LAS HUELLAS DESANTA TERESAEN LA CIUDAD DE PALENCIA (I)

RAFAEL DEL VALLE (*)
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El 28 de diciembre de 1580, convaleciente aún, con cinco monjas y una lega, acompañadas por un clérigo y el mercador Agustín de Vitoria, que atendería la intendencia, emprenden el camino de Valladolid a Palencia

Simulación de la portada que tuvo el primer convento de Carmelitas, en la calle de Mazorqueros -hoy Colón-. - Foto: DP

El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila Santa Teresa, una de las figuras castellanas más singulares y atractivas de la Historia. Su lenguaje popular y castizo no impidió que en 1970 se la consagrase como Doctora de la Iglesia y punto culminante de la mística española de los siglos XVI y XVII. El próximo año se celebrará el 5º centenario de su nacimiento con grandes acontecimientos, entre los que destaca la presencia del Papa. En Castilla y León se han organizado ya rutas para visitar todas las ciudades que la Santa frecuentó para la fundación de sus conventos en la región. Sirvan estas líneas para recordar la presencia de la Santa en la ciudad de Palencia.

el espíritu fundador de sor teresa. Terminaba el verano de 1580 y Teresa, la monja andariega, yacía en un catre del convento fundado por ella en Valladolid. Al cansancio de sus ajetreados 65 años, se unía de nuevo el dolor y la inmovilidad causados por un nuevo ataque de perlesía. Eran momentos de exaltación mística en su ascética comunicación con el crucificado y lacerado Cristo que presidía la angosta celda del convento.

Abundantes y consideradas atenciones recibía de sus monjas y de amistades que admiraban su trabajo y buscaban su compañía. Una de estas, doña María de Mendoza, hermana del entonces obispo de Palencia, le insistía para que fundase en la ciudad del Carrión. La madre Teresa así lo tenía proyectado, pero la tenían indecisa, sus escasas fuerzas y la conocida oposición que gran parte del clero palentino había mostrado a otras empresas parecidas, con la disculpa de que la pobreza de la ciudad, de apenas 10.000 habitantes, impedía mantener un nuevo convento.

Las dificultades eran la constante de su diaria actividad. Las había dominado desde que a los 19 años, como novicia en la Encarnación madrileña, decidió que, como había decretado Pío V, un convento no podía ser, en gran medida, un cómodo alojamiento de miembros de la nobleza e incluso de la realeza -las huelgas reales- por mucho que de ellos dependiesen su fundación y mantenimiento. Así se lo demostró a la poderosa princesa de Éboli, cuando abandonó con sus monjas el convento de Pastrana que aquella, por haberlo fundado, quiso dominar a su antojo. Con ello se ganó la animadversión de la hermosa tuerta. Menos mal que el piadoso Felipe II, fiel aliado del  Papa reformador, valoró más la obra y el carisma de sor Teresa y le ofreció su apoyo.

Especial valor tuvo ese respaldo regio para mitigar el enfrentamiento de un numeroso sector del clero que se oponía a la reforma propuesta y, con el nuncio apostólico a la cabeza, proclamaban por doquier que lo que la monja visionaria debía de  hacer era quedarse quieta en su convento. No era eso lo que había hecho en los últimos cincuenta años la monja andariega. Ya de niña, en Ávila, en un hogar de piadosos conversos, había jugado con uno de sus hermanos a construir conventos donde rogar a Dios y dar ejemplo de piedad al resto de la humanidad. Ahora con la fundación de más de treinta conventos -casi todos en Castilla- esperaba con ansiedad la llegada de la autorización pontificia que permitiese la creación de la nueva rama de la Orden: la de los descalzos.

Las Fundaciones quedan recogidas en un manuscrito que describe las circunstancias ocurridas en cada una de ellas, incluyendo los pensamientos, sensaciones y soliloquios con los que su autora, sin pretensiones literarias y con una gran expresividad, describe a este respecto. (Existe una versión en internet que nos exime de entrar en detalles). Los relatos comienzan en 1562 en que funda su primer convento reformado, su «palomarcico» como ella los llama, bajo el invariable patrocinio de San José. Para ello contó con la inestimable ayuda del obispo de Ávila, don Álvaro Hurtado de Mendoza y Sarmiento, que luego lo será de Palencia. Acertó a ver don Álvaro en la singular monja, un proceder y comportamiento señalado de alguna manera por Dios. Lo mismo ocurrió, de ahí en adelante, con mucha gente a medida que trataban personalmente con sor Teresa y oían los comentarios que de ella se difundían.

el primer convento en    palencia. En el citado libro de Las Fundaciones narra Teresa las vacilaciones que sufre para acometer la nueva fundación proyectada en Palencia. Cuando ya estaba decidida a no hacerlo, nos relata que Dios le dice: «¿Qué temes?, ¿cuánto te he faltado yo?. El mismo que he sido, soy ahora; no dejes de hacer estas dos fundaciones», refiriéndose a las de Palencia y Burgos, por este orden.

