La versión televisiva de Isabel la Católica

Rafael del Valle Curieses*
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La versión televisiva de Isabel la Católica - Foto: DP

El año 2014 ha dejado en mi memoria un gratísimo recuerdo: la serie que TVE ha dedicado a Isabel la Católica. Agradable sorpresa por cuanto se trata, sin duda, de uno de los personajes más sobresalientes de la Historia y porque supone además la demostración de que en España existen recursos personales y económicos, para plasmar visualmente excelentes productos de este género. Ahíto ya de contemplar las depravaciones de los Tudor o de los Borgia, llegamos a conocer los méritos de un personaje femenino, que consiguió conducir y reorganizar un país y convertirlo en el más poderoso del mundo occidental.

Isabel llega inesperadamente y con grandes dificultades a reinar en Castilla, a la muerte de su hermanastro Enrique IV. Tan insólita situación, que lo es mucho más en el caso de una mujer, le induce a creer, como ferviente católica que era, que se debía a la intercesión divina.  Por ello, se considera paladín de la Cristiandad y cifra su meta, como reina, en servir de modelo a sus súbditos en el servicio a Dios. Habrá de elevarse, para ello, por encima de los humanos como el águila de San Juan y luchar contra los enemigos de la Religión hasta completar la Reconquista.

Por otro lado, según el concepto medieval de la realeza, no podían ser considerados sus súbditos ni los judíos ni los árabes, puesto que no practicaban su misma religión. La indiscriminada persecución que, como herejes, sufrían estos y otros ciudadanos en numerosos  países europeos, repugnaba a su sentido de la justicia y para moderar aquellas violentas formas, que allí había alcanzado la persecución religiosa, autoriza la mediación de los Tribunales del Santo Oficio o Inquisición. Con ellos, se pretende averiguar la veracidad de las acusaciones que llovían sobre quienes atentaban contra la fe.

Con igual razonamiento, los súbditos habían de comportarse socialmente dentro de unas normas legales y religiosas impuestas por sus soberanos, que estaban autorizados a emplear cualquier medio, incluida la esclavitud -como experimentaron algunos indios americanos- con el fin de salvar sus almas.

A todas estas pautas morales y políticas, difíciles de explicar hoy, y más  en una serie audiovisual que recoge acontecimientos tan variados y determinantes, se añaden, en lo personal, otros aspectos que creo pueden ayudar a comprender mejor el personaje y su comportamiento. Así, en lo familiar, doña Isabel había logrado establecer una relación de respeto mutuo y afecto que, salvadas las primeras veleidades de su primo y marido Fernando, pudieron llegar a un amor sincero. No olvidemos que aunque el marido lo eligió Isabel, lo hizo porque era el más joven de los candidatos que le presentaban y porque, con los hijos de ambos, tenía la posibilidad de unir dos reinos de gran porvenir, Castilla y Aragón, incluida Cataluña.

Por otra parte, quienes en nuestras investigaciones hemos manejado la documentación de ambos monarcas (casi 150 documentos se han recogido y comentado en mi libro sobre El reinado de Isabel la Católica a la luz de los documentos  del Archivo Municipal de Palencia), hemos tenido en mente sus retratos pintados por artistas coetáneos  y agradecidos a los monarcas, como es el caso de Juan de Flandes. Según ellos en lo único que se parecen los rasgos de la reina, con la actriz que la representó en la serie, es en sus cabellos rubios y sus ojos claros. Por lo demás Isabel muestra en sus retratos una cara casi redonda, mofletuda y con incipiente papada. Muy parecida a la de su primo Fernando aunque este tenía los cabellos negros y la piel cetrina. Desde luego, difícilmente  hubieran conseguido por sus rostros, aparecer, hoy en día, en alguna de las revistas que frecuentan quienes les han representado en la televisión. La diferencia es aún mayor si tenemos en cuenta el retrato de Isabel en sus últimos años de reinado, cuando se evidencia la hinchazón debida a la hidropesía que la martirizó físicamente. Las muertes sucesivas de sus hijos y nieto, el maltrato al que sometieron a sus hijas el rey de Inglaterra y el de Flandes y el convencimiento de que la mujer de éste, Juana, la heredera de la corona de Castilla, mostraba los signos de la locura que había sufrido su querida madre, minaban su espíritu y atormentaban su mente. Pese a todo no renunció a sus obligaciones de reina y, en el momento final, reunió fuerzas para dictar, con sorprendente lucidez, una lección de clarividencia  y sensatez política, en un testamento y posterior codicilo que han sido considerados por todos como uno de los documentos más importantes de la Historia de España.

