«Desde que comencé, mi obra reflexiona sobre la identidad»

César Combarros (ICAL)
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Atentar contra el canon. Cuatro palabras resumen el ideario creativo de la artista palentina Marina Núñez, que hasta el próximo 27 de marzo protagoniza en la Sala Alcalá 31 de Madrid la exposición El fuego de la visión, la mayor retrospectiva de toda su trayectoria. La muestra, que viajará a partir del 3 de junio al Museo Artium de Vitoria, sintetiza en 56 piezas de diversos formatos el trabajo de una mujer que no ha dejado de hacerse preguntas sobre la identidad. En sus lienzos, fotografías, infografías y vídeos, la tensión entre lo humano y lo tecnológico está siempre latente, junto a obsesiones como el infierno, el mito de Frankenstein o la metamorfosis. Por sus obras desfilan seres anómalos, en las antípodas del hombre de Vitruvio de Da Vinci, para reivindicar que «hay otras formas de ser sujeto frente a las alternativas del canon o la invisibilidad».

Se licenció en 1989 y hasta tres años después no protagonizó su primera individual. ¿Ese impasse fue duro?

No. Ahora está muy claro que a los alumnos de Bellas Artes no sólo se les enseña técnica, sino que se les educa para que tengan un discurso, algo que contar, pero cuando yo estudiaba, quizá por ser una Facultad nueva, no sucedió. Te enseñaban cosas pero no había una visión de conjunto de hacia dónde estabas yendo, ni tampoco se prestaba mucha atención a la Historia del Arte Contemporáneo. Dediqué esos tres años a leer y a organizarme mentalmente para entender qué quería contar. En ese periodo me presenté a concursos donde fui seleccionada y participé en colectivas, pero hasta que no tuve un dossier con una veintena de obras con una línea de fondo que ya estaba clara, no me presenté ante ninguna galerista. En mi caso llevé mi obra a Mercedes Buades, que me cogió, así que mejor inicio imposible porque era una galería con mucho prestigio.

El discurso en torno al género sigue presente en su obra.

Iconográficamente en esa primera época cuando más claro está. Ahora no aparece de una forma tan explícita, pero la gente me sigue identificando con ello porque sabe que es una cuestión que he abordado. Ahora puede parecerlo porque hay más mujeres que hombres en lo que hago, pero eso no se debe tanto a una cuestión ideológica como a que probablemente me siento más cómoda trabajando con el cuerpo de la mujer, porque lo conozco más. El discurso feminista fue el primero que de forma más clara y con mayor fortuna empezó a hablar de lo anticanónico, a decir que en el canon el sujeto de nuestra cultura es el hombre blanco, heterosexual, de clase media o alta y de cierta ideología. Era un ser que efectivamente estaba en el centro, pero que además subyugaba o invisibilizaba a los otros, entre ellos las mujeres. Ese tipo de discurso, de decir que ya basta de canon y que hay que encontrar otras formas de ser sujeto que no sean el canon o la invisibilidad, es feminista y totalmente posmoderno, y siempre está presente en mi obra, aunque ya no esté hablando de género.

Con el tiempo ha evolucionado hasta mostrar seres posthumanos.

En el fondo, desde el principio mi trabajo es una reflexión sobre la identidad, sobre los estereotipos que están permitidos y aquellos que no lo están, y una apuesta por los no normativos. Ahora el punto de vista es más amplio y ya no sólo hablo de género sino de identidad posthumana en general, entendida como una pregunta en torno a qué va a pasar con los seres humanos en esta era en la cual las tecnologías nos sitúan en una época de cambios sin precedentes, con las biotecnologías, la informática y la inteligencia artificial.

En El fuego de la visión reflexiona sobre la mutación de la mirada, tanto del espectador como de los protagonistas de sus piezas. ¿Lo plantea como una metáfora sobre la madurez del individuo a partir de sus experiencias y de lo que ve?

Más bien como una metáfora de la mirada creadora. A cada uno le conmueve un tipo de arte, y el que a mí me gusta es el que te provoca una mirada diferente sobre el mundo y te obliga a pensarlo con otros códigos, a verlo con otros ojos y a percibir cosas de forma distinta. Creo en el poder emancipatorio del arte.

Ha confesado estar «hipnotizada por el ordenador». ¿Cómo condiciona su creación el soporte?

Creo que es bueno conocer muchas técnicas, cuantas más mejor, porque cada técnica te abre mundos diferentes. Si no sabes pintar obvias todo un conjunto de posibilidades, vocabularios y sintaxis, igual que si, como yo, no sabes hacer escultura, te estás perdiendo todo ese mundo. Cada técnica no sólo te da posibilidades para ejecutar las ideas, sino que te permite sacar nuevas ideas. El camino no va solamente de la idea a la técnica, sino que muchas veces la propia técnica te lleva a nuevas ideas.

La tensión entre lo humano y lo tecnológico está muy presente en sus obras.

Eso es una cuestión formal. En mis obras hay tensión entre el miedo tecnófobo y la ilusión tecnófila; en algunas hay una apuesta ilusionada por la tecnología y los seres se fusionan con las máquinas de formas placenteras, y en otras en cambio el encuentro entre ambos es casi apocalíptico, más dramático. Yo probablemente sea más tecnófila, porque tengo una sensación de maravilla ante la ciencia, más ingenua, pero no se puede olvidar que la tecnología generalmente no está hecha por oenegés, sino por corporaciones militares o multinacionales con sus propios propósitos.

En su texto para el catálogo habla de «la integración del lado oscuro que hay en cada uno de nosotros». El infierno y la locura son otros dos de sus leitmotivs.

 Cuando represento cuerpos mutantes estoy hablando de identidades descoyuntadas, de algún modo discontinuas, y también represento la psique de diversas formas, a veces de manera más estricta, como las representaciones del infierno. Lo que suelo querer contar con este tipo de representaciones más psicológicas es que las presiones y tensiones que creemos generalmente que vienen de fuera, las tenemos dentro.

Al echar la vista atrás sobre su obra con esta exposición, ¿le ha sorprendido alguna constante temática en la que no hubiera reparado?

Al final tampoco hablamos de tantos temas ni nos obsesionan tantas cosas. Aunque sigo variando iconográficamente y probando nuevas técnicas, en este caso nuevo software, el mundo de mis inquietudes está bastante claro. Y me parece bien que sea así, porque temáticamente tiene que haber un fondo común de lo que te apetece contar.