La pluma y la espada - Garcilaso de la Vega

Garcilaso de la Vega, poeta, amante y guerrero (II)


El legado del toledano, a pesar de no ser especialmente extenso, es considerado como la máxima expresión literaria de la época renacentista

Antonio Pérez Henares - 10/10/2022

La obra poética de Garcilaso, a pesar de su corta extensión, 40 sonetos, cinco canciones, dos elegías, tres églogas, ocho coplas castellanas, una epístola, un depigrama y tres odas, no tardó en ser considerada la máxima expresión literaria del Renacimiento, en particular, su producción y el autor de la misma encarnación de tal espíritu. Para muchos, a los que humildemente me sumo, algunos de sus sonetos son la cúspide de la poesía amorosa escrita en lengua castellana.

 Al poco de su muerte, y justo al año siguiente de la de su gran amigo Boscán, que había revisado y firmado el contrato de edición, salió publicado en 1543 el libro titulado Las obras de Boscán y algunas de Garcilaso de la Vega. Fue tal éxito, que ya hubo aquel mismo año dos ediciones furtivas, o sea, lo piratearon, y pronto salieron otras dos más, estas legales, y una de ellas ya en Amberes, entonces ciudad señera en el arte de la imprenta. 

 Pero fue ya en el año 1569 cuando un librero salmantino decidió publicar a Garcilaso solo y eso fue el preludio, en 1574, de la edición que lanzaría su fama, la comentada del Brocense, «Obras del excelente Garci Lasso de la Vega, con anotaciones y enmiendas del licenciado Francisco Sánchez, catedrático de retórica en Salamanca», que añadía a lo publicado algunos sonetos y coplas inéditos. A partir de ella, Garcilaso se convirtió en un culto que alcanzó su momento álgido cuando el mentado erudito y también poeta sevillano, Fernando de Herrera, sacó una nueva edición con anotaciones esclarecedoras de su obra y vida de gran enjundia.

El río Tajo, a su paso por la capital de Castilla-La ManchaEl río Tajo, a su paso por la capital de Castilla-La Mancha

Desde entonces y hasta hoy, desde los más grandes autores del Siglo de Oro, hasta hoy mismo, Garcilaso de la Vega ha estado en lo más alto, con su «dolorido sentir» de nuestra lírica. Con estos versos lo glosaba Rafael Alberti: «Si Garcilaso volviera,/yo sería su escudero;/que buen caballero era…» y con estos otros Miguel Hernández.

Antes, en el Romanticismo, Gustavo Adolfo Bécquer lo había elegido también como referencia y calificado como «tipo completo del siglo más brillante de nuestra historia». Y nada más y nada menos que nuestra máxima cumbre literaria, Don Miguel de Cervantes, le consideró el modelo perfecto de poeta. Lo elogia, y por dos veces, tanto en La Galatea como en Los trabajos de Persiles y Sigismunda. En esta última obra así lo enaltece el autor de El Quijote: «Al jamás alabado como se debe poeta Garcilaso de la Vega, cuyas obras había visto, leído, mirado y admirado, así como vio al claro río, que no es otro que el Tajo: aquí sobrepujó en sus églogas a sí mismo; aquí resonó su zampoña, a cuyo son se detuvieron las aguas deste río, no se movieron las hojas de los árboles, y, parándose los vientos».

¿Qué más puede añadirse tras ello?. Pues quizás unos versos del propio Garcilaso.

No me podrán quitar el dolorido

sentir, si ya primero

no me quitan el sentido.

Su paisaje

El paisaje de Garcilaso es Toledo. Allí nació y allí está su tumba. En las orillas del Tajo sus amores, desamores y ensueños. Aunque estos tuvieran lugar en los escenarios más lejanos y con un mar de por medio. Él los llevaba con sus versos a las riberas de su río. Para ello, nunca escribió nada de tema religioso y utilizaba la mitología greco-romana como fuente inspiradora y excusa. En toda su obra siempre estuvo patente el conflicto entre la pasión y la razón, pero, por encima de todo, los sentimientos de perdida y ausencia, el «dolorido sentir» tan presente en sus escritos 

Su ciudad, pero sobre todo el río, sus aguas y sus márgenes, sus prados y el rumor de su corriente, son su Arcadia.

Toledo le vio nacer, allí estuvo su casa y en ella crecieron sus hijos, llegó incluso a ser su regidor y allí reposa, en la iglesia de San Pedro Mártir. Pero su recuerdo está, como él siempre quiso, en el aire y en el rumor de las aguas del caudal del Tajo al abrazarlo.