Cuatro cuestiones para el próximo ejecutivo

Jesús Fuentes Lázaro
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El Ejecutivo que salga de las urnas deberá ser lo suficientemente potente como para frenar independentismo, desempleo y déficit, así como posicionar a España en el mundo

Contra la tendencia generalizada que quiere acabar con el bipartidismo; contra las encuestas que reflejan, por cierto, lo que la querencia vende; contra el discurso que sostiene que un Parlamento fraccionado es más democrático que uno mayoritario; contra la rama que defiende que se vote a los nuevos como una cita a ciegas, hay que apostar por un Gobierno fuerte y, a ser posible, solvente y proactivo. Un Ejecutivo que sea capaz de afrontar las siguientes cuatro cuestiones que definirán los próximos años de España.

1. La secesión catalana. Sin cataplasmas ni eufemismos, la situación a la que se ha llegado tiene una difícil, muy difícil, solución. A los nacionalistas les mueve un objetivo claro: que Cataluña sea una nación independiente. Así que cualquier otra cosa que se les proponga, les resultará insuficiente. Como mucho, se plegarán a un referéndum, acotado a su territorio, eso sí, que les servirá para prolongar unos cuantos años el victimismo y el etnocentrismo nacionalista, fortalecer el discurso independentista, ganar a los aún dudosos e ir preparando las instituciones de la nueva nación. Frente a esta opción, el Gobierno futuro tendrá pocas posibilidades. Una, cambiar la Constitución para intentar el posible acomodo de una Cataluña cuyas élites políticas no quieren saber nada de España. Solo un apunte: con una nueva nación, todo el affaire Pujol y cuantos otros procesos de corrupción están en marcha, desaparecerán en un clic. Una propuesta federal puede ser la salida, pero demanda un Gabinete fuerte. Serán muchas las concesiones y las transformaciones que habrá que afrontar. La otra opción consiste en enrocarse frente a los secesionistas y, a golpe de leyes, tratar de negar el problema. Con independencia del recorrido bloqueante de tal actitud, será imprescindible un Gobierno fuerte.

2. Acabar con el desempleo. El sistema productivo español ha sido incapaz, desde la recuperación de la democracia, de terminar con el desempleo estructural, próximo a los tres millones. Alto, altísimo. En estos momentos, sin contar con otras derivadas, como la política europea, la pervivencia de la crisis aún sin superar, más los cambios en los modelos de producción mundial, no se puede mantener un sistema productivo al que le afecta cualquier mínima oscilación mundial y que se traduce inmediatamente en desempleo galopante o precarización de los salarios. Aquí se sigue confiando en el ladrillo, en el consumo interior y en el turismo. El sistema educativo en su interconexión con el marcado laboral es un fracaso y las empresas, aún obsoletas, no pueden absorber tanta mano de obra escasamente cualificada. De nuevas tecnologías, investigación y cambio del modelo productivo, poco o nada. O se empieza a cambiar el modelo y el tipo de empresas (tamaño y productos) con políticas públicas decididas o estaremos perdiendo el tren del futuro.

3. Deuda pública. La deuda exterior de España supera el Producto Interior Bruto (PIB). Con un saldo en el debe tan elevado no se puede invertir en transformar modelos o ayudar a nuevas empresas de alta tecnología. No se invertirá en infraestructuras ni se mantendrán las ya existentes. No habrá investigación ni competitividad tecnológica. Los Servicios públicos continuarán el deterioro iniciado, las pensiones irán perdiendo poder adquisitivo. La competitividad exterior no se podrá basar en la calidad y la excelencia sino en los bajos salarios. A complicar la situación puede contribuir el mandato constitucional y las normas europeas que imponen por obligación la reducción del déficit público. No se invertirá nada y habrá que reducir gastos. Un Ejecutivo potente debe plantear cómo aminorar los impactos de tantos elementos negativos, manteniendo políticas de inversión expansivas.

4. Irrelevancia internacional. Dramático está siendo el papel de España en la lucha exterior contra el terrorismo del Estado Islámico. La posición de quedarse en casita, que algunos defienden, solo conduce a incrementar el aislamiento internacional. La insolvencia dificulta nuestra presencia económica y política en los mercados exteriores y las inversiones de otros países en España. Enclaustrados en nosotros mismos repetiremos errores antiguos: a mayor irrelevancia internacional, mayor agitación interna. Más ombliguismo y localismo. ¿Quién nos sacará de la irrelevancia internacional actual? El próximo Gobierno debería plantear la política internacional como un objetivo prioritario para ganar peso real en el mundo.