Puesta a ello, lo primero que había que hacer era conseguir el permiso del corregidor. En esto interviene don Suero de la Vega, uno de los miembros más destacados que habitaba en la Casa del Paso (entre la calles Valentín Calderón y la Plaza Mayor, antes de que existiese la Casa Consistorial). A continuación había que encontrar una vivienda adecuada por su capacidad y precio. Se mueven para ello otras influencias entre las que figuran las de algunos miembros del cabildo catedralicio, que controlan gran parte del caserío palentino. Entre ellos destaca la total disponibilidad del beatífico Jerónimo de Reinoso, sobrino de Francisco de Reinoso quien había sido camarero secreto del Pío V y que pronto se unirá a la influyente nómina de apoyos palentinos de la madre Teresa. Se consigue así la cesión temporal -hasta el 24 de junio del 1581- de una casa en la mitad de la calle de Mazorqueros (actual tramo meridional de la calle de Colón; hoy en día se ha imitado con una entrada de grandes dovelas la que en su día tenía dicha casa).

Aún tiene que esperar sor Teresa dos largos y premiosos meses en Valladolid. Solo entretienen su convalecencia la redacción de cartas y la continuación del texto de Las Moradas, el libro que había comenzado en 1577 y que acabará siendo el de escritura más cuidada y el que mejor recoge su doctrina mística.

Por fin el 28 de diciembre de 1580, convaleciente aún, con cinco monjas y una lega, acompañadas por un clérigo y el acaudalado mercader Agustín de Vitoria, que atendería la intendencia, emprenden el camino de Valladolid a Palencia, bien abrigados del frío y la humedad de la densa niebla, en una carreta cubierta por el largo y descarnado camino que pasa por Cabezón, Cigales, Trigueros, Quintanilla, Cubillas, Dueñas y Villamuriel. Llegaron a las Puertas del Mercado de noche y buscaron calor y cobijo en la cercana casa que ya había sido amueblada y calentada por órdenes de don Jerónimo, quien  atendía personalmente todos las necesidades de sor Teresa y sus acompañantes. Al día siguiente, 29 de diciembre, tras la misa dieron por inaugurado su primer convento que se hizo patente al exterior, cuando, el último día del año, se colgó la campanilla que marcaba los rezos conventuales y los oficios en la sala que servía de capilla,  presidida por una imagen de San José -«buena y grande»-  que les había cedido doña Ana Enríquez, hija del Almirante de Castilla.

El obispo acude a visitar a las monjas en cuanto se entera de su llegada, el mismo día 29 y decide tomarlas bajo su protección, garantizándoles el pan con veinticinco cargas de trigo anuales mientras él viviese. Además, encarga al provisor que les ayude en lo necesario y les compre cuanto necesiten. Los canónigos  Jerónimo de Reinoso y Martín Alonso de Salinas se ponen a su disposición para cualquier gestión en la que puedan contribuir. Las escasas familias nobiliarias que residen en la ciudad, entregan muebles y limosnas para facilitar la vida de las recién llegadas. Especiales saludos de bienvenida reciben también de sus hermanas clarisas que residen a unos metros en la misma calle. Todo ello sorprende agradablemente a sor Teresa, en contra de lo esperado y la hace calificar muy positivamente a los palentinos en general y a sus protectores en particular.

A esta consideración contribuye el conocer que, a pocos pasos de allí, también en el barrio de la Puebla, ocupado por agricultores y artesanos principalmente textiles, existe una ermita dedicada a la Candelaria que por tener la réplica de su imagen al exterior de su fachada, se llama popularmente «de la Calle». Ésta Virgen de la Calle es la patrona de la ciudad y concita gran devoción en ella y sus alrededores. Desde mediados del siglo XV, está custodiada por una cofradía, llamada «de los caballeros» porque en ella se incluían regidores municipales y gran parte de los canónigos que desde hacía siglos ostentaban el título de infanzones. Era ésta una de las más importantes  de entre las 46 cofradías y hermandades que había en la ciudad.

(*) Académico de la Institución Tello Téllez de Meneses