Algo más considero imprescindible para explicar la admiración y el respeto que Isabel despertó entre sus contemporáneos y que no refleja la serie televisiva. ¿Cómo explicar que en un mundo visceralmente machista, en el que los nobles ejercen y exhiben su altivo poder, una mujer llegue al trono y consiga dominar la soberbia de aquellos aunando esfuerzos para lograr sus propósitos?. La ambición de poder y la firmeza de sus ideas, junto a una exquisita intuición y una perseverancia inquebrantable, consiguen que, la que se adivinaba juguete de los potentados, se convierta en la única dueña de la situación.

Todo ese proceso, está basado en una esmerada educación recibida en la corte de su padre, Juan II, el rey poeta, en la que convivían músicos, escritores, artistas, filósofos,… Isabel aprovecha la coyuntura, haciendo gala de un carácter inquieto y notable inteligencia, para alcanzar una excepcional preparación en aquellos años en que se traspasa el umbral del Medievo al Humanismo renacentista.  

La reina hablaba el portugués, su lengua materna, y manejaba con soltura el latín, idioma universal, que le permite leer las vidas de Santos que entonces proliferaban. Le apasionan los libros de caballería y las crónicas de sus antepasados, los reyes de Castilla, especialmente las de aquellos que habían intervenido en la Reconquista. Conoce las Serranillas del Marqués de Santillana y disfruta con los momos o pequeñas piezas teatrales que escribe, para las fiestas familiares en el castillo de Arévalo, su gran amigo y consejero Gómez Manrique.

Es una gran amante del arte y precursora del coleccionismo artístico. Aprecia las obras de Pedro Berruguete -su San Juan Evangelista la acompaña en sus viajes-, junto a lienzos  de Boticelli, Perugino, Memlig, Bouts, Van der Weyden…y esculturas de Felipe Bigarny. Ejerce de mecenas de algunos artistas; nombra pintor de la corte a Juan de Flandes quien incluye su imagen en una de las tablas que componen el políptico que acompañó siempre a la reina y que se conserva en el Palacio Real de Madrid. Juan de Flandes, pintó las seis tablas del Altar Mayor de San Lázaro para la familia de los Castilla y junto a las esculturas de Felipe Bigarny, ornamentó el altar mayor de nuestra catedral.

Todo este bagaje cultural le permite codearse con ventaja con la mayoría de los personajes que la rodean y elegir entre ellos a los más idóneos y valiosos colaboradores. Incluso las complementarias cualidades de Fernando -su conocido valor al que luego se unirá la diplomacia que le convierten en el maquiavélico prototipo de El príncipe- obran a favor de su elección como marido. Todos aquellos cooperantes de cualquier  rango y condición, pasan de ser meros favorecidos a inquebrantables partidarios de la reina. El exquisito y justo trato que con ellos muestra, obrará la transformación.

Muchos de estos matices se aprecian entre la multitud de situaciones complejas y determinantes que aparecen en la serie de TVE, extraordinaria como digo, tanto por la realización como por la elección del personaje. Tengamos en cuenta que hay muchos más protagonistas en nuestra Historia que merecen parecido tratamiento, para con ellos mostrar los ineludibles recursos pedagógicos que posee la televisión. Esperemos que el considerable respaldo popular que esta serie ha tenido, contribuya a continuar la eterna norma de «enseñar deleitando» que debe ser la máxima a seguir por los medios públicos.

*Académico de la Institución Tello Téllez de Meneses