«La ilustración es también interpretar el texto»

Pablo Torres
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Noemí Villamuza ilustra libros infantiles desde hace casi 30 años. Las obras de esta palentina, que también se dedica a la docencia, han acompañado decenas de obras, muchas ellas editadas en otros países, como Estados Unidos o Japón

La ilustradora de cuentos Noemí Villamuza - Foto: DP

Noemí Villamuza nunca olvidará la primera vez que vio sus ilustraciones impresas en un libro. De ese hecho hace casi 30 años, tiempo en el que esta ilustradora palentina ha acompañado a decenas de textos con sus obras. 

¿Qué importancia le da a la ilustración en un libro?
Mi primera respuesta va a ser que mucha porque es mi trabajo. Aun así, cuando no tenía ninguna conciencia sobre a qué me iba a dedicar y estaba en mi etapa de eterna infancia, agradecía la información visual de los libros. 

Es importantísima para todos los públicos, pero especialmente para los niños, pues ellos, antes de escribir, leer y hablar, dibujan y se comunican con imágenes. 
Por otro lado, está lo que complementa y estimula el trabajo literario. Generas inspiración en alguien que está leyendo un texto y al que estás ofreciéndole una mirada al pie de la letra. No se trata solo de acompañar lo que dice el autor, sino de interpretarlo. Eso, para un cerebro tan plástico como es el de los niños, ayuda a ofrecer una gran información. 

¿Cree que se valora lo suficiente?
No nos cuidan ni nos pagan como merecemos, aunque los escritores también sufren lo suyo. El libro es un producto muy hermoso, pero el trocito que se llevan sus autores, siendo los que le dan el alma, es demasiado pequeño. En otros países se afronta de una manera distinta. 

¿Cuál es su capacidad de decisión a la hora de ilustrar un libro?
Lo que más afecta al trabajo del ilustrador es lo que tiene el editor pensado a nivel estructural en un libro. Tener un presupuesto, saber cuántos libros componen la primera edición, su formato y el papel que se va a utilizar condicionan la cantidad de obra. En función de la edad para la que esté pensado un libro tiene el texto ya planteado. 

En la decisión del contenido, me siento una privilegiada. Hace muchos años que me buscan para los libros porque ya saben cuál es el tono y la frecuencia con la que trabajo. Que confíen en mi estilo es un privilegio, porque me da la libertad de generar los contenidos que quiero. 

Un libro educativo está sujeto a más pautas, pero un cuento o un poemario permiten que le abras la imaginación al lector.

Igual que un pintor tiene un estilo predefinido, los ilustradores literarios también lo tendrán
Estamos asociados a contenidos, pero también existe la sorpresa. Hay gente que te contrata pensando que vas a hacer un tipo de paisaje y, si centras tu creación en un personaje, se decepciona. 

Lo interesante es cuando un editor se sorprende y se deja enamorar por lo que has propuesto. Los libros más bonitos son aquellos en los que confían en ti y te dejan total libertad para hacerlo. A la que te empiezan a poner muchas normas sobre cómo hacerlo, el trabajo no sale igual. 

¿Cómo es la relación entre el escritor y el ilustrador?
Después de casi 30 años ilustrando tengo muchos tipos de relaciones. Hay autores con los que no he hablado nunca y todo va muy bien. 

¿Ha mantenido la misma línea de trabajo todo este tiempo?
Creo que sí, porque se siguen reconociendo mis trabajos porque está el lápiz en el fondo. Cuando te haces mayor, te cambia la vista y el trazado se vuelve más suelto y rápido. 

Al principio, tenía un trabajo heredado de lo aprendido en Bellas Artes, más compacto y con una línea más clara y cuidada.

Mis personajes tienen unas expresiones en las caras, por las que se reconocen que las he hecho yo. 

¿En qué diferencia los trabajos hechos para literatura infantil de los de una más adulta?
En eso no lo tengo muy claro. Hay autores que no tienen apenas cambio de registro y otros que se adaptan. En mi caso, me mantengo en el blanco y negro para los libros de adultos, aunque debo decir que también he ilustrado obras infantiles en estas tonalidades. 

La diferencia estricta radica especialmente en la cantidad de ilustraciones: un texto adulto es más denso y los dibujos son iluminaciones cada «x» páginas; uno infantil, al hablar de lectores que están empezando, necesita una acompañamiento más visual y el porcentaje de imágenes es más alto. 

Además de la ilustración, también está muy vinculada a la docencia
Cuando empecé no era consciente de cómo de importante iba a ser para mí. No es lo mismo saber que saber contar. 

Cuando me enfrenté por primera vez a una clase, mi primera reacción era de vértigo. No sabía lo iba a hacer bien. Me calmé un poco y me di cuenta de que iba a hablar de aquello que sabía. 

Con los años, las clases me han servido para tener un mejor discurso y hablar con más propiedad. Aprendes de los alumnos y emocionalmente es muy rico.

¿Por qué escogió la ilustración literaria después de sus estudios de Bellas Artes?
Me pasé la carrera perdidísima entre varias asignaturas que, pese a resultarme interesantes, no terminaban de llenarme. En los últimos dos años tuve una asignatura que no tenía muchos créditos, Ilustración. Para mí, el profesor de esa materia, Miguel Fernández Pacheco, era un tótem cultural y artístico. Trabajaba en el programa La bola de cristal, de Televisión Española. Me aportó mucho estímulo.

A cuatro personas que acabábamos el curso ese año nos dijo que dibujábamos muy bien, pero que todavía no éramos ilustradores. «Os voy a pasar un contacto en la editorial Anaya y, una vez entréis, me desentenderé». Él descubrió que mi fuerte era el dibujo. 

¿Qué sintió cuando tuvo entre sus manos su primer libro ilustrado?
Mucha emoción, a pesar de que toda la vida se ha dicho que la ilustración es un arte menor por estar supeditado a un texto y que es una reproducción y no una obra original.

Saber que tenía entre mis manos mi primer libro impreso, que me iba a dar un pasaporte para imprimir más, y que, al igual que yo, lo tendría un alumno, un escaparate o una biblioteca, fue un subidón.