Opinión

Ana Casas (*)

 

Tener un cáncer supone siempre un alto en el camino, un cambio forzoso de planes. Cuando te diagnostican un cáncer franqueas un umbral que separa dos realidades bien diferentes: la de vivir como persona o la de afrontar la vida como paciente. En realidad, siempre es una fina línea divisoria la que separa la salud de la enfermedad. Hoy estas bien y mañana tienes cualquier enfermedad o te toca un cáncer. ¿Cómo puede ser? ahora que estaba llevando una vida tan sana, que había dejado de fumar, que estaba haciendo deporte... te dices a ti mismo. Tener un cáncer es algo que nos puede pasar a cualquiera, nadie esta inmune. Y, sobre todo, nadie debe culpabilizarse por tenerlo, por haber hecho algo mal. El cáncer es una enfermedad global con una probabilidad muy alta de afectarnos: una de cada dos o tres personas padecerá un cáncer a lo largo de su vida. 
A pesar de ello, solo nombrar la palabra cáncer produce una sensación de malestar en quien la escucha. Afortunadamente ya no es como antes cuando la gente cuchicheaba a la espalda. Pero aun hoy, es muy probable que ese interlocutor que está escuchando, incluso con la mejor voluntad, no sepa que decirle a su amigo enfermo. Siempre las cosas les suceden a los demás, las desgracias no van con uno y no estamos preparados. La mejor forma de abordarlo va más allá de la empatía. Se trata de pensar realmente que podría haberte tocado a ti. Tener un cáncer, esa palabra todavía maldita, para muchas personas supone el acontecimiento más importante de su vida y puede convertirse en el más tenebroso también. Continúa siendo un estigma porque aún llevamos en nuestra cabeza el repiqueteo de su connotación de muerte y sufrimiento. Pero las cosas están cambiando. 
El cáncer se ha convertido en una de las epidemias de nuestro tiempo. Su incidencia y prevalencia aumentan de año en año. Es una enfermedad de países desarrollados, muy ligada al envejecimiento de la población. A mayor expectativa de vida en un país, mayor incidencia de cáncer. En España es la segunda causa de mortalidad, después de las enfermedades cardiovasculares. Afortunadamente, desde hace unos años, la mortalidad está disminuyendo de forma sostenida. Esto se debe a la mejora de la tecnología que facilita diagnósticos más precoces, a una mayor concienciación de la población por eliminar riesgos y por su autocuidado y, qué duda cabe, a los grandes avances terapéuticos de las últimas décadas, gracias a la investigación oncológica. 
Las cosas están cambiando. Y este cambio se produce a gran velocidad. Solo en estos últimos treinta años ha habido más avances en el diagnóstico y el tratamiento del cáncer que en toda la historia de la Medicina. Y el conocimiento y la tecnología avanzan de forma imparable. Probablemente no seamos muy conscientes de que hace tan solo treinta años empezábamos a utilizar los primeros TAC, que hace veinte años no disponíamos de resonancia magnética, que tampoco había PET, por poner algunos ejemplos. Los tratamientos de quimioterapia eran como pequeñas bombas que se administraban en las venas de los enfermos y atacaban en todas las direcciones, sin diferenciar células sanas de enfermas. Y todo esto, sin medidas de soporte adecuadas, con náuseas y vómitos tan intensos que algunos pacientes incluso rechazaban el tratamiento, prefiriendo morir antes que soportar los efectos secundarios de los tratamientos. La metáfora y el estigma le iban bien al cáncer: sinónimo de muerte y dolor puesto que el tratamiento con opioides se reducía a unas pocas formulaciones intravenosas. Pero de esto ya no nos acordamos y es lógico. Digamos lo bueno. Actualmente se curan el 65% de los cánceres, el doble que hace 25 años. Cuando el diagnóstico se hace de forma temprana, las técnicas quirúrgicas pueden ser muy conservadoras facilitando la funcionalidad del órgano afecto. Y, en fases localmente avanzadas, es posible en muchos casos aplicar un tratamiento neoadyuvante con quimioterapia, inmunoterapia y radioterapia aisladas o en combinación que facilitan una cirugía posterior menos agresiva. 
Estamos entrando de lleno en el tiempo de la oncología de precisión y de la medicina personalizada. Tras la secuenciación del genoma humano y su edición al inicio de los años 2000, la incorporación de nuevos conocimientos está siendo vertiginosa. Su repercusión ha sido muy importante para muchas enfermedades, especialmente para el cáncer. Cada vez conocemos más alteraciones genómicas que desencadenan los diferentes tipos de cáncer. Nos proporcionan la base para tratamientos molecularmente dirigidos que atacan una determinada proteína celular y acarrean menos efectos secundarios. De igual modo contamos con la inmunoterapia que libera los frenos de nuestro propio sistema inmune para atacar el tumor y que se aplica ya en un 25% de los tumores. Con el conocimiento de las características particulares del tumor, cada paciente puede ser tratado de forma personalizada. De igual modo sucede con las técnicas de abordaje quirúrgico y las nuevas modalidades de Radioterapia que están avanzando a gran velocidad. Simultáneamente, los tratamientos de soporte, el control de los efectos secundarios y del dolor junto a la mejora de las infraestructuras sanitarias posibilitan una calidad de vida hasta hace unos años impensable para un paciente con cáncer.
Pero, con todos estos medios disponibles para combatir el cáncer, en nuestra mano esta prevenirlo. Prevenir el cáncer es y será siempre el mejor tratamiento. Si incorporamos una serie de hábitos saludables a nuestras vidas, podemos cambiar este aumento en la incidencia del cáncer: una dieta adecuada -la mejor es la dieta mediterránea, sin duda alguna- evitar el sobrepeso, hacer ejercicio físico, reducir la exposición al sol, disminuir la ingesta de alcohol y eliminar por completo el tabaco. Con la sola mejora de estos seis hábitos podríamos disminuir en un tercio la incidencia del cáncer. 
Nunca se ha estado más cerca de comprobar que el cáncer no es una única entidad sino mil situaciones diferentes. Cada persona es única y cada cáncer también. Su propia presentación en el diagnostico, su localización, su estadio clínico, sus características histopatológicas y moleculares van a determinar la elección de los mejores tratamientos a aplicar y su pronóstico. Ninguno de nosotros podemos ser capaces de predecir qué nos va a pasar en la vida. El futuro no está escrito. Pero sí estamos adquiriendo cada vez más un volumen de conocimientos importante como para saber que el tiempo corre a nuestro favor y que podemos tener un cierto grado de confianza en el avance de la ciencia. No es previsible que vayamos a curar el cáncer en los próximos años, pero sí estamos consiguiendo supervivencias cada vez más avanzadas y con calidad de vida. Cáncer, hay que decirlo en voz alta. Si lo ocultamos lo estigmatizamos y no avanzamos. 
Y avanzar solo se consigue con recursos y un intenso esfuerzo social conjunto, público y privado, para potenciar la investigación. Queda aún mucho por hacer, pero los avances que hemos conseguido hasta ahora nos ayudan a ir ganándole tiempo a la vida y predecir un futuro mejor.