, como la que seguramente tuvo Tony Judt en la recta final de su vida, cuando a duras penas logró terminar Algo va mal (Taurus. 2011). El historiador inglés publicó esta obra seis meses antes de morir y aunque en el fondo es casi su testamento político lo que sorprende es la lucidez que tuvo, postrado como estaba, para retratar una época y para advertir sobre la incapacidad de imaginar alternativas. Decía que las nuevas generaciones sienten una honda preocupación por el mundo que van a heredar y que ya va siendo hora de detenernos a decidir en qué mundo queremos vivir.

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